ALMAFUERTE CONSTITUCIONAL

El enorme poeta argentino Pedro Bonifacio Palacios, que usaba el seudónimo ‘Almafuerte’, .
Nacido en San Justo, provincia de Buenos Aires, vagó por distintos puntos del país, profundizando su personalidad solitaria y mística como maestro rural (sin título habilitante) en la provincia de La Pampa.
Escribió en todos los géneros, pero indudablemente sus mayores logros son en la poesía.
Son enormemente conocidos sus “Siete Sonetos Medicinales”. Sin embargo es en “El Misionero” donde alcanza el Parnaso de su calidad y profundidad poética.
El estilo es de difícil ubicación en la informe cárcel de los cánones. El único escritor que siento con sonidos e ideas similares a Almafuerte es Nietzche.
Es fuertísimo, contundente, dramático, creador de frases inolvidables.
Y, como sabía Nietzche, es un cristiano perforado por el concepto de culpa, aunque se declare ateo y antiteo.
Jorge Luis Borges encontró su vocación literaria al oír, recitados por un joven Evaristo Carriego, unos largos versos de Almafuerte, los versos de ‘El Misionero’. Compartimos abajo el famoso escrito de Borges sobre Almafuerte.
Y nuestro primer constitucionalista patrio, Joaquín V. González, fue gran admirador de su obra, y cuando defendió en 1916 en el Senado Nacional la concesión de una pensión para Palacios (el discurso se transcribe abajo), expuso su idea de que las Repúblicas necesitan más poetas que políticos, idea de la cual somos fuertemente partidarios en estas páginas.
Con ustedes, el más complejo poeta nacional:

 

El
misionero
(Pedro
Bonifacio Palacios – Almafuerte – 1911)
Para
Bartolito Mitre, en la gloria.
“¡Escúpeme
en la frente!”
(Ricardo
Gutiérrez)
“4…. No hay caridad verdadera
que no se enferme o que no se manche.
5.—Para subir hasta Jesús hay que
bajar hasta Dimas, y para llegar hasta Dimas hay que dejar muy arriba el éter
irrespirable de los inocentes y de los puros.
9.—El Dolor no huele a vinagre
aromático, ni habla en verso, ni se lamenta en música, ni va a cenar a la
fonda, como los cómicos, después de llorar.
18.—El corazón del bueno es
comparable a las vendas que circundan las heridas; a medida que éstas van
cicatrizando, aquellas van arrojándose impregnadas de pus y de sangre.
20 —No creas en la predicación de
aquel abate perfumado de heliotropo, que sube a su púlpito con el corazón
lleno, todavía, de las suaves impresiones de las Conferencias de San Vicente y
de las fiestas de caridad de las duquesas, y que cruza, después, como un César,
sudoroso entre sus encajes, por aquella elegantísima multitud cuya emoción
artística él ha producido y cuy a admiración él ha conquistado. No creas en esa
predicación… ¡es una página de Rossini!
21 —Cree, sí, en el propio San Vicente
de Paul; sí, en el apostolado de aquel sacerdote ciego de caridad, enloquecido
de evangelización, que ora se lanza por los desiertos de África y ora se mete
en los tugurios de la ciudad, que son los desiertos de la civilización, para
salir de ellos torturado de dudas, cubierto de maldiciones y carcomido de
remordimientos.”
(Almafuerte. Evangélica XV).
I
De
compasivos canes escoltado,
Sobre
un bloque de piedra de la vía,
Zozobrante,
vencido, en agonía,
Un
Siervo del Señor cayó postrado.
Cual
desgranada, mísera mazorca
Que
saltó del maizal en el camino,
Parecía,
más bien, el Peregrino,
Desecho
deleznable de la horca.
Y
era desecho mismo. La tonsura
No
inmuniza del dolo y los pesares:
Del
sagrado mantel de los altares
Se
desprende, también, polvo y basura.
Como
Pablo, el Apóstol de las Gentes,
Aquel
vil protegido de sus perros,
Por
mares, por estepas y por cerros
Corrió
tras ilusiones eminentes…
¡Y
allí, con su sayal hecho jirones
Y
apoyando en un can la flaca diestra,
Aquel
Fraile de Dios era la muestra
De
cómo trata Dios los corazones!
II
Tal
vez, una visión de faz macabra
Le
sacó de su grande abatimiento,
Y
al despertar aquel, su pensamiento
Se
deshizo en el mar de la palabra.
Mudo
debiera estar; pero, recuerda,
Y
hablaría, quizás, amordazado…
Porque
impera una ley que al derrotado
Le
impone repicar la misma cuerda.
Y
es propio del Dolor, joven o viejo,
Despedir
melancólico relente
Y
derramar, lo mismo que una fuente,
La
cáustica lejía del consejo.
¡Virtud
de la Tristeza, que percibe
Con
profética luz, remotas huellas,
Como
se ven más claras las estrellas
Desde
la sombra fría de un aljibe!
III
Cual
pudiera un bohemio, el Franciscano,
Se
puso a platicar con su jauría…
¡No
caemos del todo, sino el día
Que
cuando pasa un can, pasa un hermano!
¡El
ser Hombre es gemir, maguer los nombres
Con
que tu pobre condición revistes;
Y
por eso las bestias, que son tristes,
Cuando
sospechan un dolor, son hombres!
Y
yendo, sin querer, al punto fijo,
Como
quien sus heridas palpa y frota,
Destilando
su hiel, gota por gota,
A
sus perros y a Dios, el Fraile dijo…
¡Dijo
con tal verdad, que desde entonces
Pienso
que las protestas de los viles,
Deben
ser perpetuadas con buriles
En
duras piedras y solemnes bronces!…
IV
«En
este bajo, relativo suelo,
También
para ser santo hay que ser listo:
No
basta ir a una cruz para ir a Cristo,
Ni
basta la bondad para ir al Cielo.
