La apertura democratica

Roque Sáenz Peña

Tenemos el honor de publicar hoy nuevamente un artículo histórico, jurídico, político del Dr. García Garro, amigo y colega.
Interesantísimo, sustancioso y de agradable lectura, para entender cuando el pueblo argentino, latamente considerado, se empezó a hacer cargo de su destino nacional.
Vamos a ello.

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De la Ley Sáenz Peña al triunfo de Yrigoyen:
10 ventanas para mirar la Reforma Política
“El
historiador (al trabajar con una diversidad de agentes causales sutiles y
toscos, inmediatos y remotos), determinado a no ignorar ninguno de estos
agentes y a ponerlos en orden, sólo puede estar de acuerdo y aplaudir. ´Busca
la complejidad´, pueden decir al unísono el historiador y el psicoanalista,
busca la complejidad y dómala”…
… “los
psicoanalistas y los historiadores, cada uno a su manera, son aliados en la lucha
contra el reduccionismo, contra las explicaciones monocausales ingenuas y poco
elaboradas”.
Peter Gay, “Freud for historians”.
Introducción
La Ley Sáenz Peña, tal como se llamó a la reforma
política de 1912, fueron dos leyes complementarias que diseñaron un nuevo
sistema electoral. La primera de ellas dispuso un censo electoral basado en el
padrón de alistamiento militar. La segunda ley estableció el sufragio universal
masculino, secreto y obligatorio para mayores de 18 años, con asignación de 2/3
partes de cargos por elegir a la lista que ganara las elecciones y 1/3 a quien
saliera segundo en los comicios.
El nuevo sistema se aplicaba a la elección de diputados
nacionales, de senadores de la Capital Federal (los de las provincias eran
elegidos por sus legislaturas) y los electores de presidente y vice de la
Nación. Quedaban excluidos del derecho a voto las mujeres, los extranjeros de
ambos sexos, los comprendidos en razones de incapacidad y quienes vivían por
entonces en los territorios nacionales.
La Ley Sáenz Peña cambió sustancialmente las reglas
del juego político y configuró un nuevo escenario que dejó atrás el orden
político vigente desde el final de las guerras civiles, abriendo paso a la
democratización de la sociedad y del sistema político. Con ella se terminó una
forma de ejercer el poder.
Pero este proceso se debe a distintas razones que confluyeron, se
retroalimentaron y se manifestaron en una serie de hechos que van, desde la
sanción de las leyes electorales en 1912, hasta la victoria de Hipólito
Yrigoyen en 1916. En la relación de estas causas y en la lectura integral del
proceso están las razones de este salto cualitativo en la sociedad argentina.
Darío Macor afirma que la reforma política de 1912
consagró una nueva fuente de legitimidad del poder en Argentina: las urnas. Y
desde entonces, “el sistema político nacional se reconfigura a partir del
ingreso del Radicalismo a la competencia por el poder” ([1]).
Entonces, un análisis global el proceso reformista nace con el debate de la Ley
Sáenz Peña y termina con el ascenso de Yrigoyen al gobierno. El proceso
integralmente concebido, desde la discusión parlamentaria, la argumentación,
defensa y crítica de la ley, hasta la efectiva salida del Orden Conservador del
poder, constituyen un todo, en donde, el viejo orden se fue derrumbando y otro
se erigió sobre sus ruinas.
Fueron cinco años en los cuales se sentaron las
bases de la democracia moderna. Dicho proceso debe su resultado a la
confluencia de distintos factores que no pueden aislarse, ni mensurarse en su
justa medida en soledad, sino en una interpretación integral y contextual que
le otorgue un real sentido histórico a cada hecho que contribuyó al desenlace
final.
Planteo, para abordar el tema de este modo, una
serie de puntos de análisis que denomino ventanas
–presuponiendo que son insuficientes y arbitrarias-, desde las cuales mirar y
reflexionar sobre la reforma política. Son 10. A ellas no las pienso
como afirmaciones, aunque algunas lo son, sino como medios para construir
distintas perspectivas que nos permitan rearmar aquel complejo escenario desde
una visión general del mismo, que integre los diversos factores determinantes
en una explicación única de este proceso político.
1. “Hacia la República Verdadera”: Los argumentos
de los reformistas
Lo primero que tenemos que indagar, para tratar de
conocer las causas de la reforma, son los argumentos aducidos por los
reformadores, quienes auspiciaron, elaboraron e impulsaron las leyes
electorales.
Existe consenso en buena parte de la biblioteca
histórica, que la Reforma fue una decisión propia, voluntaria, de la clase
dirigente. Se proponía democratizar la sociedad y avanzar hacia un sistema
político transparente, que constituyera uno de los pilares ausentes de la República.
Para Tulio Halperín Donghi, la reforma era parte de un plan de un sector de
clase dirigente que quería sentar definitivamente las bases “sociales y
culturales para la República auténticamente democrática y
representativa…destinada a integrar plenamente a la Argentina en el mundo de
1910 ([2])”.
Esta idea, de tradición alberdiana, sistematizada
por Natalio Botana y muy difundida por la historiografía actual, explica que,
luego de las guerras civiles, la clase dirigente pensó un país de férreas
instituciones republicanas, sólidas bases económicas, pero oligárquica en el
reparto del poder político. En ella, el liberalismo económico convivía con una
sustancial imposibilidad de ejercer las libertades políticas. La denominaron la
“República Posible” ([3]),
y a ella, luego de que las condiciones sociopolíticas lo requirieran y
posibiliten se debía avanzar hacia una “República Verdadera”. A ese fin
apuntaba la Ley Sáenz
Peña.
Esta visión lineal de la historia y la política de la dirigencia de la época,
cuyo optimismo radicaba en la plena confianza en el capitalismo y la
democracia, no era compartida por todo el arco político conservador, pero si
estaba lo suficientemente asentada en el grupo gobernante que impulsó la
reforma, encabezado por el propio presidente Roque Sáenz Peña, un histórico
antiroquista integrante del sector más progresista de la élite dirigente
nacional ([4]).
Así entendida la Reforma, esta pretendía ser la última etapa de la apertura
democrática y del ciclo de modernización económica, social e ideológica de la
Argentina.
En lo estrictamente político, la Reforma pretendía
devolverle al Estado (y al gobierno) la legitimidad perdida por décadas de sucesiones
políticas antidemocráticas, con elecciones fraudulentas, liderazgos alejados de
las mayorías populares signados por una profunda identidad de clase social. Era
la cura a un sistema político excluyente, plutocrático y elitista que encarnaba
la maquinaria electoral del régimen.
Los problemas políticos del momento fueron
sintetizados por el Ministro del Interior de Sáenz Peña, Inaldecio Gómez,
cuando visitó el Congreso con motivo de debate de las normas. Allí Gómez
afirmó:
“Hay tres grandes males en el país desde el punto
de vista electoral: la abstención de los ciudadanos, la maniobra fraudulenta en
el comicio, la venalidad que hace perder la conciencia de ciudadano al elector.
Y una cuarta dolencia constitucional, que es fuente, origen de todas las otras:
que el pueblo no elige; quien elige es ese estado de cosas, ese mecanismo, esa
maquina de que ya se ha hablado”. ([5])
La Reforma apuntaba a esto. Primero lo hacía con el
padrón militar, que pretendía desterrar las prácticas que emanaban del registro
de enrolamiento, un padrón confeccionado por funcionarios del gobierno, en el
cual eran comunes los errores, “omisiones” e “incorporaciones”, presa siempre
del manejo discrecional. Con la nueva normativa, se evitaba el más “notorio
instrumento del fraude ([6])”.
El sufragio universal masculino, secreto y
obligatorio sería el sustrato material de la democratización de las decisiones
políticas, ampliando las bases de legitimidad de los gobiernos mediante la
masividad de los comicios y su transparencia, garantizada por la libertad de la
manifestación de voluntad electoral, que concedía el carácter secreto del voto.
Se pretendía imposibilitar la aplicación de los vicios de la “política criolla”
como la compra de votos, la coacción al elector, etc.
La Revista “Nosotros”, en pleno 1912, relataba -desde
su prosa joven y alejada de las vicisitudes del poder, el programa que llevaba
adelante la gestión reformista:
“La
presidencia Sáenz Peña…se ha propuesto como programa fundamental la reforma de
nuestras costumbres electorales, la purificación del sufragio, la devolución al
pueblo de la soberanía que le corresponde derecho y que el hecho nunca poseyó
durante nuestra vida independiente, contra viento y marea lo está cumpliendo
con una constancia y una tenacidad que verdaderamente admiran.([7])
La democratización de la sociedad y este salto de
calidad institucional debían ser complementados con el respectivo nacimiento de
los “Partidos de Ideas” que impulsaba el gobierno, que eran una herramienta
política imaginaria (como veremos más adelante) que los reformistas consideraban
necesaria para representar a los ciudadanos en una sociedad de sufragio
transparente y masivo.
Luis Alberto Romero apunta que, además de la
cuestión político/electoral, los reformistas querían integrar los torrentes
inmigratorios y dar un sentido común a la diversidad de una sociedad en
constante movimiento, tratando de lograr la “lealtad” de la ciudadanía al
Estado y la Nación. En este sentido, la reforma, y en especial el voto
obligatorio concebido como “escuela de ciudadanía”, se complementaba con las
macro políticas de la educación “patriótica” y el servicio militar obligatorio
([8]).
La pregunta obligada aquí nace de la real politik: ¿Por qué un gobierno
impulsó una reforma que al final terminó dejando a su establishment político por
siempre fuera del poder? Desde esta perspectiva, eso no tiene respuesta satisfactoria
tal vez. Algunos imaginan un Sáenz Peña voluntarista, con fe ciega en su
proyecto, convencido de que las leyes por si solas serían el factor de cambio
de la sociedad, como parece plantear Eduardo Zimmermann ([9]).
Este relato idealizado del reformismo recoge la
reflexión que antes de asumir el futuro presidente hizo:
“No hemos llegado a una finalidad, pero asistimos a
una transición; por eso veis partidos que se disuelven y partidos que vacilan y
meditan soluciones desinteresadas, dominando patrióticamente el propio instinto
de conservación. Yo no habré de indicaros de llegada ni la forma ni los medios
de la evolución a realizar, pero necesitaba establecer las premisas para partir
de un punto cierto a conclusiones acertadas que vosotros debéis encontrar en
las inspiraciones del patriotismo”.([10])
El presidente hablaba como un eslabón de la
historia, una transición de algo que lo abarca y trasciende. Más allá de la
correspondencia que un discurso pre electoral pueda tener con las verdaderas
intenciones de un político, lo cierto es que sus actitudes previas lo muestran
como alguien casi indiferente a la suerte política del partido gobernante. Tal
vez porque suponía la imposibilidad de efectuar una sucesión que le fuera
favorable. O, como lo imagina esta ventana, un dirigente profundamente compenetrado
de su misión política, que trascendía la próxima elección y los partidos, consciente
de la necesidad del tránsito hacia la “República Verdadera” y de los
sacrificios que se debían hacer. ¿Fue así?
2. Razones no manifestadas, de radicales y obreros
Muchos actores políticos de la época manifestaron que
los motivos que dieron nacimiento a la reforma distan mucho de las altruistas
intenciones que predicaban los reformistas. Para ellos, la audaz maniobra del
régimen se debió más a la presión política de la UCR, los crecientes conflictos sociales y
laborales y la necesidad impostergable de la ampliación política hacia los
extranjeros. La Reforma
apuntaba a construir una precaria, pero imprescindible, pacificación social.