«La
misma compasión requiere astucia
Para
sellar con gloria su cruzada,
Si
no quiere, después, ser arrojada
Sucia
y hedionda, como venda sucia.
«Los
sicarios del Bien han de ser yermos,
Duros,
como filósofos estoicos:
Los
médicos más nobles, más heroicos,
No
lamen el sudor de sus enfermos.
«La
Luz no triunfa, el Ideal no medra,
Sin
un cierto brutal extorsionismo:
Cual
un César sin ley, el pastor mismo
Gobierna
con su palo y con su piedra.
«Reservan
las Deidades sus primeros,
Sus
más graves designios, en sus palmas;
Y
reclutan su ejército en las almas
Que
aceptan no valer, como los ceros:
«Espíritus
soberbios de modestia,
Gemas
incorruptibles de diamante,
Dentro
de la caterva delirante
Que
por lo mismo que delira, es bestia;
«Seres
pura razón, seres jocundos,
Sin
rebeldías necias de lacayo,
Que
van sin pensamiento, como el rayo,
Que
giran sin dolor, como los mundos;
«Corazones
de ley que se consuelan
Con
saber que después tendrán ventura,
Que
no dieron jamás en la locura
De
pretender dolores que no duelan;
«Focos
de claridad, de luz terrible
Dentro
su estolidez de sulpicianos,
Que
saben que los ímpetus son vanos,
Que
todo se ha concluido en lo posible;
«Almas
sin ansiedad, almas estrella,
Que
siguen mansamente su trayecto,
Sin
comprender la fiebre del insecto
Que
busca luz, para morir en ella…
«La
azucena, la nieve y el armiño
Pierden
su nitidez al microscopio:
El
afán del análisis es propio
Del
imbécil, del pérfido y del niño.
«Como
chispa fugaz y estrofa trunca
Palpita
lo Absoluto entre los pechos:
La
verdad miserable de los hechos
No
es la misma Verdad, ni será nunca.
«Inhumano,
inconcreto, el Sacerdote
Ame
a Dios sólo en Dios, y no en ninguno;
Y
si al triunfo de Dios es oportuno…
¡Bese
con la traición del Iscariote!»
Clamó,
con el valor de los insanos,
El
viejo Apóstol, sin temer su mengua,
Mientras
los canes, con cristiana lengua,
Le
ungían caridad sobre las manos.
V
Y
siguió, con apostrofes más duros,
Y
hablando a todos, pues hablaba solo:
«Más
fría que los témpanos del polo
Tiene
que ser el alma de los puros.
«Virtud
es solidez, feroz arraigo
Que
ninguna potencia desarraiga;
Y
el puro ha de decir: caiga quien caiga,
Yo
me quedo en mi torre… ¡y no me caigo!
«Con
Amor, nada más, nadie resiste
La
sugestión de una conciencia en ruina:
Vale
más inyectarse de morfina
Que
de una sola lágrima del triste.
«Con
atrayente, gemidor murmurio,
Rueda
la vida trágica del foso,
Y
un perfume sutil y capitoso
Brota
de los andrajos del tugurio.
«Unas
mórbidas vírgenes aciagas
Riman
en el Dolor coro nefando:
Hay
un Luzbel sagaz que va volcando
Polvo
de compasión sobre las llagas.
«La
misma reacción sobre la injuria,
La
propia indignación por el despojo,
En
las fibras enfermas, siempre al rojo,
Se
condensan y estallan en lujuria.
«Yo
no sé de las raudas espirales
Por
donde gira Dios sus voliciones…
¡Pero,
yo sé de azules contriciones
Que
acabaron en sucias bacanales!
«Pero,
yo sé que a las virtudes áridas
Circundan
Magdalenas infinitas,
Que
vierten, las traidoras, las malditas,
Lágrimas
de ansiedad como cantáridas.
«El
débil no es inocuo, no es inerme
Como
una frágil, vagabunda pompa;
No
hay báculo de apoyo que no rompa,
Ni
pecho compasivo que no enferme,
«Baja
la Compasión a la Miseria,
Blanca
la Compasión y perfumada,
Y
resurge a la luz toda manchada,
Toda
llena de taras y de histeria.
«Nadie
podrá decir, yo soy el Pleno,
Yo
soy el Intachado de seguro;
Pues
el que quiera conservarse puro,
Muchas
veces tendrá que no ser bueno.
«Hay,
entre la Equidad y la Justicia,
Nada
más que una feble sutileza…
¡Y
entre la Caridad y la Pureza,
Un
abismo, sin fondo, de inmundicia!»
Calló
el Apóstol, y en su adusto ceño,
Como
en un tronco escuálido de otoño,
Se
sospechaba el cárdeno retoño
De
un deleitable, de un nefando sueño.
VI
Mas,
levantando el sórdido capucho,
Toca
de su radiante, calva testa,
Dijo,
con voz de llanto y de protesta:
«Yo
soy el miserable que amó mucho.
«Soy
el que puso paz en la discordia,
Pan
en el hambre, alivio en las prisiones,
Y
en la obsesión tenaz, más que razones,
Puso,
sin razonar, misericordia.
«Yo
derramé, con delicadas artes,
Sobre
cada reptil una caricia:
No
creí necesaria la Justicia
Cuando
reina el Dolor por todas partes
«Con
sublime, suprema Democracia,
Cualquier
hombre fue hombre en mi presencia:
No
dividí jamás en mi conciencia,
Cual
un escriba infame, la Desgracia.
«Yo
miré con espanto al miserable,
Con
el espanto del Caín primero,
Cual
si yo—¡pobre sombra, todo entero!—
Fuese
de su miseria responsable.
«Yo
entendí que los éxitos ultrajan
La
equidad del Señor y de sus dones;
Pues,
por un triunfador hay mil millones
Que
más abajo de sí mismos, bajan.
«Yo
repudié al feliz, al potentado,
Al
honesto, al armónico y al fuerte…
¡Porque
pensé que les tocó la suerte,
Como
a cualquier tahúr afortunado!
«Yo
tuve la tendencia, la costumbre,
De
poner mi saliva en las montañas;
Pero,
les di sin pena mis entrañas,
Cada
vez que dejaron de ser cumbre.
«Yo
veneré, genial de servilismo,
En
aquel que por fin cayó del todo,
La
cruz irredimible de su lodo,
La
noche inalumbrable de su abismo.
«Yo
devolví su cetro a la Locura,
Fomentando
en las almas anormales,
El
gesto imperatriz de los fatales,
La
rigidez papal de la tonsura.
«Yo
hice del corazón y la cabeza
Para
la turpitud, sagrados muros;
Porque
juzgué que los que nacen puros
Tienen
su protección en su pureza.
«Yo
quebré la violencia de los rayos
Que
lanzan a lo mísero las leyes,
Postrándome
a los pies de tales reyes…
¡Que
no podrían ser ni mis lacayos!
«Yo
me puse a la zaga de la Ciencia,
Manteniendo
los fueros de lo Impío:
Cuando
la vi negar el Albedrío,
Vi
que no puede haber sino Inocencia.
«Yo
tendí sobre todos, como un manto,
Mi
noción supersabia del Derecho:
Dije,
que a cada mácula de un pecho
Corresponde
una lágrima de llanto.
«Yo
renuncié a las glorias mundanales
Por
el arduo desierto solitario,
Para
sembrar, también, abecedario,
Donde
mismo se siembran los trigales.
«Yo
tuve mi covacha siempre abierta
Para
cualquier afán, falaz o cierto,
Y
tan franco, tan libre, tan abierto,
Mi
hermoso corazón como mi puerta.
«Yo
deliré de hambre sendos días,
Y
no dormí de frío sendas noches,
Para
salvar a Dios de los reproches
De
su hambre humana y de sus noches frías.
«Yo
recibí el sarcasmo pestilente
Que
de los senos presidiarios corre,
Como
el santo de piedra de una torre
Las
caricias del sol sobre su frente.
«Y
a pesar de ser bálsamo y ser puerto,
De
ser lumbre, ser manta y ser comida…
¡A
mí nadie me amó sobre la vida,
Ni
nadie me honrará después de muerto!»
Como
rueda, filtrando los breñales,
El
manantial nervioso y cristalino,
Comenzó,
por la faz del Peregrino,
A
desatar el llanto sus raudales.
Y
a la intensa emoción que trascendía
De
aquel solemne rostro taciturno,
Un
aullido de pánico nocturno
Lanzó,
como un lamento, la jauría.
¡No
hay gemido, no hay sombra, no hay entierro,
No
hay soledad, no hay llama que se apague,
Que
no reciban, sin que nadie pague,
Los
misereres clásicos del perro!
VII
Y
el Apóstol siguió con voz airada,
Por
poner a sus lágrimas un punto:
«¡Soy
lo que ya no es!… ¡Soy el trasunto
De
la soberbia de Satán, domada!
«La
Caridad es Dios, y es la más bella,
La
más profunda nota del Calvario;
Pero,
piense, también, el temerario,
Que
Jesús no es camino, sino estrella.
«La
Caridad es Dios, como el capullo
Tiene
que ser perfume y hermosura;
Pero,
la caridad de la criatura
Surge
del Egoísmo, y es Orgullo.
«La
Caridad es Dios: sin el afecto,
Sin
la nefanda sensación del lodo…
¡Sí,
Dios es Caridad; mas sobre todo,
Es
Suma Voluntad de lo Perfecto!
«Sepa
la Humanidad, la loba hirsuta,
Víctima
de los delirios de sus tenias:
Su
morbosa explosión de neurastenias
No
puede ser jamás Vida Absoluta.
«Sepa
la Humanidad que yo me temo,
Que
cuando el día sin dolor encuentre,
Se
ponga a contemplar su propio vientre,
Presentando
la espalda al Bien Supremo.
«Sepa
que su labor, que sus heridas,
Que
la trama sutil de sus pasiones,
Vibran,
con prodigiosas radiaciones,
Al
porvenir más hondo referidas.
«Sepa
que lo doliente, que lo triste,
Retoma
fuerzas nuevas en la tumba…
¡Que
caiga, que retorne, que sucumba,
Si
el ambiente de fragua no resiste!
«¡Y
sepa que cualquier razonamiento
Consigue
la verdad y tanto brilla,
Como
la luz fugaz de una cerilla
Sobre
la luz astral del firmamento..!»
VIII
Y
transportado al fondo del Nirvana,
O,
como buen genial, contradictorio,
Prosiguió
razonando perentorio,
Sin
ver, en su razón, Razón humana:
«Los
hijos de la Sombra y el Prostíbulo,
Miente
la Compasión, no se redimen:
Nacieron
con el síntoma del Crimen
Y
el fervor inefable del Patíbulo.
«Como
la herida que se cierra en falso,
Cualquier
choque fortuito los encona:
Anhelan,
como el genio una corona,
Su
Hospital, su Presidio y su Cadalso.
«Y
el Mal es mal: lo mísero, lo inmundo,
Lo
formado de pústulas y lamas,
Debe
rodar al centro de las llamas
Para
salvar de su contagio al mundo.