Este enfoque sostiene que la falta de legitimidad
del sistema político era insostenible; no era una cuenta pendiente sino una
falencia casi sistémica que amenazaba con derrumbar todo el orden político. Del
mismo modo, afirman que los reclamos sociales y gremiales de los nuevos actores
emergentes como la clase obrera y los inmigrantes cuestionaban hasta la raíz la
sociedad del momento.
a) Toda la literatura historiográfica cercana
ideológicamente a la UCR, y buena parte del revisionismo ([11]),
afirman que la Ley Sáenz Peña es la consecuencia de la lucha del radicalismo
que comenzó en 1890 junto a los sectores excluidos del sistema político. ([12])
Relativizando su incidencia, esta idea es compartida por muchos historiadores.
Afirman que la reforma política fue una jugada táctica del régimen para
desactivar la amenaza radical que hace décadas venía cuestionado la legitimidad
política del orden conservador.
Quienes afirman esto interpretan como medular las
entrevistas secretas entre Sáenz Peña e Yrigoyen, en octubre de 1910, ([13])
donde se crea un acuerdo tácito en el que suscriben que si el gobierno otorga
la garantía de comicios transparentes, el radicalismo desistiría de la vía
revolucionaria y se presentaría a elecciones.
Haciendo referencia a las revueltas políticas de la
UCR, Ramos Mejía le escribía a su amigo, y por entonces candidato presidencial,
Roque Sáenz Peña, lo siguiente:
“Es necesario concluir de una vez con estas
convulsiones y revoluciones que perturban el normal desarrollo del país y la
única solución que veo es que haya elecciones de verdad, para lo cual es
indispensable la sanción de una ley que garantice a todos la libertad del
sufragio” ([14]).
b) En otro punto, pero en el mismo sentido, se
argumenta que la reforma política pretendía descomprimir la protesta gremial y
social, al igual que los cuestionamientos de quienes estaban afuera del sistema
de decisión política. Estallaron más de cien huelgas, se decretó el Estado de
sitio en varias ocasiones, se sancionó la Ley de Residencia, hubo cinco matanzas de
trabajadores, recordaba el diputado socialista Repetto.([15])
Esta línea de argumentos vincula la Reforma con la
reaccionaria legislación laboral e inmigratoria, haciendo de la apertura
democrática una válvula de escape que compense las restricciones laborales y
las iniquidades sociales. Waldo Ansaldi y José C. Villaruel señalan que la
ampliación del sufragio universal soluciona la crisis de legitimidad política
del gobierno, a la vez que inaugura una amplia y novedosa práctica política
sobre el presupuesto de la aceptación y, por tanto, la “permanencia del sistema
de dominación”. ([16])
c) Algunos recurren a ambos motivos, la UCR y la
problemática social, para justificar la reforma. David Rock sostiene que los
conservadores defendían la reforma política como un medio de “amansar a los
obreros”, favorecer políticamente los socialistas moderados y “debilitar a los
extremistas”. ([17])
La década previa a la reforma se caracterizó por el
crecimiento de la clase obrera, en especial de Buenos Aires y alrededores, al
igual del enorme flujo inmigratorio que llegó al país. Ezequiel Gallo y Roberto
Cortés Conde ([18])
realizan un breve pero detallado relevamiento de las huelgas y movimientos
obreros en los años previos a la
Reforma, que refleja una creciente problemática social, como
la existencia de sectores movilizados detrás de demandas específicas. Esto
explica en buena medida la dureza de la legislación contra los inmigrantes,
dado el carácter de politizado y sindicalizado de ellos, y las pocas conquistas
laborales de la época.
El diputado socialista Juan B. Justo realizó una
explicación que refrenda esta interpretación. En un discurso en la Cámara de
Diputados de la Nación, en mayo de 1912, Justo afirmó:
“Si se asiste a una nueva era política en el país,
es precisamente porque han aparecido fuerzas sociales nuevas, materiales, y no
porque hayan aparecido virtudes nuevas; es porque hay una nueva clase social,
numerosa y pujante, que se impone a la atención de los poderes públicos, y
porque es más cómodo hacer una nueva ley de elecciones que reprimir una huelga
general cada seis meses”.([19])
Reconociendo la seriedad de los argumentos; se debe
afirmar que no se encuentran muchas alusiones del elenco gobernante a la
problemática social y obrera como detonante de la reforma. Del mismo modo, si
bien la problemática de la UCR está mucho más presente, también es importante
reconocer que las revoluciones violentas de los radicales no ocurrían desde hace
años.
Fernando J. Devoto afirma que es casi imposible
extraer declaraciones del presidente reconociendo la necesidad de una reforma
para evitar futuros problemas sociales, “Sáenz Peña parece priorizar la
cuestión nacional por sobre otras cuestiones”, como la obrera o la social. ([20])
3. Una reforma, ¿concedida o conquistada?, ¿Transformismo
o crisis de autoridad?
Como conclusión de las ventanas ya abiertas, emerge
la reflexión sobre si la reforma política fue una conquista del pueblo o una
concesión de las élites gobernantes.
a) Existe un acuerdo importante en torno a la idea
de que el proceso de democratización de la sociedad abierto por Sáenz Peña
constituye, por su rapidez y amplitud, un caso de vanguardia en toda
Latinoamérica y que ubicó a Argentina, a nivel mundial, en el pelotón de las
naciones más democráticas de la época. El carácter combinado de sufragio
universal masculino, voto secreto, participación obligatoria y representación
de las minorías no es un modelo con muchos antecedentes en el sistema político
comparado.
Romero, Botana y Ansaldi ([21]),
realizan análisis comparativos de la
Reforma con los procesos similares en otros países. Con
matices, todos concuerdan sobre lo avanzado de la legislación argentina.
Ahora, los casos europeos y el norteamericano
reflejan que los avances en materia de derechos políticos constituyen el punto
final de una prolongada lucha en donde el sufragio y su ampliación fueron parte
de un programa concreto de reivindicaciones. Algo que es discutible en el caso
argentino.
Para Romero, la apertura democrática, tal como se
planteó en Argentina, es un caso de ciudadanía concedida.
“Nos preguntábamos en que medida fue “conseguida” o
“concedida” (la ciudadanía). Hemos tratado de demostrar que este segundo
aspecto pesó mucho más que el primero: el vuelco hacia las elecciones y el
entusiasmo cívico fueron posteriores a la ley, y no anteriores, y todavía
faltaba recorrer un trecho para poder asegurar que la ciudadanía estaba
constituida” ([22]).
Sin negar la relevancia de la UCR, los reclamos sociales y
la presión de los nuevos actores, lo cierto es que el plan, tal cual dio luz a
la reforma, sólo formaba parte del ideario del elenco gobernante. El voto
universal, obligatorio y secreto, posiblemente tomado del modelo español ([23]),
no formaba parte de ningún programa opositor que haya tenido relevancia central
en la política, al menos en la última década antes de la Reforma. Estas
ideas anidan en el régimen, y sólo desde allí nacieron las polémicas y debates,
muy ricos y esclarecedores, como los suscitados con motivo de las sanción de
las leyes electorales ([24]).
Paula Alonso hizo un relevamiento de las
iniciativas legislativas presentadas por el radicalismo en los tiempos de la
resistencia, y si bien existe una preocupación marcada por lo
político/electoral, no se esboza siquiera un proyecto que reúna al menos una
parte sustancial de los elementos de la Reforma de Sáenz Peña. La mayoría de los
proyectos sólo apuntaban a “restringir los instrumentos institucionales que
podían ser empleados por el gobierno nacional con fines políticos” ([25]).
Pero la ley Sáenz Peña fue mucho más que eso. La
reforma fue parte de un proceso de construcción de ciudadanía compulsiva -motivada
por distinta razones- y que, junto con la enseñanza pública, y en menor medida
el servicio militar, constituían políticas obligatorias destinadas a dar forma
y contenido a la nacionalidad, cuya instrumentación es atribuible, en su parte
sustancial, a la pura decisión política de las élites gobernantes.
b) También, reinterpretando las dos ventanas
abiertas antes, y recurriendo a (las lógicamente implacables pero a mi entender
un tanto forzadas para nuestro caso) categorías del pensamiento del marxista
italiano Antonio Gramsci, Waldo Ansaldi caracteriza a la Ley Sáenz Peña como un
iniciativa “transformista”, entendiendo a esto (desde Gramsci) como la “acción
que procura decapitar política e ideológicamente a las clases subalternas
mediante la integración de sus intelectuales” ([26]).
Para Ansaldi, el régimen quería “descomprimir la presión” de los sectores
sociales excluidos del sistema, integrándolos en la arena política. Esto fue:
sumar a la UCR y
al Socialismo a la disputa electoral para prevenir una revolución o un
cuestionamiento económico social general de las relaciones de dominación.
Para Ansaldi, el caso de la Reforma se acerca más a
un proceso de ciudadanía conquistada y las razones que pesaron fueron
primordialmente las sociales y políticas.
Sin dejar de reconocer la originalidad del análisis,
no parece que una impugnación total del régimen capitalista haya existido como
amenaza cierta en el horizonte político. Existían reclamos, graves problemas
sociales; pero una situación de insurrección general no era imaginable
siquiera. La Argentina
de 1912 no era la Rusia
de 1917.
Más adecuado, y pidiendo permiso, parece ajustar la Reforma a otro concepto
del repertorio gramsciano: el de “crisis de autoridad”. Para Gramsci, la crisis
de autoridad se dan “cuando la clase dominante ha pedido el consenso, entonces
no es ya “dirigente”, sino únicamente dominante… Las grandes masas se han
separado de las ideologías tradicionales, no creen en ya en lo que antes
creían”([27]).
Este planteo sostiene que el Orden Conservador estaba
vaciado de legitimidad política, y sólo la apertura democrática podría hacer
recuperar el consenso perdido y hacer otra vez que la clase dominante vuelva a
ser dirigente. Gramsci destaca que estos períodos, las crisis de autoridad,
pueden prolongarse en el tiempo y su “solución” puede venir “desde abajo”, lo
que implicaría un cambio revolucionario; o “desde arriba”, donde la clase
dominante recupera la hegemonía en toda su dimensión.
Desde 1890 el régimen agonizada por su vacío de
legitimidad. Pero, llamativamente desde el 1916 a 1930 no se impugnó en
términos generales las bases materiales y las relaciones económicas construidas
desde 1880, algo que recién sucederá en la década del 40. Las luchas obreras o
las manifestaciones violentas del anarquismo fueron expresiones de malestar
social pero jamás estuvieron articuladas en una corriente de opinión política que
tuviera pretensión hegemónica.
La Reforma, mirada desde aquí, fue una solución desde
“arriba” al problema de la “crisis de autoridad” (sistema político); pero la hegemonía,
es decir el consenso construido en torno al régimen capitalista, integrado a la
división internacional del trabajo, de libre mercado, etc. de la Argentina (estructura
económico social), jamás se vio amenazada.
Tal vez pueda ser poco atractivo (como ejercicio de
reflexión intelectual digo) afirmar que en la Argentina del centenario
existía una situación de conformidad general tácita con la sociedad en la que
vivían los argentinos. Al menos en los términos en que las sociedades de esa
época expresaban su “conformismo”. Y, que a la par de ese acuerdo al “modelo”,
sí existía un rechazo mayoritario hacia el sistema político de la oligarquía.