«Hay
un fin, hay un plan, hay un camino,
Hay
un punto de cita, hay un miraje,
Hay
un afán de búfalo salvaje…
¡El
afán migratorio del Destino!
«Y
hay que llegar al fin, reacio potro,
Saltar
hacia lo azul, sin miedo alguno:
El
bien de las crisálidas es uno,
Y
el bien de los arcángeles es otro.
IX
«Caridad,
Compasión: palabras huecas,
Llanto
de cocodrilo plañidero…
¡Si
una santa mujer, si un jardinero,
Abonan
su jardín con hojas secas!
«Felicidad
total: maldito nombre,
Consigna
del cobarde y del tirano…
¡La
perfección en sí del cuadrumano,
Tal
vez hubiese suprimido al Hombre!
«Ser
algo es ser esclavo: no hay libertos…
¡Todo
marcha en la lógica Suprema:
Desde
el collar de soles de un sistema,
Hasta
cualquier montón de insectos muertos!
«En
vano, Chusma sacra, en vano jipas…
Tienes
que trasponer los Infinitos,
Como
avanza el rocín bajo tus gritos,
Arrastrando
al andar sus propias tripas!
«En
las olas que te alzan y voltean,
Ruedas
al más allá, roja burbuja,
Sin
saber la razón que te rempuja,
Como
no sabe un buey por qué le arrean.
«En
vano, Viejo Adán, en vano exhalas
Blasfemias
de Titán al monte asido:
El
que vendrá después, el Prometido,
Sólo
será un cerebro con dos alas.
«El
Mejor no eres tú, pálido rastro,
Tímida
tentativa en la redoma,
Como
cualquier semilla no es la poma,
Ni
cualquier fuego cósmico es un astro.
«Vas
a tu Superior, a tu Distinto;
Y
ese no te tendrá ni amor ni envidias,
Como
los blancos mármoles de Fidias
Nunca
se doblan a palpar su plinto.
«Tú
caerás en la sombra, y el Ser Nuevo
No
ha de pensar que fue tu desarrollo,
Con
la suma sapiencia con que un pollo
Rompe
y olvida la prisión del huevo.
«Tú
caerás en la sombra, como el cable
Que
fue para escalar muro enemigo,
Como
caen las películas del trigo
En
la racha de viento inescrutable.
«Tú
caerás en la sombra impenetrada
Donde
yace la cáscara ya rota…
¡Donde
van las palabras del idiota,
A
la nada sin nada de la Nada!»
Cual
un Moisés altísimo y tonante
Destacado
en la luz del horizonte,
Parecía
que hablase desde un monte,
Trágico
de razón, el Mendicante.
X
Y
cual un César loco, cuyo manto
Desgarra
él mismo y en el lodo arroja,
Se
puso a deshojar, hoja por hoja,
Su
propio enorme corazón de santo:
«Como
madre sensual dejé mi beso
Sobre
cada bubón de los leprosos:
Y
aquellos besos… ¡ah! son espantosos,
¡Pudren
hasta la médula del hueso!
«Iracundo
de Amor, rompiendo trabas,
No
puse a mi bondad ninguna linde:
Y
la fría Razón, que no se rinde,
Deshonró
mi tonsura con sus babas.
«Como
el ángel de Asís, el gran cristiano,
Quise
decir también ‘hermano Vicio’,
Y
produje la sombra y el desquicio
Dentro
de mi cerebro soberano.
«Cargué
la Cruz sobre mi espalda recia,
Con
la fe de un jayán de ardientes nervios:
Y
aquella Cruz no es carga de soberbios…
¡No
es un deporte olímpico de Grecia!
«La
pensé un talismán, que, no sé cómo,
Consagra
privilegios nunca vistos:
Y
Ella, sobre los falsos Jesucristos,
Pesa
como cien lápidas de plomo.
«Quise
imperar sobre la res vencida
Poniéndole
mi gloria por escudo:
Y
aquí yazgo, famélico, desnudo,
Promiscuando
su cueva y su comida.
«Pretendí
ser el Único, el más solo,
El
que no se apoyase en vida alguna:
Y
estoy, como un expósito sin cuna
Bajo
la noche frígida del Polo.
«Soñé
forjar, por fin, no sé qué obra,
Con
mi sola, gentil conducta extraña:
Y
este mundo burgués, que no se engaña,
Me
pisa, sin mirar, como a su sombra.
«¡Por
eso masco la áspera corteza
De
mi propio desprecio indefinible,
Con
la vil sensación de lo imposible
Clavada,
como un clavo, en mi cabeza!…»
No
pudo proseguir… Seco, rabioso,
Como
el gemir de formidable llanta,
Restalló,
de repente, en su garganta,
Suma
de sus angustias, un sollozo.
Aquel
hondo mugido vibró tanto,
Que
traspasó recónditos confines,
Y
sus propios hermanos, los mastines,
Se
volvieron al Fraile con espanto.
XI
Se
repuso por fin, y resumiendo
En
epílogo intenso su discurso,
Comenzó
a despedirse del concurso
Que
a su largo gemido fue surgiendo:
«Todo
es contradictorio, todo vago,
Todo
se ve al través de una penumbra:
La
misma antorcha que en la noche alumbra
Sirve
para el incendio y el estrago.
«Siembran
dos jardineros su simiente,
Idénticas
las dos, una mañana:
Y
el primero cosecha una manzana,
Y
el otro, miserando… ¡una serpiente!
«Yo
no sé qué pragmáticas malditas
Fulminan
a mis obras más amables,
Cual
migración de bestias formidables
Sobre
una floración de margaritas;
«Mas
yo sé que mi cruz, justa o injusta,
Me
postra de rodillas en el barro,
Como
sabe la res que tira un carro,
Que
le rasgan las carnes con la fusta;
«Mas,
yo sé que mi verbo, que mi lema,
No
tienen alma ya donde prosperen,
Como
saben los Césares que mueren
Que
no se pondrán más una diadema;
«Y
yo sé que mi propio epitalamio
Canto
aquí, de mis bodas con la tumba…
Como
el pobre albañil que se derrumba
Sabe
que va cayendo del andamio.
XII
«De
la más ruin pasión a la más alta
Pasan
frente de mí sin que yo sepa.
Llegué
por fin. Ya estoy sobre la estepa
Donde
la sombra de sí mismo falta.
«Fui
grande en el soñar y fui pequeño
El
día de la acción, y eso me pierde…
¡Pero,
no quiero yo que se recuerde
Que
ya es una virtud tener un sueño!
«Que
sobre mí su maldición irradie
La
conciencia vulgar, la ley del hombre,
Perdí
persona, posición y nombre,
Y,
para bien del Bien, ya no soy nadie.
«Nadie
soy, en verdad, pues no me queda
Ni
un ápice de luz, ni un leve perno:
La
musa de lo cósmico y eterno
Cerró
sus alas… ¡encallé mi rueda!
«Se
desató el ciclón. Dios me desgaja,
Y
el Criterio de Dios no se interrumpe…
¡Si
el volcán de sus cóleras irrumpe,
Arde
su Creación como una paja!
«Yo
mismo, sin piedad, no me perdono
Este
luchar frenético de Olimpia:
Criminal
es un bien que nada limpia,
Castigo
es una cruz que no es un trono.
«Sin
ley, ni hogar, ni patria, ni destino,
Como
las hojarascas de la selva,
Dejaré
de sufrir cuando me vuelva
Polvo
bien pisoteado del camino!…
XIII
«Pero,
no quiero yo, de ningún modo,
Que
me perdonen teólogos ateos…
¡A
quien se absuelve, al absolver los reos,
Es
al sublime Artífice de Todo!
«Prefiero
que los sabios, casi estetas,
Que
llaman al dolor ‘idiosincrasias’,
Pongan
motes en griego a mis desgracias…
Para
cobrar más caro sus recetas.
«El
Perdón es la mácula de cieno
Puesta
sobre la clámide de un nombre…
¡Porque
tengo amarguras, ya soy Hombre,
Y
porque soy un hombre, ya soy bueno!
«Hablen
los impecados, a porfía;
Desescamen
la red de sus escamas…
¡Digan
si saben, al dejar sus camas,
Cuál
será su belleza de aquel día!
«Cuando
el Hijo de Dios, el Inefable,
Perdonó,
desde el Gólgota, al perverso…
¡Puso,
sobre la faz del Universo,
La
más horrible injuria imaginable!
«Sepa
por primer vez, el presidiario,
Y
alce su frente mustia y lapidada:
El
más vil… es una alma destinada
Como
el propio Jesús, a su Calvario!
«Somos
los Anunciados, los Previstos,
Si
hay un Dios, si hay un Punto Omnisapiente;
Y
antes de ser, ya son, en esa Mente,
Los
Judas, los Pilatos y los Cristos!»
XIV
Dijo,
y al ver que con cobarde espanto
Murmuraba
la turba, gritó fiero:
«¿Dónde
está el miserable que primero
Vino
a regar mi pecho con su llanto?
«¿Dónde
está, dónde rasca los residuos
De
su mordiente lepra inveterada…?
¡Para
lanzar a él toda esta nada,
Y
untarle mis consuelos más asiduos!
«¿Dónde
está, dónde gime, sin la sombra
De
mi pecho de madre sin rencores?
¡Para
tejerle un camarín de flores,
Y
tenderme a sus pies como su alfombra!
«¿Dónde
oculta sus pálpitos de lobo?
¿Dónde
esgrime su trágica energía?…
¡Para
ponerme yo como vigía,
Mientras
urde su crimen y su robo!
«¿En
qué frío pretorio, en qué portales
Tiembla
bajo la toga de sus jueces?…
¡Para
decir, para gritar mil veces:
El
Juez y el Criminal son anormales!
«¿Qué
rincón de hospital le da su asilo?
¿Quién
estudia su mal como en un perro?…
¡Para
ponerme yo bajo del hierro,
Que
desgarra esas carnes con su filo!
«¿Dónde
está su cadáver sin mortaja,
Caliente,
todavía, y ya deshecho?…
!Para
rajar el roble de mi pecho,
Y
labrarle los muros de su caja!
«¿Dónde
están sus despojos sin hermanos,
Sin
nadie que a gemir se les arrime?…
¡Para
poner mi corazón sublime,
Como
una flor de púrpura en sus manos!
XV
«¿Quién
proclama el imperio de lo Injusto?
¿Quién
afirma que a Dios todo le cuadre?..
¡Si
Dios no puede herir, sin ser mal padre,
Ni
siquiera la rama de un arbusto!
«¿Por
qué concebirán todas las mentes
Apóstrofes
al Crimen, fulminarios?
¡Si
los propios chacales sanguinarios,
Como
un blanco vellón, son inocentes!
«¿Qué
moral puede ser esa siniestra
Que
mata todo impulso en la criatura?…
¡Si
la sola razón que no es locura,
Es
hacer Razón misma, de la nuestra!
«¿Quién
habla de Deberes, de Derechos,
De
arrojar a los malos a una pira?…
¡Si
ellos viven sus vidas, sin mentira!
¡Si
no pueden dejar sus propios pechos!