Igual de antipático para quienes idealizan el
radicalismo de 1916, aunque muy repetido por los historiadores, es afirmar que
el modelo económico de Yrigoyen y el de Alvear fueron lo mismo; o peor aún; que
reconociendo avances, la UCR
en el gobierno no dio un giro brusco a la política económica del orden
conservador.
4. Los alcances reales de la democratización
Varios autores cuestionan la dimensión real de la
democratización política que impulsó la Ley Sáenz Peña. Relativizan el alcance de la
universalización del voto. A la exclusión de las mujeres, agregan la situación
de los extranjeros no nacionalizados, los empleados públicos sin derecho a
voto, los ciudadanos en los territorios nacionales que estaban excluidos del
padrón electoral y el nivel de abstencionismo del comicio, esto último entendido
como el porcentaje de inscriptos en el padrón que no ejercieron el derecho
efectivo del sufragio, que rondó el 37%.
Tomando como base las elecciones para electores
presidenciales de 1916, y considerando todos estos factores, Gallo y Cortés
Conde sostienen que:
“La Ley Sáenz Peña, que establecía el voto
obligatorio y secreto, estuvo lejos de significar la participación de amplias
masas de la población (e inclusive de los sectores medios en su conjunto)… Esto
explica por qué, en 1916, en los distritos decisivos (Capital, Santa Fe,
Córdoba, Buenos Aires), a pesar de la Ley Sáenz Peña, el porcentaje de votantes
sobre la población total no superó nunca el 10 por ciento”.([28])
Como dije, si bien este punto es compartido por
muchos historiadores; una interpretación ajustada a su contexto histórico, y
con una mirada comparativa de su pasado reciente, no puede dejar de apuntar la
enorme apertura que estableció la Reforma.
Si pensamos que, en las elecciones de 1916, 745.875
ciudadanos emitieron su voto ([29]).
Y lo hicieron en una elección secreta, que fue la más transparente que había
conocido el sistema electoral hasta ese día y lo contrastamos con una
democracia fraudulenta, que emanaba de un círculo político cerradísimo,
compuesto por no más de 200 personas con poder real; así planteado: la elección
del 7 de abril de 1916 fue el acto más democrático de la historia argentina.
A los números de la elección, debe añadírsele una
perspectiva desde la tradición de la cultura política argentina. Las elecciones
provinciales previas a la Reforma
no eran un punto de comparación. Primero, por la presencia masiva de vicios y
fraudes y en segundo lugar por el constante uso de la Intervención Federal
por la Presidencia
(40 veces entre 1880 y 1916), que servía para disciplinar a los gobernadores y
armar sucesiones y candidaturas funcionales a la Casa Rosada.
La elección nacional previa a la Reforma, la única no
sujeta a control político, estaba plagada de todas las irregularidades mencionadas,
tampoco era masiva, y en definitiva sólo se reducía a una gran negociación
política posterior, donde 200 dirigentes conservadores discutían y negociaban
espacios de poder, con la presidencia como botín de máxima. Sin dudas,
comparado con este cuadro, la Reforma
fue una real democratización de la política.
5. Un nuevo sistema político para una nueva
sociedad
Los enormes cambios culturales y demográficos que
ocurrían en la Argentina del centenario influyeron en todos los órdenes de
sociedad. Todo estaba en movimiento, el ciclo histórico del Orden Conservador había
gestado cambios de enormes proporciones, en todos los estamentos.
Entre 1905 y 1915, el crecimiento
inmigratorio fue de 1.522.400 habitantes. El destino era Buenos Aires y el
Litoral. Los habitantes del Litoral moderno que en 1869 apenas superaban el 40%
de la población, en 1914 eran ya más del 64%. La rápida urbanización fue otro
dato central: La población de las ciudades que en 1869 representaba el 29 % de
la población total, en 1914 concentraba casi al 53%.
Estos años coinciden también con la etapa de “gran
expansión” ([31]) del
capitalismo agrario pampeano. Desde el 1880, las exportaciones habían crecido
10 veces, se multiplicaron las inversiones en infraestructura, creció
geométricamente la cantidad de hectáreas cultivadas, etc.
Era una sociedad abierta y móvil, donde todo estaba
en formación y hasta los extranjeros eran extraños entre sí. El país ya no era
“La Gran Aldea”,
todo era diferente en los tiempos de la Reforma. La vida privada, las relaciones humanas,
los vínculos económicos, las divisiones sociales, todo era distinto. Macor,
cuando cursé el Seminario de Historia en mi Maestría en Ciencias Sociales,
ilustraba este período histórico de la sociedad Argentina citando con gran precisión
descriptiva al sociólogo norteamericano Marshall Berman, quien tituló a su
principal obra recurriendo a una cita de Marx en el Capital: “Todo lo sólido se
desvanece en el aire”. ([32])
Eso pasaba en la Nación
de la Reforma,
no sólo fueron muy grandes los cambios, sino que se sucedieron con una rapidez
sin precedentes.
Cabe reflexionar ahora acerca de que si es posible
gobernar una sociedad de masas, donde ya existen varias ciudades con más de
100.000 habitantes y una metrópoli con Buenos Aires donde viven más de un 1.600.000
habitantes, con un sistema político cerrado, elitista, pensado para una país
con 10 veces menos de habitantes, que no previó ni la urbanización, ni este
exponencial crecimiento en todos los órdenes, especialmente del torrente
inmigratorio. Sin duda que no, la sociedad era otra, y requería de un nuevo
sistema político.
Y hay más. Otro factor impulsa los cambios. Como
condición de su elitismo y aislamiento, las clases dirigentes criollas se
reservaron para sí el monopolio de la representación política, y en especial de
los cargos de decisión. Esta situación se daba con mayor fuerza en Buenos
Aires, donde los inmigrantes y sus descendientes estaban más politizados y
sindicalizados. En el interior, en cambio, la incorporación de los extranjeros
al sistema político, si bien en forma gradual, se fue dando. Pero en términos
generales, seguía siendo excluyente.
Las nuevas clases sociales veían en la política
también una de las oportunidades para el ascenso social. Los partidos
tradicionales daban cabida sólo a las figuras y apellidos históricos. En la
UCR, o hasta en el PDP, las nuevas generaciones argentinas, surgidas de la
mezcla con los inmigrantes, encontrarán lugar para hacer política. No fueron
casuales los primeros resultados electorales de la Capital Federal y las
provincias de Santa Fe, Entre Ríos ([33])
y Córdoba ([34]),
donde la urbanización, el crecimiento económico y la inmigración tenían mayor
impacto.
El problema radicaba en la crisis de legitimidad de
un sistema político que fue funcional en 1880, pero se mostraba incapaz para
reflejar y representar los intereses de la sociedad de 1916. Es evidente que,
en la medida que Argentina crecía en todas sus variables económicas y sociales,
el sistema político se hundía en el desprestigio.
Las prácticas de 1880 tal vez no diferían
sustancialmente de las de 1910, pero ya no se podía aceptar que gobierno de
“notables”, en el que importaba la opinión de apenas unos cientos de personas,
represente a millones. El proyecto de Alberdi debía ser revisado, y era una
cuenta pendiente de la política.
Las élites forjadas por el Orden Conservador no
sólo eran políticamente irrepresentativas para el conjunto de la sociedad. Lo
peor era que difícilmente pudieran expresar costumbres, culturas y conductas
tan distantes a las propias, aunque se lo propusieran. Resulta difícil de
concebir que, cuando un hombre equivale a un voto, la oligarquía pueda ejercer
el monopolio de la representación.
La universalización y obligatoriedad del sufragio
fue un recurso para nutrirse de la legitimidad perdida y, al abrir las puertas
a los nuevos electores de esa nueva sociedad, era previsible que el sistema
político cambie y se aggiorne a las nuevas demandas presentes. La apertura
hacia las urnas se llevó puesto al sistema político de la oligarquía. No fue
inocente el rechazo al voto obligatorio que profesaron los conservadores. Con
este nuevo marco, el esquema de “hegemonía cerrada”, tal como lo define Robert
Dahl, era ya inviable.([35])
6. Metamorfosis de la representación política
Como consecuencia del escenario advertido en la
ventana anterior, el sistema político procesó los cambios y engendró nuevas
herramientas para recuperar la legitimidad política. Retomando el hilo
conductor que trazamos en el punto pasado, una perspectiva a considerar, que
explica en buena medida la integralidad del proceso reformista, es el análisis
que hace la Ciencia Política de los Modelos de Representación.
a) Siguiendo el esquema teórico propuesto, y
basándonos en las ideas de Bernard Manin y Juan Abal Medina ([36]),
podemos caracterizar al Orden Conservador como parte de una Democracia de “Notables”,
conocida en la política comparada como “Parlamentarismo”. Es el modo de
representación de las repúblicas parlamentarias europeas de fines del siglo
XVIII y el siglo XIX y las democracias presidencialistas americanas del siglo
XIX.
La no integración de las minorías era un elemento
electoral predominante en este modelo. Los que votaban eran muy pocos, entre los
que se encuentran todos los “notables”. Era una ciudadanía restringida que
generaba un cuerpo electoral muy uniforme, propio de una democracia de élites.
La falta de oposición y control de las elecciones daba lugar al fraude y la
manipulación electoral. Aquí nacieron los partidos políticos, que emergieron
dentro de los parlamentos o del propio sistema de poder, sólo como expresión de
los distintos intereses allí dentro representados. Estos partidos no tenían
existencia fuera de los parlamentos, salvo para el breve y reducido proceso
electoral. El político era un hombre de recursos económicos que vivía “para la
política” y no de ella.
Para el votante de este modelo, el vínculo con su
representante era de carácter personal, generalmente asociado al prestigio
personal del votado y a su estatus socioeconómico predominante en la sociedad
que representaba. Funcionaba así porque los votantes activos, que incidían
realmente en las elecciones, eran un pequeño número, muy homogeneizados en
términos de clases sociales y patrones culturales. Era una representación
aristocrática, los elegidos eran miembros de la élite y la elección parecía más
una asamblea en un club burgués.
Prescindiendo del parlamento como referencia
política e incorporando la institución presidencial como punto de partida para
el análisis, así fue la elección de los presidentes argentinos desde Mitre a
Roca. O La elección de gobernadores de cualquier provincia en la segunda mitad
del siglo XIX.
b) A este modelo de la democracia de “Notables”, le
siguió el Modelo de Partidos Políticos de Masas, “la Democracia de
Partidos”. La misma es el fruto del crecimiento de la población, la
urbanización y el desarrollo económico e industrial que hicieron emerger nuevos
actores sociales como los trabajadores, la clase media, los inmigrantes, etc.,
tal como vimos.
Este modelo, instalado desde la segunda década del
siglo XX, se corresponde con la democratización de la sociedad, la ampliación
de la ciudadanía a todos los sectores mediante el sufragio universal. El Estado
cobra centralidad en la sociedad y las decisiones estatales para la vida de los
ciudadanos se volvieron fundamentales. Es un sociedad mucho más populosa, que
se complejiza, y donde se entrecruzan distintos intereses vinculados a clases
sociales, aspectos religiosos, de nacionalidad o culturales.
Los partidos políticos si querían representar a los
ciudadanos debían ser el reflejo de las divisiones sociales, constituyendo una
“homología estructural” ([37]).
La representación política perdió la condición de confianza “personal” propia
de los partidos de notables, para adoptar la forma de representación de
intereses.  También se masifican las
campañas, crecen y se despliegan territorialmente los partidos. Una lógica de
masas penetra toda la actividad política y electoral.