«¿Qué
sable justiciero es esa daga
Que
sólo hiere frentes sin diadema?…
¿Por
qué no abisma el sol, cuando nos quema?
¿Por
qué no seca el mar, cuando nos traga?
«¿Por
qué le ha de dejar el Universo
Vasto
campo a la luz para que vibre,
Y
el corazón de Adán no ha de ser libre,
Y
el alma ha de rimarse como un verso?
«¿Qué
Ciencia miserable es esa ciencia
Que
nada sabe más que el primer día?…
¿Qué
remedia con ver una insanía
Donde
antes vio pasión y no demencia?
«¿Por
qué no es el amparo y el abrigo
Del
insólito y túrpido y obscuro?
¿Por
qué no se levanta como un muro,
Entre
cada infeliz y su castigo?
«¿Porqué
no dice, cuando el viento brama,
Que
hay una aberración en el ambiente,
Y
dice que hay un loco delincuente
Cuando
la sangre ajena se derrama?
«¿Qué
hace de su saber, que yo no envidio,
De
sus ansias de honor, que no son pocas,
Que
no empieza a curar las almas locas
Y
hunde para in eternum el Presidio?…»
XVI
Todos
le contemplaban descubiertos,
Cual
si les atrajese algún abismo,
Y
él, entonces, se alzó sobre sí mismo,
Y
exclamó con los brazos bien abiertos:
«Ven
a mí, recua inmensa, hija del llanto,
Escala
del feliz, Luzbel hediondo…
¡Tengo
todo el secreto de tu fondo,
Por
la misma razón de que soy santo!
«Ven
a mí, rey enfermo, vil canalla,
Quiero
que con tus lágrimas me mandes:
Yo
soy como aquel grande entre los grandes
Que
no dobló su frente en la batalla.
«Sombra
y luz, piedra y alma, seso insano
Y
ángel lleno de dudas y malicia:
Yo
no sé de Razón ni de Justicia…
¡Sólo
quiero saber que soy tu hermano!
«Chusma
ruin, que tus dedos como sondas
Hurguen
en las heridas de mi brega,
Y
palparás al menos, si eres ciega,
Que
las hechas por ti, son las más hondas.
«En
tu árido desierto, soy la palma,
Que
fue sombra, fue templo y fue cenáculo;
Ven
a mí, que devore tu tentáculo
Los
ubérrimos dátiles de mi alma.
«Mi
concepto del triunfo no consiste,
Ni
en lucir, ni en mandar, ni en tener suerte:
Yo
soy el triunfador y soy el fuerte,
Porque
no me acobardo de lo triste.
«Ven
a mí, monstruo amigo, no estoy muerto,
Como
no muere nunca una gran lira:
Que
otros vivan la ley, que es la mentira,
Yo
vivo los impulsos, que es lo cierto.
«Aquí
estoy, si me manchan tus minucias,
Tus
terribles minucias, más me place:
El
obrero mejor, el que más hace,
Tiene
las manos, más que todos, sucias.
«Y
odie el feliz, que es bestia, esta mi fiebre;
Y
me ultraje y repudie, y dé de coces…
¡Yo
amo la libertad, como los dioses,
Y
el feliz, como el asno, su pesebre!
«No
me causa pavor, ni me difama,
Envolver
con mi llanto tu persona:
No
soy el Cristo-dios, que te perdona…
¡Soy
un Cristo mejor, soy el que te ama!
«Quiero
que el salivazo inexorable
Que
cae sobre tu testa, desde arriba,
Mi
soberana testa lo reciba,
Primero
que la tuya irresponsable.
«Pise
sobre mi cuerpo, no perdone,
Toda
la Sociedad, pise y apriete:
No
habrá de conseguir que la respete,
Ni
logrará jamás que te abandone.
«Aquí
estoy, que tu enorme espumarajo,
Cual
una enorme injuria, se derrame…
¡Enorme
cruz, enormemente infame,
Quiero
flotar en ti, como un andrajo!
«Bajé
al abismo, con el alma llena
De
una perpetua luz que no se agota:
Soy
miseria, soy ruina, soy derrota…
¡Pero,
por ley fatal, soy azucena!
«Me
quebré, me rompí, como una clara,
Bruñida
copa de cristal sonante;
Pero,
me queda inspiración bastante,
Para
incendiar el Sol, si se apagara.
«No
hay Jordán que me lave de los rastros
De
tu cáustico roce de vestiglo:
Pero,
yo rodaré, de siglo en siglo,
Proyectándote
luz, como los astros.
«¡Pulpa
sin gratitud, no sabrás nunca
Que
yo luché con Dios, que te moldea!»…
Y
se quedó de pie, como una idea
Que
se va del cerebro y queda trunca.

 

 

Joaquín
V. González – 1916 – Al defender el otorgamiento de una pensión a Pedro
Bonifacio Palacios
Los
poetas son, en realidad, los conservadores, los guardadores del ideal
nacional… Son, en verdad, los poetas, sacerdotes de las naciones. Se ha
olvidado este concepto por muchos pueblos modernos, y por eso es que los poetas
son sinónimos de miseria, de privaciones y de sufrimientos. Antiguamente no era
así; los grandes poetas eran los ídolos de sus pueblos, como lo eran de los
Emperadores y de los Reyes; porque los Gobiernos de aquellos pueblos de luz
antiguos, al decir de Paul de SaintVictor, aludiendo, sin duda, a Marco
Aurelio, eran de filósofos y poetas coronados, sentados sobre el trono del
mundo. En este sentido, cuando los pueblos son gobernados por espíritus
superiores, toda el alma de la nación se levanta a su altura, y por eso, cuando
los pueblos son elevados en su mentalidad y en su sentimentalidad, generalmente
buscan para representarse en las altas esferas de la política o del Gobierno a
los espíritus superiores, puestos a su mismo nivel, y es natural entonces que
el alma del pueblo vibre al unísono de la de sus conductores. Las democracias
modernas, por lo común —y casi nunca .las democracias en formación—, no dan este
lugar en sus Gobiernos a los poetas; sin duda, era una profecía la de Platón
cuando decía que era preciso desterrar a los poetas de la República. La
democracia moderna se mueve por otros cauces y por otras orientaciones; salvo
en los días de sus ansiedades, sus dolores o peligros supremos, ella ha echado
en olvido a sus más poderosos elementos de cultura y conducción de las grandes
masas sociales.