Alonso destaca que “La UCR no participó de manera
activa en la política del país hasta 1912, pero sus dirigentes construyeron una
estructura partidaria organizada en comités provinciales, capitalino y
nacional” ([38]).
Agregando similitudes del esquema teórico con
nuestro caso, el Modelo de Partidos de Masas se combina con el sistema
electoral que incorpora las minorías, como el sistema proporcional o el de
lista incompleta.
Ese fue, en términos generales, el sistema de
partidos políticos argentinos luego de la Ley Sáenz Peña. Al menos en su
génesis.
c) Creo, que para ser más justo con el caso
argentino, a las consideraciones de Manin y Abal Medina debemos agregarle algunas
reflexiones de la teoría de “Las democracias delegativas” de Guillermo
O´Donnel. Para este autor, las democracias recientes tienen una mayor tendencia
a la delegación del mandato en el presidente que a la construcción de una
representación efectiva de intereses en el parlamento como existen en las
democracias europeas.
Según O´Donnel, estas son cualidades de los sistemas
nacientes que denotan fragilidad democrática. Uno de los elementos, el que
quiero resaltar, es la relevancia central de la institución presidencial en la
construcción del vínculo representativo. Es innegable que este factor está
presente en Yrigoyen, y en toda la evolución posterior del sistema de partidos
en la Argentina, y constituye una de las razones de la debilidad del sistema de
partidos. Pero a eso lo dejaremos para otra ocasión. ([39])
d) También considero oportuno caracterizar a las
relaciones entre clases sociales y partidos, reconstruyendo el caso argentino,
que dista mucho del ejemplo de las democracias europeas. Aquí sigo a Ansaldi,
para quien en Argentina:
“(Los) partidos no guardan correspondencia exacta
con las fracturas de clase: la UCR no es exclusivamente el partido de las
clases medias urbanas, el PS no lo es del proletariado industrial, ni el PDP de
los chacareros del sur santafesino o de los burgueses rosarinos, como tampoco
los Conservadores son sólo la cara política de la burguesía. Es que, en la
Argentina moderna, la conciencia de la movilidad social, la aspiración del
ascenso social individual, prevalece sobre, desplaza la conciencia de clase.
Esta circunstancia dificulta la efectiva constitución de una estructura social
definidamente clasista. Clases por hacer, clases que están siendo, no
cristalizadas, tienden a expresarse en agrupaciones políticas capaces, en mayor
o menor medida, de aglutinar voluntadas provenientes de distintas posiciones de
la pirámide social. Tal vez ello explique por qué la forma ´movimiento´ sea más
efectiva que la forma ´partido´”.([40])
e) Esta mirada, así planteada y con los aportes de
O´Donnel y Ansaldi, articulada con la ventana anterior, describe el tránsito de
un modelo de representación de “notables” hacia la representación política de
partidos de masas.
La UCR venía haciendo campaña hace más de 25 años,
tenía una estructura territorial compuesta por cuadros militantes, y fue la
expresión más autentica del nuevo modelo de representación, tanto en lo
político/ideológico como en lo económico social. La presidencia de Yrigoyen es,
mirada desde aquí, la consecuencia de la metamorfosis de la representación
política causada por el voto obligatorio, la lista incompleta, la
universalización del sufragio y la transparencia electoral impulsada por la Reforma.
Así lo entiende Abal Medina:
“La nueva legislación permite la victoria del
candidato radical, Hipólito Yrigoyen, en 1916 y la llegada de la democracia de
masas al país. Organizativamente, la UCR era un partido de masas que había
desarrollado en los años de oposición antisistema una fuerte estructura
política territorialmente implantada”.([41]
7. Silencios y voces en el debate de la Ley Sáenz
Peña
El tratamiento en el Congreso de la Nación de la
Reforma, a fines de 1911 y principios de 1912, fue un trámite rápido donde
primó la decisión presidencial, los resortes de presión del gobierno nacional y
el comisariato que el ministro del Interior ejerció sobre el tratamiento. Aun
de ese modo, fue un intercambio rico en ideas, visiones ideológicas y
argumentos. A pesar de haberse producido entre los políticos del régimen, el
mismo dio muestra de la amplitud de criterios y lecturas de la realidad que
existía. Gran parte de los temas abordados giraron en torno a los detalles más
polémicos del nuevo sistema electoral, especialmente la lista incompleta, o
representación de minorías.
Pero el análisis del debate deja muchas puntas
desde donde se puede leer lo que pensaba la élite política sobre la Reforma, el
presente y futuro inmediato del país. Quiero hacer aquí una lectura breve, pero
puntillosa, de las intervenciones de los legisladores, buscando los conceptos
esbozados entre líneas, tratando de destacar lo que se omite e interpretar lo
que se afirma, en el contexto de las distintas ventanas desde donde miramos el
proceso.
a) Lo primero que llama la atención es la
diferencia de criterios acerca del rol del pueblo en los procesos políticos y
la diferente valoración del reclamo de transparencia y participación en las
elecciones que expresaba mayoritariamente la UCR. Para el diputado Lucas
Ayarragaray, el pueblo argentino era un ausente con aviso y la Reforma le era
indiferente en todo sentido. Sin ocultar una profunda subestimación por el
elemento central de la vida democrática, Ayarragaray afirmaba en el recinto:
“Cuando el pueblo está siempre ausente y se parece
en nuestras luchas políticas a los coros de las tragedias griegas, que se los
oía pero que no se los veía, es difícil que con una ley artificial se pueda
sacar al pueblo de su retiro; y cuando en las distintas situaciones políticas
que ha tenido el país, regidas por hombres y partidos tan diversos, el pueblo,
a quien se conjura desde hace cincuenta años, no aparece, es como para creer
que es un personaje que no existe aún o que no quiere salir a la escena…([42])”
Esta lectura fue compartida por buena parte de la clase política de la
oligarquía. No sólo fue indiferente, sino también ignorante de la percepción
que del sistema político tenían las clases populares.
Pero también estaban quienes, en minoría pero en
sintonía con el presidente, pensaban que el reclamo popular, y la predica de la
UCR en particular, eran un elemento muy relevante para pensar la Reforma. De
los discursos, se destaca, por su lucidez, el del cordobés Ramón J. Cárcano,
quien en su intervención afirmaba:
“Después de veinte años existe en el país un
partido orgánico, popular, exaltado y pujante, que ha levantado la libertad de
sufragio como bandera, y proclamado francamente la revolución como único resorte
para conquistar sus ideales. Cuando no se ha batido en la revolución, ha estado
preparando la revolución. No procedía por una simple pasión, porque hubiera
sido transitoria; ni por una especulación, porque hubiera transigido. Procedía
por una convicción sincera y profunda, denunciada por una actitud lógica y
continua, aunque extraviada y extrema. Durante un cuarto de siglo, el gobierno
y la Nación han vivido venciendo a la rebelión estallada, o temiendo a la
rebelión por estallar… Y bien, señor presidente, un sistema electoral y una
política, que aleja al ciudadano del comicio y arma el brazo de la violencia,
es un mal sistema y es una mala política”.([43])
b) La alusión a la vigencia efectiva de las
instituciones republicanas y democráticas, al igual que la legitimad de las
autoridades políticas y las elecciones también pueden someterse a contrastes
dentro de los hombres del régimen conservador.
Hoy leída, es hasta graciosa la indignación de legislador
conservador Pastor Lacasa en el debate. En un discurso auto justificatorio,
describe la naturaleza de régimen y su validez democrática con los ojos que la
oligarquía se miraba a sí misma. Lacasa manifestaba su malestar ante las
acusaciones reformistas argumentando:
“He oído decir a esos señores diputados que en la
República Argentina no hay democracia, que aquí no se vota. A algunos de ellos
probablemente les ha pasado lo contrario que a mí; o yo soy un iluso o lo son
ellos. Entiendo que en la República se ha votado, se vota y se votará con el
entusiasmo que dan las épocas… Se ha dicho, señor presidente, que los congresos
argentinos, desde el año 53 hasta la fecha, no han servido sino para mantener
el orden y la unión nacional. Para demostrar lo contrario bastaría abrir las
páginas de los diarios de sesiones, ver los nombres que figuran allí o la
legislación que se ha hecho en el país… Por eso yo digo que en nuestro país hay
democracia. Está viva, y ha dado prueba evidente de ello en todas las luchas
políticas de los últimos años”.([44])
Es Cárcano, nuevamente, quien hace el contrapunto
con Lacasa y sus pares. Un convencido reformista no duda en afirmar que:
“Triunfe el gobierno o triunfe la oposición, ha
triunfado siempre la unanimidad. Hemos visto contiendas armadas, pero
propiamente no hemos visto luchas electorales. El candidato oficial ha
suprimido la disputa en el comicio, y la ausencia de disputa, ha convertido el
comicio en una función administrativa…Han caído los gobiernos, se han
restablecido, reemplazado, renovado, y en el movimiento, no ha prevalecido el
impulso sincero del voto libre… Antes de honrar con la ciudadanía, dentro de
nuestra democracia, necesitamos garantir el voto libre sin el cual no hay
democracia”. ([45])
Algo llamativo del debate en este punto es que
luego de impugnar lo medular del argumento de la Reforma que predicaban Sáenz
Peña e Inaldecio Gómez, los hombres del régimen votaban a favor de la Ley del
presidente. Justificándose, y defendiendo la ley al mismo tiempo, haciendo
malabares discursivos, el Senador Pedro Olaechea y Alcorta decía: “Se ha dicho, quizá con alguna exageración,
al demostrar la justicia, la oportunidad y la conveniencia de esta reforma, que
la República Argentina había llegado al colmo del fraude, del escándalo y de la
corrupción en materia electoral
.”([46])
c) Tal vez el mejor reflejo el pensamiento de la
“República Posible” es la erudición de Joaquín V. González. El riojano, en una
extensa alocución, aborda todos los tópicos salientes de la Ley, cuestiona
puntos y propone algunas modificaciones como la circunscripción uninominal
(fiel en parte a su proyecto de reforma de 1902), pero termina aceptando la
necesidad del nuevo sistema electoral, en especial del voto obligatorio; pero
lo hace desde el reconocimiento y la justificación de lo hecho. Joaquín V.
González, un dirigente quintaesencia del régimen, sentencia:
“Este país, según mis convicciones, después de un
estudio prolijo de nuestra historia, no ha votado nunca. El sufragio universal,
en la extensión deseada de esta palabra, no se ha practicado en la República Argentina”.([47])
Esta afirmación
categórica no le impedía reconocer y defender lo que consideraba como los
enormes logros de la generación del 80. Acorde a González, si la Reforma
conseguía los resultados propugnados por los reformistas, “nada ni nadie podrá impedir que la educación y las costumbres políticas
de nuestro pueblo se coloquen a la misma altura de los adelantos que le han
conquistado su prestigio económico y su alto rango social en la civilización
contemporánea
”([48]).
Para González, la Reforma era la última etapa de un camino de progreso
innegable.
d) Algunos discursos, como el de Benito Villanueva,
una especie de personificación del fraude, eran contradictorios, casi
paradojales. Pero en casi todos sobraron, a lo largo del debate, abismales
errores de cálculo político, centrados en la construcción imaginaria de un
escenario, a futuro inmediato, casi inmodificado por la Reforma. Estaban
convencidos de que ganar las elecciones sería casi un trámite para el gobierno,
y a radicales y socialistas les quedada reservada una dura pelea por la minoría.
De todos ellos, fue el del Julio A. Roca (h),
heredero de la síntesis del orden conservador, el que erró todos los
pronósticos en su defensa de la circunscripción uninominal contra el proyecto
oficial. En el recinto dijo:
“¿Por qué
no decirlo, si no existen los partidos argentinos, si no existen los partidos
tradicionales, si todos los hombres estamos confundidos? ¡No! ¡Es que los
partidos políticos, los tradicionales, los partidos gobernantes, están dispersos
o han desaparecido! Los que existen son los que se están formando allí abajo,
los que están elaborando la voluntad política de mañana; los que no ha tomado
en cuenta en su revista al señor ministro del Interior; los que tienen su
opinión en todas las cuestiones y tienen sus rumbos en todos los asuntos; los
que saben lo que quieren y a dónde van, los partidos que van a venirnos a
exigir a las puertas de este Congreso la reforma ineludible, impostergable de
nuestra legislación social (NdeR: lo dice por el Socialismo). Son los partidos
a los cuales cerrará la puerta por mucho tiempo el sistema de la lista
incompleta, tan nocivo en este concepto como el sistema de la lista íntegra”.[49]
Primero, argumenta
que la Reforma, tal cual la plantea Sáenz Peña, le cerrará las puertas
electorales al socialismo y la UCR. Llamativamente, al año de discurso, y Reforma
mediante, el Socialismo gana las elecciones en la Capital. Luego, Roca sostiene
que no existe un partido del oficialismo, pero afirma que esa situación le es
indiferente a la hora de triunfar electoralmente. Y en ese sentido describe:
“Lo que va
a fomentar la lista incompleta, contrariando las legítimas aspiraciones del
señor ministro del Interior, es una especie de sociedades filiales, de partidos
hijos del gran partido gobernante, partidos semi soberanos, que tendrán
designado su sitio en el reparto ulterior de las bancas, sin cometer por eso la
felonía de ser miembros del gran partido gobernante y disfrazarse bajo ese
título; pero serán las agrupaciones que más se aproximen al partido gobernante
y que tendrán por amparo de la ley un sitio, una posición, una representación
en el Congreso”.[50]
Mezcla quizá de
deseos y proyecciones, Roca describe que luego de la Reforma, el sistema
político y de partidos será prácticamente igual a lo que fue desde 1880. Piensa
que los partidos nacionales son imposibles y que lo que quedará en pie será un conjunto
de oligarquías políticas provinciales, vertebradas y ordenadas en torno al
poder presidencial. Yrigoyen y la UCR refutarán todos sus pronósticos en 1916.
e) Del debate se recogen las distintas lecturas de
la Reforma que anidan en el régimen conservador. No se puede concluir que hayan
existido temores de la clase gobernante ante las demandas sociales y gremiales,
tampoco el miedo determinante a la UCR  (más
allá del peligro insurreccional que se menciona) está en el centro del debate.
El horizonte de sentido de la reforma es la
legitimidad de orden político, como reconstruir el vínculo desde el gobierno con
los ciudadanos, erosionado por años en el poder. También está manifiesta la
necesidad histórica de dar el paso restante de su proyecto modernizador. Los
Conservadores no creen que exista una alternativa a su proyecto, para ellos las
otras expresiones políticas están condenadas a ser actores secundarios.
Se percibe, en casi todas las intervenciones, una
lectura muy autorreferencial de la política, una oligarquía que miraba a la
sociedad desde sí misma y entendía sus problemas como los únicos. La imagen que
queda después de leer el Diario de Sesiones es la de un observador pasivo que
miraba desde un balcón lateral como la historia se llevaba por delante -y hacía
saltar por los aires- todo lo que concebía por sociedad, poder y política.
8. ¿Caos en el orden conservador?
Otro punto a considerar, que sobrevolamos en
ocasiones ya, es el hecho de determinar cuan homogéneo era lo que el reformismo
llamaba la “vieja política del régimen”. El interesante texto de Fernando
Devoto ([51]),
realiza una radiografía interna de la clase política del orden conservador. Y lejos
de describir un bloque homogéneo, el repaso de actores y coyunturas muestra
conflictos internos, intereses contrapuestos y una heterogeneidad en casos
irreconciliable, que revelan una fragilidad política interna del régimen que no
es muy percibida por el resto de los historiadores.
a) Devoto afirma que al momento de la Reforma, la
clase política en el poder, podía ser divida en tres grandes bloques. En primer
lugar, el grupo reformista, encabezado por el Presidente. Segundo, sus
adversarios internos, compuestos por los restos del roquismo y los sectores
afines al presidente saliente, José Figueroa Alcorta. Por último, pero no menos
importante, la gran prensa porteña, conservadora, muy opuesta a la política de
Sáenz Peña.
Luego de desarrollar el cuadro de situación, Devoto
sostiene que al momento de llegar al poder el grupo reformista era el espacio
minoritario del régimen. Que por diversos factores, personales y políticos, “el impulsor de una radical reforma política
era (más allá de sus intenciones) un presidente nacido políticamente débil y
cuya debilidad política no haría más que incrementarse con el correr de su
presidencia
”([52]).
Al comenzare su mandato no pudo imponer el nombre del presidente de la Cámara
de Diputados. “La Nación” y “La Prensa”, los principales periódicos, cargaban
diariamente contra su gobierno. Sufría, en el orden federal, la desconfiaba
propia que generaba un árbitro porteño en las disputas provincianas.
Por su principismo, y por las banderas con la cual
llegó al poder, Sáenz Peña prescindió de todo el aparato político del régimen,
experto en los vicios de la “política criolla” y en ganar elecciones. Así
también, el régimen perdía otro de los pilares en los cuales se asentaba ([53]).
Para durar en el poder, el presidente se valió de
algunos resortes fundamentales. El primero fue la institución presidencial, con
todo el peso que implica, que le sirvió para construir acuerdos coyunturales,
cooptar voluntades, presionar a los aliados, etc. En segundo orden, oxigenó la
prensa propia para combatir la formación de opinión de los principales medios.
Y tercero, se valió del proyecto de Reforma Política, para hacerlo el eje
central y su discurso de gestión, para ganar apoyo popular por la fuerza que
tenía la retórica reformista y su impacto en la sociedad.
Devoto sostiene que, una vez apropiado el discurso
reformista por el gobierno, la oposición interna del presidente comenzaba a
mostrarse en desacuerdo con la ambiciosa Reforma, veían al presidente como un
“lírico”, muy concedente a los deseos de la UCR, que podía hacer peligrar la
posibilidad del régimen de triunfar electoralmente en el nuevo escenario.
En definitiva, lo central de esta perspectiva es
tener presente el hecho que:
“Difícilmente pueda hablarse en el momento de la
reforma de la existencia de un orden conservador y por ende es difícil pensar
que el mismo podía realmente articularse, no sólo ni tanto por la enconada
oposición radical sino por la ya definitiva fragmentación del mismo. La Ley
Sáenz Peña no lograría resolver dichos problemas sino que profundizaría aún más
las divisiones del campo conservador… Ya en ese temprano 1912, el optimismo
ante las posibilidades que brindaban las nuevas reglas de juego para mantener
la supremacía conservadora, que muchos historiadores han sugerido, era mucho
menos uniforme de lo que se ha supuesto”.([54])
Así, con este panorama interno, se llegó a las
elecciones con el sistema impuesto por la Reforma. Ante tremenda fragilidad
propia, la vara de méritos requeridos a sus adversarios para lograr una
victoria bajaba considerablemente. La muerte de Sáenz Peña en 1914
profundizaría todos los problemas y dejaría las soluciones a mitad de camino. Lo
que sobrevino, desde el momento que comenzó a aplicarse la nueva ley, fue una
cuenta regresiva en la cual se manifestó la imposibilidad del Orden Conservador
de construir una propuesta única y competitiva.
b) El gobierno intentó armar una propuesta
competitiva propia para las elecciones de 1916. En un armado imposible, trató
de reconstruir el conglomerado de partidos provinciales del régimen bajo la
candidatura de Lisandro De la Torre, un dirigente con rasgos progresistas ([55]),
que expresaba una fuerza de Rosario con influencia política en el sur de Santa
Fe. El Partido Demócrata Progresista, tal como lo llamaron, era una unión
forzosa entre elementos de la nueva sociedad, caso de los inmigrantes
productores del Litoral, con todo el viejo arco político. Este intento político
se edificó sobre la indecisión y el conflicto interno del régimen.
Este experimento de renovación partidaria del
elenco gobernante tampoco tenía capitán. La muerte de Sáenz Peña dejó un vacío
que nadie pudo cubrir. Victorino De la Plaza, quien asumió luego de la muere
del mandatario reformador, era casi una pieza de museo frente al agitado
contexto político. Sin hacerlo público, el nuevo presidente rechazaba la
apertura democrática y estuvo obligado a conducir un proceso no deseado, en un
escenario que no comprendía.
No existía acuerdo entre De la Torre y sus gringos
de la “Liga del Sur” con los viejos criollos del régimen acerca de qué entendían
por partido político, programas, propuestas, etc. Día a día se acrecentó la
brecha entre los sectores conservadores tradicionales y el candidato y sus
referentes. Muchas voces del régimen afirmaron que un candidato conservador
puro, como el caso de Marcelino Ugarte, sería una mejor opción para los
electores.
La construcción del “Partido de Ideas” terminó
siendo para el gobierno una tentativa frustrada que derivó en un engendro de
nombres, programas y fuerzas políticas, aglutinadas desde arriba, de difusa
orientación ideológica y política. Estaba más cerca de ser una suerte de
“Partido de Notables” aggiornado por las circunstancias y robustecido por el
calor del poder del Estado que un partido moderno, que expresara fuerzas
sociales determinadas y se aprestará a representar una sociedad de masas donde
se aprestaban a votar un millón de argentinos.
El propio Lisandro De la Torre analizó su
experiencia política y los lazos que lo unían a sus socios y dio su punto de
vista con una vehemencia sin filtros. Sobre el presidente Victorino De la
Plaza, en cartas enviadas a amigos, De la Torre decía: “Despreciable mil veces me parece la de Plaza, el coya hipócrita y
traidor por naturaleza que movido por rencores seniles, ha atizado todas las
intrigas oculto
” ([56]).
Reconociendo las dificultades de construir una única propuesta, De la Torre se
refería a los conservadores diciendo:
“Uds. son conservadores, clericales, armamentistas,
antiobreristas, latifundistas, etc., etc. Y nosotros somos demócratas
progresistas, de un colorido casi radical-socialista: vaya Ud. a fusionar
eso”.([57])
Parecía que De la Torre estaba más para ser el candidato
de la oposición que de su propio partido. El PDP fue un rotundo fracaso que
terminó tercero en las elecciones, incluso detrás de las fuerzas provinciales
conservadoras que, estando originalmente en su armado, no pudo representar
electoralmente en definitiva. Sólo el odio a Yrigoyen y la UCR, sumado al
pánico de salir del poder pudo reunir estos elementos ([58]).
Este fracasó fue el retrato más acabado de la
descomposición política de un régimen que en su caída desesperante recurrió a
un candidato que negaba la esencia de sí mismo y no pudo representar, siquiera,
a sus propios dirigentes.