 

 

ALMAFUERTE.
PROSA Y POESIA DE ALMAFUERTE
Prosa
y poesía de Almafuerte. Selección y prólogo de J. L. B. Buenos Aires, Eudeba,
Serie del Siglo y Medio, 1962.
Hace
algo más de medio siglo un joven entrerriano, que venía todos los domingos a
nuestra casa, nos recitó en el escritorio, bajo los azulados globos del gas,
una tirada acaso interminable y ciertamente incomprensible de versos. Aquel
amigo de mis padres era poeta y el tema que solía favorecer era la gente pobre
del barrio, pero el poema que nos dio esa noche no era obra suya y de algún
modo parecía abarcar el universo entero. No me sorprendería que las circunstancias
que he enumerado fueran erróneas; el domingo era acaso un sábado y la luz
eléctrica habría sucedido ya al gas. De lo que estoy seguro es de la brusca
revelación que esos versos me depararon.
Hasta
esa noche el lenguaje no había sido otra cosa para mí que un medio de
comunicación, un mecanismo cotidiano de signos; los versos de Almafuerte que
Evaristo Carriego nos recitó me revelaron que podía ser también una música, una
pasión y un sueño. Housman ha escrito que la poesía es algo que sentimos
físicamente, con la carne y la sangre; debo a Almafuerte mi primera experiencia
de esa curiosa fiebre mágica. Otros poetas y otras lenguas lo oscurecieron o lo
desdibujaron después; Hugo fue borrado por Whitman y Liliencron por Yeats, pero
yo he recordado a Almafuerte a orillas del Guadalquivir y del Ródano.
Los
defectos de Almafuerte son evidentes y lindan en cualquier momento con la
parodia; de lo que no podemos dudar es de su inexplicable fuerza poética. Esta
paradoja o problema de una íntima virtud que se abre camino a través de una
forma a veces vulgar me ha interesado siempre; entre las obras que no he
escrito ni escribiré, pero que de algún modo me justifican, siquiera ilusorio o
ideal, hay una que cabría intitular Teoría de Almafuerte. Borradores de
caligrafía pretérita prueban que ese libro hipotético me visita desde 1932.
Consta, diremos, de unas cien páginas en octavo; imaginarle más es afantasmarlo
indebidamente. Nadie debe dolerse de que no exista o de que sólo exista en el
mundo inmóvil y extraño que forman los objetos posibles; el resumen que ahora
trazaré puede equivaler al recuerdo que deja, al cabo de los años, un libro
extenso. Además, le conviene singularmente su condición de libro no escrito; el
tema examinado es menos la letra que el espíritu de un autor, menos la notación
que la connotación de una obra. A la teoría general de Almafuerte precede una
conjetura particular sobre Pedro Bonifacio Palacios. La teoría (me apresuro a
afirmarlo) puede prescindir de la conjetura.
Es
fama que Palacios, a lo largo de su larga vida, fue un hombre casto.
El
amor y la felicidad común de los hombres parecen haber suscitado en él una
suerte de horror sagrado, que asumía la forma del desdén o de la severa reprobación.
Sobre este punto, el lector puede interrogar la obra polémica de Bonastre
(Almafuerte, 1920) y la refutación (Almafuerte y Zoilo, 1920) que ensayó
Antonio Herrero. Por lo demás, el testimonio personal de Almafuerte es más
válido que cualquier discusión; releamos las décimas finales de la primera
poesía que redactó, intitulada En el abismo:
Yo
soy de tal condición
que
me habrás de maldecir,
porque
tendrás que vivir
en
eterna humillación.
Soy
el alma, la visión,
el
hermano de Luzbel
que
imponente como él,
como
él blasfema y grita.
¡Sobre
mi testa gravita
la
maldición del laurel!
Yo
soy un palmar plantado
sobre
cal y pedregullo:
la
floración del orgullo,
del
orgullo sublimado.
Soy
un esporo lanzado
tras
la procesión astral;
vil
chorlo del pajonal
que
al par del águila vuela . . .
¡Sombra
de sombra que anhela
ser
una sombra inmortal!
Yo,
cada vez que me río,
pienso
que ríe algún otro,
y
cual si domase un potro
no
me trato como a mío.
Soy
la expresión del vacío,
de
lo infecundo y lo yerto,
como
ese polvo desierto
donde
toda hierba muere . . .
¡Yo
soy un muerto que quiere
que
no lo tengan por muerto!
Harto
más importante que la desdicha que las estrofas anteriores declaran es la
aceptación valerosa de esa desdicha. Otros -Boileau, Kropotkin, Swift-
conocieron aquella soledad que cercó a Palacios; nadie ha concebido como él una
doctrina general de la frustración, una vindicación y una mística. He señalado
la soledad central de Almafuerte; éste logró imponerse la certidumbre de que el
fracaso no era un estigma suyo, sino el destino sustancial y final de todos los
hombres. Así ha dejado escrito:
“La
felicidad humana no ha entrado en los designios de Dios y no pidas más que
justicia, pero mejor es que no pidas nada y menosprécialo todo, porque todo
tiene conciencia de su condición menospreciable” (Nota: Parejamente Blake
había escrito: “Como el aire para el pájaro o el mar para el pez, así el
desprecio para el despreciable”. Marriage of heaven and Hell, 1793).