9. El ascenso de Yrigoyen y la profecía
autocumplida
Así como la política del régimen se sumergió en una
serie interrumpida de desaciertos y fracasos, cabe analizar como la estrategia
electoral de la UCR, desde 1912 hasta la presidencia de Yrigoyen, estuvo
vertebrada en una fila de éxitos electorales, estrategias correctas y mucha fortuna.
a) Luego de la sanción de la Ley Sáenz Peña, la UCR
dudaba en abandonar su política intransigente y concurrir a las urnas. La presión
de la militancia partidaria interna fue determinante para retomar la vía
electoral, en el medio de una dirigencia que repartía opiniones a favor y en
contra.
Cuando debutó el sistema electoral diseñado por la
Reforma en el mismo 1912, existía una verdadera incertidumbre respecto a los
resultados. No había encuestas de opinión que marcarán tendencias y la novedad
del sistema hacia imposible trazar comparaciones con las elecciones recientes.
El primer paso fue Santa Fe. Luego de planteos de
intervenciones, denuncias de fraude y de recibir un gesto presidencial que garantizó
la normalidad del proceso. Las elecciones fueron el 31 de marzo. Fue una
campaña intensa. Allí el radicalismo obtuvo la primera victoria electoral en la
era de las elecciones libres de la historia democrática argentina. Ya el 1 de
abril, la UCR festejaba el resultado de las urnas.
Como en un presentimiento, Sáenz Peña se
desentendía completamente de la derrota conservadora y refrendaba su
neutralidad política, como un espectador de lujo. En el discurso que dio luego
de la primera elección bajo el imperio de su ley, el presidente dijo:
“…es
menester que los gobiernos se coloquen sobre los partidos… Mis conciudadanos me
tienen acreditada su confianza y no dudan de mi imparcialidad. Es y será la
conducta invariable que ha de inspirar a los miembros del Ejecutivo Nacional,
obligados por sus convicciones y su pública adhesión a mi programa. El gobierno
nacional prescindirá…”([59]).
El próximo paso era la Capital Federal y los comicios
complementarios en el resto del país. La cita era el 7 de abril. El envión del
triunfo santafesino fue fundamental, su repercusión creó un clima favorable a
la UCR. “Si la campaña de Santa Fe había
durado casi un año, esta no lo fue más de tres días. Durante ese angustioso
plazo, la ciudad se pobló de tribunas, banderas y charangas”.
Fue una
campaña sin precedentes, moderna y masiva, que “confirmó la presencia entusiasta de grandes concentraciones populares,
la creciente pujanza de que estaba dando muestras el radicalismo
”. ([60])
Los conservadores en todos los distritos
reprodujeron, una y otra vez, todos los vicios políticos que prometieron purgar
cuando votaron la Reforma. Contra todo esto, el radicalismo ganó en la Capital
el 7 de abril. La minoría fue para los Socialistas, tercero el gobierno. A la
oligarquía se le quemaron los papeles, el resultado era inexplicable. Un nuevo
país había nacido, y la clase dirigente se desayunó de eso en estos comicios ([61]).
Las elecciones Santa Fe, donde volvió a ganar el 7
de abril el radicalismo por amplia mayoría, el triunfo en Capital y las
excelentes elecciones de Córdoba y Entre Ríos fueron la muestra de que una
nueva fuerza mayoritaria había nacido. Fue un golpe de knock out para el
gobierno, que sobrepasado por la realidad no tuvo reacción. Sólo algunos
bastiones provinciales ofrecieron resistencia al avance de la UCR. Pero la
profecía autocumplida de la presidencia de Yrigoyen estaba en marcha y nada la
detendría hasta la victoria de 1916.
b) Pero el ascenso al poder de la UCR no fue sólo
por su prédica arraigada en los reclamos de la sociedad, ni por los golpes de
efecto milimétricamente dados en las primeras elecciones. Existió también una
enorme capacidad política, disciplina electoral, pragmatismo imprescindible y
plena comprensión del proceso histórico en marcha.
Por un lado, la UCR realizó, desde 1912 hasta 1916,
lo que hoy llamaríamos una campaña electoral permanente. Con consignas claras,
discurso efectista, despliegue territorial y con un candidato activo, que
recorría todo el país, hacia múltiples reuniones, charlaba mano a mano con sus
votantes, y sintetizaba mejor que nadie un proyecto político. Todo este
frenetismo contrastaba con el mar de dudas y contradicciones del gobierno.
La UCR fue una expresión política del campo nacional
y popular, pero en este período en particular lavó su mensaje para representar
a cada vez más sectores. Bajo la bandera de la regeneración del régimen político,
la UCR le hablaba a todos los argentinos, saliendo del encasillamiento de clase
y distrito que tenía el Socialismo y del discurso elaborado, excesivamente
ideologizado que sólo tenía a las minorías iniciadas como posibles
destinatarios. Para Rock:
 “En esta
última etapa de formación de coaliciones, la técnica de Yrigoyen de prometer
cambios pero evitando precisar su contenido exacto empezó a dar dividendos. El
radicalismo emergió ahora como un movimiento que trascendía de las divisiones
regionales y de clase; desde su base en Buenos Aires, se difundió rápidamente
hacia el resto del país”. ([62]
La UCR sumaba a todos los actores políticos que
podía. No tuvo escrúpulos en integrar a sectores del viejo régimen en sus
filas. Antes de la Reforma, muchos radicales habían abandonado el tronco
intransigente y militaban en espacios conservadores. Ahora se producía el
proceso inverso. La UCR era “foco de atracción y no de dispersión”. Botana da
cuenta de muchos casos en los que los partidos locales del conservadurismo se
pasaron a la UCR ([63]).
Fueron tantos los pases, que algunos señalaron que “una falange incrédula de aventureros y arribistas se abalanzó por la
puerta que acababa de abrirse
”. ([64])
Yrigoyen y la dirigencia de la UCR mostraron dotes
de conducción política francamente elogiables. En la vorágine, contra el
gobierno, sumaron distintos sectores, los coordinaron con el resto del espacio,
sin contradicciones ni fisuras. Fue un partido de masas, con una conducción
verticalista y organizada. Con estos hombres y de esta forma, luego de más de
25 años en la oposición, y militando, la UCR llegó al poder.
10. ¿La política fuera de control o una fatalidad inexorable?
Como análisis complementario del cuadro de caos del
partido gobernante que describe Devoto, corresponde revisar quienes pudieron
conducir ese proceso y no lo hicieron, o qué salió mal. La tesis central de
Natalio Botana, mediante la cual explica el fin de orden conservador, es la
pérdida del control político, entendido como elemento tipificante de la
hegemonía de la oligarquía. Botana afirma que:
“Todo régimen político tiene una lógica implícita.
La clave del sistema oligárquico residía en el control, subordinado a la
presidencia, de los cargos ejecutivos en las provincias. Sáenz Peña alentó la
reforma desde arriba; cuando sobrevino su muerte los hombres que lo acompañaron
perdieron los resortes de la presidencia. I. Gómez en el Ministerio del
Interior es el hombre del éxito que arranca energías reformadoras a un cuerpo
inerte o, por lo menos, desganado. Vuelto al llano es una figura casi fantasmal
y su esfuerzo se esteriliza. A la postre, este era el resguardo institucional
más importante: mantener una presidencia adicta al plan de reformas… Sáenz Peña
pudo legar nuevas reglas de juego, pero no tuvo tiempo para favorecer –o al
menos amparar con la presidencia- el desarrollo de un nuevo programa
conservador”.([65])
Es una tesis sólida, fundamentada con casi todos
los procesos electorales argentinos antes de 1916. Botana cree que, luego de la
muerte del presidente, De la Plaza “llegó tarde”, encontró una situación que
escapaba a su capacidad de control. Y cuando se desatan las luchas internas que
mencionamos, estas ya dejan de tener sentido político, en términos de la lógica
del orden conservador, porque estaba en riesgo la sucesión global, ya que por
primera vez existía un adversario externo que desafiaba al régimen: la UCR.
Pero Devoto no le asigna a Sáenz Peña una capacidad
como la que le atribuye Botana. Primero, cree que la reforma escapó a los
límites imaginados por los reformistas en el poder. Luego, dice que por debilidad
y por falta de “voluntad política”([66]),
Sáenz Peña no podía cumplir el rol de construir y conducir una sucesión
conservadora. Fue un salto al vacío o una fuga hacia delante.
Para los modestos fines de este trabajo, hacer
historia contra fáctica puede ser apenas un pasatiempo intelectual que queda
para el lector como programa. Pero lo cierto es que, más allá de las
condiciones que señala Devoto, Sáenz Peña hizo y deshizo en términos políticos
en todos los temas relevantes en los que la Presidencia se involucró
directamente. Su poder fue innegable.
Pero también es verdad, que en los últimos años de
vida, fue muy pasivo y permisivo con la UCR en el plano político, lo que dificulta
pensar un escenario que lo tenga como un candidato que le dispute “voto por
voto” a Yrigoyen una elección, o que lo convierta en quien exprese a los
sectores que se volcaron a la UCR. Nunca lo sabremos. Pero esa era la esperanza
de los jóvenes idealistas de la revista “Nosotros”([67]),
que en una editorial afirmaban:
“Aún no existen, sin embargo, los grandes partidos,
que sean algo más, como dice el mismo manifiesto, que “agrupaciones eventuales,
vinculadas por pactos transitorios”… Por ahora no hay más que dos partidos de
ideas, y no son los mayores: el socialista y el radical, y acaso lo es sólo el
primero, pues el Presidente ha venido a sustituir al radical en la persecución
de sus fines. Probablemente, después de este primer ensayo de libre vida
electoral, se inicie la concentración de las fuerzas todavía dispersas en
grandes ejércitos, para librar las grandes batallas republicanas del futuro.
Esperémoslo…LA DIRECCIÓN”. ([68])
Hay otra dimensión a considerar: la dimensión
internacional del proceso. Sin dudas la Ley Sáenz Peña es la bisagra en la democratización
de nuestra sociedad, fruto de la primera irrupción de las masas en la vida
política del siglo XX. Pero es un proceso que, atendiendo a las
particularidades nacionales, se dio en todas las democracias occidentales, más
tarde o más temprano.
Reconociendo que Sáenz Peña o Yrigoyen le
imprimieron su sello al parto de la era democrática argentina, que sus meritos
y aportes hacen un caso con particularidades únicas; debemos mensurar que la
Ley y la elección de 1916 son hechos centrales, pero sólo puntuales, de un
proceso que vivieron un gran número de democracias occidentales.
Conclusión y final
Llegaron las elecciones de 1916. 1.189.254
ciudadanos estuvieron facultados para votar. 745.825 lo hicieron. La UCR se
presentó en todos los distritos electorales, fue el único partido que lo hizo.
Yrigoyen sacó el 49,4% de los votos. Los conservadores arrimaron al 25%. La “esperanza
blanca” del régimen, el PDP, apenas pasó el 13%. El socialismo, con su fuerte
en la Capital, arañó el 9%. El resto se repartió entre votos en blanco y otras
fuerzas ([69]).
Luna indica que la UCR y sus aliados sacaron 370.000 votos, contra 340.000 de
todos los demás partidos ([70]).
Luego de la contundente victoria, restaba la elección
en el Colegio Electoral. Allí, la UCR integra a todas sus expresiones y el PDP
y los Conservadores rompen su alianza transitoria y claudican definitivamente
ante Yrigoyen. El 20 de julio de 1916 se reúne el Colegio Electoral. 152
congresales eligen a Yrigoyen, son más de la mayoría. Será presidente. De la
mano de Ley Sáenz Peña, una nueva era había comenzado.
Creo que todo el proceso, que va desde la sanción
de la Ley hasta la elección de 1916, es, en buena medida, la combinación de la
Reforma con la naturaleza de los hechos posteriores y las particularidades del
momento que se vivía. No creo que se pueda atribuir una relevancia central a un
solo factor o perspectiva determinada, desechando así las explicaciones
monocausales o ingenuas que menciona Peter Gay. El proceso reformista fue el
resultado de la interacción de muchas causas, que alimentaron, impulsaron y
moldearon el proceso político hasta el resultado de 1916.
Resumidamente: creo que no se puede negar la
intención sincera de Sáenz Peña y el grupo reformista de democratizar el país y
transparentar el sistema electoral. Pero si bien no fueron el eje del proyecto,
la amenaza insurreccional de la UCR y la problemática social tuvo su lugar en
la Reforma, del mismo modo que la idea de construir una “escuela de
nacionalidad” destinada a integrar a extranjeros.
Se reconocen las presiones para avanzar hacia una
apertura democrática, pero la decisión definitiva, de una reforma de este
alcance, fue fruto de la voluntad del régimen gobernante. Seguramente parte del
sistema oligárquico sentía a su legitimidad política amenazada, pero a eso lo
resolvieron a través de una verdadera democratización de la sociedad. La
Reforma devino así en un sistema político para una nueva realidad, que dio
respuesta a la necesidad de una representación acorde a una sociedad de masas.
No se puede hablar del régimen conservador como un
bloque homogéneo. Dentro de él convivían distintas visiones y formas de
resolver los problemas políticos, en especial distintas valoraciones de la
Reforma. Al sector progresista del Orden Conservador le debemos la Ley. Creo también
que las internas del elenco gobernante hicieron su aporte al desenlace del
proceso, especialmente al fracaso electoral.
El período de elecciones con la nueva Ley
(1912-1916) tuvo mucha relevancia. Allí la UCR acertó todos sus movimientos. El
gobierno por su parte, con errores propios enormes y algo de mala fortuna, como
la muerte del presidente, aceleró su marcha hacia la autoexilio.
Concluyo que el contexto histórico demandaba una
apertura democrática que difícilmente el régimen pudiera haber negado. Pero la
forma, el alcance y los tiempos fueron definidos, en su parte sustancial, por
el propio Orden Conservador. Sin Sáenz Peña e Yrigoyen, indefectiblemente
hubiera existido una apertura democrática, pero sería una sociedad distinta a
la que hoy conocemos.
Alejandro
Gonzalo García Garro
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Bibliografía.
  1. “Sociedad
    democrática y política democrática en la Argentina del siglo XX”, de Luis
    Alberto Romero.
  2. “Vida y muerte de
    la República verdadera”, de Tulio Halperín Donghi (Estudio Preliminar).
  3. “Vida y muerte de
    la República verdadera (1910-1930)” de Tulio Halperín Donghi, Biblioteca
    del Pensamiento Argentino / Tomo IV.
  4. “El orden
    conservador”, de Natalio Botana.
  5. “De nuevo el
    acontecimiento: Roque Sáenz Peña, la Reforma Electoral y el momento
    político de 1912”,
    de Fernando J. Devoto.
  6. “La trunca
    transición del régimen oligárquico al régimen democrático”, de Waldo
    Ansaldi en “Nueva Historia Argentina”.
  7. “La Unión Cívica
    Radical: Fundación, oposición y triunfo”, de Paula Alonso, en “Nueva Historia
    Argentina”.
  8. “La República
    Conservadora”, de Ezequiel Gallo y Roberto Cortés Conde.
  9. “Sáenz Peña, la
    revolución por los comicios”, de Miguel Ángel Cárcano.
  10. “Los liberales
    reformistas. La cuestión social en la Argentina (1890-1916), de Eduardo
    Zimmermann.
  11.  “El Radicalismo y la política santafesina
    en la Argentina de la primera república”, de Darío Macor y Susana
    Piazzesi.
  12. “Historia Crítica
    de los Partidos Políticos Argentinos, Tomo I”, de Rodolfo Puiggros.
  13. “Historia
    Argentina, Tomo IX. La Agonía del Régimen”, de José María Rosa.
  14. “Revolución y
    Contrarrevolución en Argentina, Tomo III”, de Jorge Abelardo Ramos.
  15. “El Radicalismo.
    Ensayo sobre su historia y doctrina”, de Gabriel del Mazo.
  16. “Quiera y sepa el
    pueblo votar: la lucha por la democracia política en la Argentina del
    centenario”, de Waldo Ansadi y José C. Villarruel.
  17. “Argentina
    1516-1987. Desde la colonización española hasta Raúl Alfonsín”, de David
    Rock.
  18. “El Capitalismo
    Agrario Pampeano 1880 – 1930”,
    de Alfredo R. Pucciarelli.
  19. “Todo lo sólido
    se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad”, de Marshall
    Berman.
  20. “La poliarquía.
    Participación y oposición”, de Robert Dahl.
  21. “Historia de
    Entre Ríos”, Beatriz Bosch.
  22. “Yrigoyen”, de
    Félix Luna.
  23. “Metamorfosis de
    la representación”, de Bernard Manin,
  24. “La muerte y la
    resurrección de la representación política”, de Juan Abal Medina.
  25. “La delegación y
    el fetichismo político”, en “Cosas dichas”, de Pierre Bourdieu.
  26. “Democracia
    Delegativa”, de Guillermo O´Donnel.
  27. “¿Un caso de
    nomenclaturas equivocadas?: Los partidos políticos después de la Ley Sáenz
    Peña. 1916-1930”,
    de Waldo Ansaldi.
  28. “Notas sobre
    Maquiavelo. Sobre la política y sobre el Estado moderno”, de Antonio
    Gramsci.
  29. “El Materialismo
    Histórico y la filosofía de Benedetto Croce”, de Antonio Gramsci.
  30. “Antonio Gramsci.
    Antología”, de Biblioteca del Pensamiento Socialista.
  31. “Para leer a
    Gramsci”, de Daniel Campione.
  32. “La Competencia
    Partidaria en la Argentina”, de Juan Abal Medina y Julieta Suárez Cao.
  33. “Historia Crítica
    del Radicalismo”, de Jorge Enea Spilimbergo.
  34. “Argentina
    1516-1987. Desde la colonización española hasta Raúl Alfonsín”, de David
    Rock.

 

[1] Darío Macor y Susana Piazzesi, “El Radicalismo y la
política santafesina en la Argentina de la primera república”.
[2] “Estudio Preliminar”, en “Vida y muerte de la República verdadera
(1910-1930)”, de Tulio Halperín
Donghi.
[3] Esta idea está desarrollada por Natalio Botana en el
libro “El Orden Conservador”, puntualmente en la primera parte, titulada “La
formula Alberdiana”. Es una explicación de la naturaleza del Orden Conservador y
del sistema político argentino desde fragmentos del pensamiento de Alberdi. La
idea es tomada también como punto de referencia por la colección de la
Biblioteca del Pensamiento Argentino, que recurre a ella para titular, jugando
con su concepto, varios de sus volúmenes.
[4] Natalio Botana, en “El Orden Conservador”, relata que
Sáenz Peña encabezó el movimiento modernista para las elecciones presidenciales
de 1892, que sólo pudo desbaratar Roca ofreciéndole la presidencia al padre de
Sáenz Peña. Para Botana “la trayectoria de Sáenz Peña evoca, en gran medida, el
perfil de un opositor interno frente al predominio de la fracción roquista en
la política nacional… Sáenz Peña rompía lanzas con la hegemonía gubernamental
sin emigrar jamás hacia las fuerzas políticas que, al situarse fuera del cuadro
establecido, impugnaban la legitimidad del régimen desde la oposición externa”.
[5] I. Gómez, Discurso en la Cámara de Diputados, sesión
del 8-11-1911, citado por Natalio Botana, en “El Orden Conservador”.
[6] Ezequiel Gallo y Roberto
Cortés Conde, “La República Conservadora”.
[7] “El manifiesto presidencial”, Nosotros, VII, 1912. En
“Vida y
muerte de la República verdadera (1910-1930)” de Tulio Halperín Donghi, Biblioteca del Pensamiento Argentino / Tomo IV.
[8] Ver “Sociedad democrática y política democrática en la
Argentina del siglo XX”, de Luis Albero Romero.
[9] Ver “Los liberales reformistas. La cuestión social en
la Argentina (1890-1916), de Eduardo Zimmermann.
[10] Roque Sáenz Peña, “Discurso- Programa” (12-8-1909),
extraído de “La reforma electoral y
temas de política internacional americana, Buenos Aires, Raigal, 1952”, reproducido por “Vida y muerte de
la República verdadera (1910-1930)” de Tulio Halperín Donghi, Biblioteca del Pensamiento Argentino / Tomo IV.
[11] El caso de José María Rosa, en su “Historia
Argentina”, Tomo IX “La Agonía del Régimen” y de Jorge Abelardo Ramos, en
“Revolución y Contrarrevolución en Argentina”, Tomo III (Edición especial
editada por el Senado de la Nación Argentina), “La Bella Época”. También se
puede mencionar el caso de Rodolfo Puiggros, en “Historia Crítica de los
Partidos Políticos Argentinos”, Tomo I.
[12] La obra de Gabriel del Mazo es la referencia
ineludible para conocer una lectura propia de la UCR de este período histórico.
En obras como “Historia del Radicalismo”, “Significación argentina de
Yrigoyen”, “Historia y Doctrina del Radicalismo”, “Gabriel del Mazo. “El
Radicalismo. Ensayo sobre su historia y doctrina” se conocer su pensamiento.
[13] Miguel Angel
Cárcano, “Sáenz Peña. La Revolución por
los Comicios”.
[14] Reynaldo A. Pastor, “La Verdad Conservadora”. Citado
por Jorge Abelardo Ramos, en “Revolución y Contrarrevolución en Argentina”.
[15] Citado por Natalio Botana, en “El Orden Conservador”.
[16] Waldo Ansadi y José C. Villarruel, “Quiera y sepa el
pueblo votar: la lucha por la democracia política en la Argentina del
centenario”.
[17] David Rock, “Argentina 1516-1987. Desde la
colonización española hasta Raúl Alfonsín”.
[18] Ezequiel Gallo y Roberto Cortés Conde, “La República
Conservadora”. Ver Tercera parte, “La Política”, Capítulo 3 “Los sectores
populares: Los obreros y los problemas sociales”.
[19] Discurso de Juan B. Justo, de 1912, citado por
Natalio Botana en “El Orden Conservador”.
[20] Fernando J. Devoto, “De Nuevo el acontecimiento:
Roque Sáenz Peña, la Reforma Electoral y el momento político de 1912”.
[21] Luis Alberto Romero, “Sociedad democrática y
política democrática en la Argentina del siglo XX”; Natalio Botana, “El Orden
Conservador; y Waldo Ansaldi, “La trunca transición del régimen oligárquico al
régimen democrático”, en Nueva Historia Argentina, Tomo VI.
[22] Luis Alberto Romero,
“Sociedad democrática y política democrática en la Argentina del siglo XX”.
[23] Se refiere al modelo implementado por Antonio Maura en
España. En 1907 Maura hizo consagrar una ley que establecía el voto obligatorio
de varones de más de 25 años y la lista incompleta. Inaldecio Gómez, ministro
del Interior de Sáenz Peña, recurrió al caso español para defender el voto
obligatorio. Ver “Estudio Preliminar”, en “Vida y muerte de la República verdadera
(1910-1930)” de Tulio Halperín
Donghi; y el “El Orden Conservador”, de Natalio Botana.