El
puro pesimismo de Almafuerte excede los límites del Eclesiastés y de Marco
Aurelio; éstos vilipendian el mundo pero alaban y admiran al hombre justo; al
que se identifica con Dios. No así Almafuerte, para quien la virtud es un azar
de las fuerzas universales.
Yo
repudié al feliz, al potentado,
Al
honesto, al armónico y al fuerte . . .
¡Porque
pensé que les tocó la suerte,
Como
a cualquier tahúr afortunado!
nos
dice El misionero.
Spinoza
condenó el arrepentimiento, por juzgarlo una forma de la tristeza; Almafuerte,
el perdón. Lo condenó por lo que hay en él de pedantería, de condescendencia
altanera, de temerario Juicio Final ejercido por un hombre sobre otro:
Cuando
el Hijo de Dios, el Inefable,
Perdonó
desde el Gólgota al perverso . . .
¡Puso,
sobre la faz del Universo,
La
más horrible injuria imaginable!
Más
explícitos aún son estos dos versos:

No soy el Cristo Dios, que te perdona.
¡Soy
un Cristo mejor: soy el que te ama!
Almafuerte,
para compadecer enteramente, hubiera querido ser tan oscuro como el ciego, tan
inútil como el tullido y -por qué no?- tan infame como el infame. Ya hemos
dicho que sintió que la frustración es la meta final de todo destino; cuanto
más abatido un hombre, más alto; cuanto más humillado, más admirable; cuanto
más ruin, mas parecido a este universo, que ciertamente no es moral. Así pudo
escribir con sinceridad :
Yo
veneré, genial de servilismo
En
aquél que por fin cayó del todo,
La
cruz irredimible de su lodo,
La
noche inalumbrable de su abismo.
En
otro lugar del mismo poema, dice del asesino:
¿Dónde
oculta sus pálpitos de lobo?
¿Dónde
esgrime su trágica energía?
¡Para
ponerme yo como vigía
Mientras
urden su crimen y su robo.
De
la poesía “Dios te salve”, que esboza o prefigura la misma idea, básteme
transcribir los versos finales :
Al
que sufre noche y día
-Y
en la noche hasta durmiendo-
La
noción de sus miserias,
La
gran cruz de su pasión :
Yo
le agacho mi cabeza, yo le doblo mis rodillas
Yo
le beso las dos plantas, yo le digo: ¡Dios te salve!
¡Cristo
negro, santo hediondo, Job por dentro,
Vaso
infame del Dolor!
Almafuerte
debió desempeñarse en una época adversa. A principios de la era cristiana, en
el Asia Menor o en Alejandría, hubiera sido un heresiarca, un soñador de
arcanas redenciones y un tejedor de fórmulas mágicas; en plena barbarie, un
profeta de pastores y de guerreros, un Antonio Conselheiro (Nota: Euclydes da
Cunha (Os sertóes, 1902) narra que para Conselheiro, profeta de los
“sertanejos” del Norte, la virtud “era un reflejo superior de la
vanidad, una casi impiedad”. Almafuerte hubiera compartido ese parecer. En
la víspera de una desesperada batalla, T. E. Lawrence (Seven Pillars of
Wisdom, LXXIV) predicó a la tribu de los serahin una vindicación de
la derrota y del fracaso, idéntica a la premeditada por Almafuerte), un Mahoma;
en plena civilización, un Butler o un Nietzsche. El destino le deparó los
suburbios de la provincia de Buenos Aires; lo redujo a los años 1854-1917; lo
rodeó de tierra, de polvo, de callejones, de ranchos de madera, de comités, de
compadritos ni siquiera iletrados. Leyó muy poco y también leyó demasiado;
frecuentó los versículos de la Escritura según Cipriano de Valera, pero
asimismo los debates parlamentarios y los artículos de fondo. En América del
Sur, por aquellos años, no se veían otras posibilidades que el catecismo, con
su divinidad que es una y es tres y con su jerarquía eclesiástica, y el negro
laberinto de ciegos átomos que a lo largo de la eternidad se combinan, que
enseñaban Büchner y Spencer. Almafuerte optó por el último; fue un místico sin
Dios y sin esperanza. Despreció, como dice Bernard Shaw, el soborno del cielo;
creía honradamente que la felicidad no es deseable. Su pensamiento acecha en
los rincones de su obra; por ejemplo, en esta evangélica: «El estado perfecto
del hombre es un estado de ansiedad, de anhelación, de tristeza infinita. Federico
de Onís (Antología de la poesía española e hispanoamericana, 1934) ha repetido
que el ideario de Almafuerte es vulgar. Este prólogo quiere razonar lo
contrario. Más de un escritor argentino rige una retórica no menos espléndida
que la suya y harto más lúcida y constante; ninguno es tan complejo,
intelectualmente; ninguno ha renovado, como él, los temas de la ética.
El
poeta argentino es un artesano o, si se prefiere, un artífice; su labor corresponde
a una decisión, no a la necesidad. Almafuerte, en cambio, es orgánico, como lo
fue Sarmiento, como muy pocas veces lo fue Lugones. Sus fealdades están a la
luz del día, pero lo salvan el fervor y la convicción.
Como
todo gran poeta instintivo, nos ha dejado los peores versos que cabe imaginar,
pero también, alguna vez, los mejores.