[24] Algo veremos más adelante en el punto 7 “Silencios y
voces en el debate de la Ley Sáenz Peña”.
[25] Paula Alonso, “La Unión Cívica Radical: Fundación,
oposición y triunfo”, en Nueva Historia Argentina, Tomo V.
[26] Waldo Ansaldi, “La trunca
transición del régimen oligárquico al régimen democrático”, en Nueva Historia
Argentina, Tomo VI.
[27] Los conceptos abordados son de distintos libros de
Antonio Gramsci. Los consultados fueron dos de los volúmenes de sus Cuadernos:
“Notas sobre Maquiavelo. Sobre la política y sobre el Estado moderno” y “El
Materialismo Histórico y la filosofía de Benedetto Croce. También consulté
“Antonio Gramsci. Antología”. Algunos entrecomillados puntualmente son de la
pequeña, pero clara, obra de Daniel Campione “Para leer a Gramsci”. Es un breve
diccionario y glosario de términos y conceptos de Gramsci que sistematizan el
pensamiento del intelectual y político italiano.
[28] Ezequiel Gallo y Roberto
Cortés Conde, “La República Conservadora”.
[29] Datos extraídos de Waldo
Ansaldi, “La trunca transición del régimen oligárquico al régimen democrático”,
en Nueva Historia Argentina, Tomo VI.
[30] Datos extraídos de censos de la Municipalidad de
Buenos Aires, censos municipales 1887 hasta 1936, censos nacionales desde
1869-1947. Botana, en “El Orden Conservador”, Romero en “Sociedad
democrática y política democrática en la Argentina del siglo XX”, y Gallo y
Cortés Conde en “La República Conservadora” también ilustran este fenómeno de
explosión demográfica con cuantiosos datos y estadísticas.
[31] El período 1901 – 1914 en particular es, para
Pucciarelli, la etapa de gran expansión del capitalismo argentino. Ver “El
Capitalismo Agrario Pampeano 1880 – 1930”, de Alfredo R. Pucciarelli.
[32] “Todo lo sólido se desvanece en el aire. La
experiencia de la modernidad”, así se titula el libro de Marshall Berman.
[33] En el caso de mi provincia, Entre Ríos, la
historiadora Beatriz Bosch, en su “Historia de Entre Ríos” destaca que “un
amplio movimiento de opinión obliga al gobierno a aplicar la ley para la
elección de cargos provinciales. Afirma que el proselitismo opositor estaba
acallado antes de la
Ley. Describe al régimen electoral anterior como el de un
acceso al comicio “quimérico ideal”. En 1914, Laurencena llega a la gobernación
de la mano de la UCR. Bosch
sostiene: “Trascendental cambio. Ascienden al poder lo hijos de inmigrantes”.
[34] En el caso de la provincia de Córdoba, Félix Luna en su
obra “Yrigoyen” resalta: “Así y todo, la diferencia que el oficialismo
consiguió ventajear con sus malabarismos, fue minima; lo que demostró que la
victoria radical había sido amplia. Obtuvo la “Concentración Popular” 36.611
votos, contra 36.483 de la Unión Cívica Radical, o sea un poco mas de 100
sufragios”. Nada más. Una gran elección de la UCR.
[35] “La poliarquía. Participación y oposición”, de Robert
Dahl.
[36] El material utilizado para explicar este punto es: a)
“Metamorfosis de la representación” de Bernard Manin, publicado en el libro
“¿Qué queda de la representación política?”, y b) “La muerte y la resurrección
de la representación política”, de Juan Abal Medina.
[37] Ver Pierre Bourdieu, “La delegación y el fetichismo
político”, en “Cosas dichas”.
[38] Paula Alonso, “La Unión Cívica Radical: Fundación,
oposición y triunfo”, en Nueva Historia Argentina, Tomo V.
[39] Guillermo O´Donnel, en su texto la “Democracia
Delegativa”, afirma que: “Las democracias delegativas se basan en la premisa de
quien sea que gane una elección presidencial tendrá el derecho a gobernar como
él (o ella) considere apropiado, restringido sólo por la dura realidad de las
relaciones de poder existentes y por un período en funciones limitado
constitucionalmente. El presidente es considerado como la encarnación del país,
principal custodio e intérprete de sus intereses…”
[40] “¿Un caso de nomenclaturas equivocadas?: Los partidos
políticos después de la Ley Sáenz Peña. 1916-1930”, de Waldo Ansaldi. Este
muy interesante ensayo tiene además unos breves análisis de los estudios de
Leopoldo Maupas (1912) y Rodolfo Rivarola (1914), que considero que son dos
textos de lectura ineludible para comprender el sistema político argentino en
los tiempos de la Ley Sáenz Peña.
[41] “La Competencia Partidaria en la Argentina”, de Juan
Abal Medina y Julieta Suárez Cao.
[42] Debate sobre la
ley Sáenz Peña. Cámaras de Diputados y de Senadores, diarios de sesiones.
Intervención del diputado Lucas Ayarragaray (10-11-1911), reproducida por “Vida
y muerte de la República verdadera (1910-1930)” de Tulio Halperín Donghi,
Biblioteca del Pensamiento Argentino / Tomo IV.
[43] Debate sobre la ley Sáenz Peña. Cámaras de Diputados y
de Senadores, diarios de sesiones. Intervención del diputado, Ramón J. Cárcano
(8-11-1911), reproducida por “Vida y muerte de la República verdadera
(1910-1930)” de Tulio Halperín Donghi, Biblioteca del Pensamiento Argentino /
Tomo IV.
[44] Debate sobre la ley Sáenz Peña. Cámaras de Diputados y
de Senadores, diarios de sesiones. Intervención del Diputado Pastor Lacasa
(22-11-1911), reproducida por “Vida y muerte de la República verdadera
(1910-1930)” de Tulio Halperín Donghi, Biblioteca del Pensamiento Argentino /
Tomo IV.
[45] Ibíd. 32.
[46] Debate sobre la ley Sáenz Peña. Cámaras de Diputados y
de Senadores, diarios de sesiones. Intervención del senador Pedro Olaechea y
Alcorta (30-1-1912). reproducida por “Vida y muerte de la República verdadera
(1910-1930)” de Tulio Halperín Donghi, Biblioteca del Pensamiento Argentino /
Tomo IV.
[47] Debate sobre la ley Sáenz Peña. Cámaras de Diputados y
de Senadores, diarios de sesiones. Intervención del Senador Joaquín V. González
(1-2-1912), reproducida por “Vida y muerte de la República verdadera
(1910-1930)” de Tulio Halperín Donghi, Biblioteca del Pensamiento Argentino /
Tomo IV.
[48] Ibíd.
[49] Intervención del Diputado Julio A. Roca (h.)
(8-11-1911), reproducida por “Vida y muerte de la República verdadera
(1910-1930)” de Tulio Halperín Donghi, Biblioteca del Pensamiento Argentino /
Tomo IV.
[50] Ibíd.
[51] Fernando J. Devoto, “De Nuevo el acontecimiento:
Roque Sáenz Peña, la Reforma Electoral y el momento político de 1912”.
[52] Ibíd.
[53] Devoto ilustra la situación con un ejemplo: “En la
Capital Federal, el Sáenzpeñismo deliberadamente prescindía de figuras como
Balestra, Ganghi o Zoilo Cantón que eran la estructura política de la que había
dispuesto en la ciudad para vencer a los socialistas”.
[54] Fernando J. Devoto, “De Nuevo el acontecimiento:
Roque Sáenz Peña, la Reforma Electoral y el momento político de 1912”.
[55] Natalio Botana realiza una caracterización
intermedia de Lisandro De la Torre y la Liga del Sur. Afirma que en los
esquemas programáticos de De la Torre la “racionalidad no necesariamente
presuponía una mayor democratización en el sentido de la prioridad otorgada a
los valores de la igualdad. La Liga del Sur, por ejemplo, no adhería al
principio de sufragio universal…. proclamaban la virtud del voto censitario”.
Si destaca Botana el proyecto económicamente proteccionista del PDP.
[56] Citado por Natalio Botana, en “El Orden Conservador”,
[57] Ibíd.
[58]Halperín Donghi,
en el Estudio Preliminar de “Vida y Muerte de la Republica Verdadera”, sostiene
que a De la Torre “frente a Hipólito Yrigoyen lo anima un odio clarividente,
que le permite reconocer ya en él al hombre que hará de la reforma electoral lo
contrario del momento fundacional de una nueva República… El líder rosarino
está seguro de que, si se deja hacer al jefe del radicalismo, la herencia de la
reforma será una nueva democracia de sufragio universal en que sobrevivirán mas
arraigados que nunca todos los vicios de la antigua”. Lo paradojal del
dirigente de Rosario, al igual que de toda la resistencia del régimen ante su
caída, fueron los socios que buscó para impedir el “trágico destino” que le
depararía a los argentinos.
[59] Roque Sáenz Peña, Manifiesto en ocasión de las
primeras elecciones conforme a la nueva legislación. (28-2-1912), reproducido
por “Vida y muerte de la República verdadera (1910-1930)” de Tulio Halperín
Donghi, Biblioteca del Pensamiento Argentino / Tomo IV.
[60] La descripción de las campañas electorales y las
elecciones corresponden a Félix Luna, en su obra “Yrigoyen”.
[61] Más que elocuente de este desengaño es la cita que
Natalio Botana hace del diputado socialista Nicolás Repetto, quien analizando
el resultado electoral y las expectativas de la oligarquía porteña comentó:
“(La elección) significó una derrota aplastante para los candidatos de la vieja
oligarquía que esperaban confiados el triunfo y lo celebraron poco después de
terminado el comicios atronando en el aire con bombas de extraordinario poder.
La oligarquía había computado como votos seguros, todos los emitidos por
aquellos ciudadanos que antes de dirigirse al comicio habían pasado por el
comité a recoger la boleta de voto, los diez pesos que se entregaban como precio
de este y a reclamar el vehiculo que debía transportarlos a la respectiva mesa
receptora”.
[62] David Rock, “Argentina 1516-1987. Desde la
colonización española hasta Raúl Alfonsín”.
[63] Natalio Botana, en el “Orden Conservador”
ejemplifica con los casos de partidos locales de Córdoba, Río Cuarto,
Corrientes, Santa Fe, Santiago del Estero y Capital Federal.
[64] En su “Historia Crítica del Radicalismo”, el
militante de la izquierda nacional, Jorge Enea Spilimbergo, realiza una cruda
descripción de algunos sectores que se suman a la UCR en este período. En otros
males, los responsabiliza de ser uno de los factores de la futura ruptura de la
UCR.
[65] Natalio Botana, el “Orden
Conservador”.
[66] Fernando J. Devoto, “De Nuevo
el acontecimiento: Roque Sáenz Peña, la Reforma Electoral y el momento político
de 1912”.
[67] La caracterización de la revista y sus editores es de Tulio Halperín Donghi.
[68] “El manifiesto presidencial”, Nosotros, VII, 1912. En “Vida y muerte de
la República verdadera (1910-1930)” de Tulio Halperín Donghi, Biblioteca del Pensamiento Argentino / Tomo IV.
[69] Datos extraídos del texto “Un caso de nomenclaturas
equivocadas?: Los partidos políticos después de la Ley Sáenz Peña. 1916-1930”, de Waldo Ansaldi.
[70] “Yrigoyen”, de Félix Luna.