En el pais de las verbas inflamadas

Lenguas…

 

En el país de las verbas inflamadas
“Este mundo es nuestro mundo;
este país, nuestro país;
esta sociedad, nuestra sociedad.
¿Quién tomará la palabra si no la tomamos nosotros?
¿Quién pasará a la acción si no somos nosotros?”
(Domingo French)

Vengo con tanta nostalgia de un país lejano que ya quedó atrás…
(Oscar Taverniso)

Una vez este país se pensó grande y fuerte. Hubo hombres que diseñaron un modelito que hasta hoy llenaría de envidia a cualquier otro país. Hubo hombres que construyeron las bases de la nacionalidad, que aportaron -más o menos- a hacer real el país soñado: Sarmiento, Irigoyen, Perón, Alfonsín…
Hasta el gobierno de Menem nos sirvió: pudimos unirnos los que estábamos del lado del pueblo y enfrentar lo que considerábamos antipueblo (¿quién se acuerda de ‘la contradicción fundamental’ de 1982).

La República Argentina: esa novia enamorada y abandonada.

En primer lugar no vendría mal aclarar la etimología de la palabra ‘palabra’. Viene del latín ‘parabola’ que significa “comparación, símil, reproducción” como su antecesora griega que era el verbo “comparar”. Saussure no estaba ni en pañales y ya alguien entendió que la palabra no era nada en sí misma sino como representación de otra cosa. Que la comparación es la principal función de la palabra que suscita en nuestra mente imágenes, que nos genera un mundo irreal y, por irreal, verdadero.
¿Pero qué clase de país es éste donde nos alimentamos del viento de la palabra?
Somos una jovencita fascinada que nos hemos enamorado para siempre de los que nos supieron chamullar: Castelli, Sarmiento, Alem, Perón, Evita, Alfonsín, Carrió…
Mientras los hombres que no fueron buenos oradores han sido o serán olvidados por la historia romántica de la palabra: Berutti, Roca, Yrigoyen, Menem…
¿Será que nos sabemos tan huérfanos de realidades que decidimos optar por la fantasía de la palabra? ¿Será que hemos renunciado a construir y nos quedamos con las promesas?
Las claves que intentaré buscar en este opúsculo rondan estas preguntas.

Una buena frase política puede detener el análisis durante 50 años
(Murphy)

Quien mire un poco la secuencia electoral de estos últimos 18 años notará que el pueblo siempre eligió al presidente que le hacía falta, que nunca deshonró su compromiso histórico.
En el 83 necesitábamos consolidar democracia y derechos humanos: no podía ser Luder con Herminio Iglesias y los muchachos, y elegimos al demócrata. Elegimos al que nos convenció de que podíamos ser los campeones de los derechos humanos.
A primera vista se podría pensar que nos equivocamos, que seguramente el peronismo había sufrido más en carne propia la persecución militar que el radicalismo. Pero creo que elegimos acertadamente. Alfonsín era el más duro, tuvo lo que hay que tener para consolidar la democracia, pero con el tiempo se fue ablandando. Y ya no nos pudo vender la Obediencia, el Punto, el Austral y se fue.
Pero Alfonsín ya ha sido perdonado: porque siempre supo hablarnos melifluamente, incluso supo conmovernos a tiempo, aparecer convaleciente, y nosotros amamos a quien sufre y sabe hablar. Y el tío Alfonso lo sabe, por eso, desfalleciente, caído sobre una ruta patagónica, aprovechó para decir la que pudo ser su última frase: “Dígale a la gente de Ingeniero Jacobacci que me perdonen, pero me parece que no voy a poder llegar a tiempo”. Inmenso, titánico, conmovedor… patético. Y nos encanta.
El 89 llegó con su saña, no es fácil tener un presidente electo siete meses antes del fin del mandato. Alfonsín renuncia y, aunque no se respeta el procedimiento constitucional, asume Menem.
¿Por qué lo elegimos a Carlos Saúl?? Porque había hambre. Porque habíamos descubierto que con la democracia pelada no se come, ni se educa, ni se cura. Y elegimos al que nos habló del granero del mundo, del país rico que podía tener el salariazo y la revolución productiva. Que si no teníamos el bienestar era porque alguien lo escondía pero estaba ahí, esperando para ser repartido.
Votamos al provinciano que andaba a caballo y comía ñoquis, que era abogado pero no lo parecía. Era mejor que el cordobés que usaba lentes, traje y hablaba a lo serio y, para colmo, nos planteaba que había que achicarse. Linda elección la del 89, había que elegir entre dos ladrones. No sé si elegimos al menor.
Pero insisto en que elegimos bien: probablemente Angeloz no hubiese podido hacer otra cosa que seguir a los tumbos sobre un país en ruinas.
Y Charly Méndez anduvo sin rumbo un año, sabía que debía aliarse al establishment (que le había pagado la campaña) pero no sabía cómo darles de ganar y que la gente se sienta mejor. Y lo encontró a Cavallo que lo orientó. Y gobernó seis años con la estabilidad, no de las instituciones, sino del dinero. Nos había sabido chamullar: la inflación es tu peor problema y yo te lo resuelvo.
Político inteligente es aquel que genera problemas para los cuales sólo él tiene la solución.
Reformamos la Constitución y la llenamos de palabras. Mucha declamatoria. Verba para vos, verba para mí. Promesas y más promesas. Pero Menem no es un hombre de palabras, sino de acción, y puso en la reforma lo único operativo que necesitó. Y fue reelecto.
Y creo que volvimos a elegir bien. Al que nos podía dar seguridad, aunque fuese la seguridad del espanto. ¿O hay alguien hoy que crea que Bordón o Masaccesi hubieran sido mejores presidentes??
Y Carlos I siguió gobernando. Y como todos los hombres de acción se limpiaba los mocos con las palabras, aunque esas palabras fueran la ley.
Pero no podía resolvernos el hambre. Ni la sensación de que nos estaban saqueando.
Y se fue. Entre lo que parecía ser el abucheo general. Aunque ahora le están preparando el perdón histórico. Menem no se va a accidentar como Alfonsín. Se hace detener, se convierte en preso político, deja gobernar a los que le ganaron. Cuando en septiembre la Cámara lo libere lo van a ir a buscar para pedirle perdón.
No pudimos hacer justicia sin show, correctamente, tranquilamente, probadamente, y vamos a perder una oportunidad histórica. Es el axioma de Tertuliano: la sangre de los mártires es semilla de victoria.
Y llegó el 10 de octubre del 99. Y elegimos a De La Rúa ¿por qué?
Necesitábamos alguien que termine con la corrupción y que gobierne moderadamente, previsiblemente. No era Duhalde que no pudo desprenderse de las acusaciones de corrupción ni convencernos de que era un buen gobernante.
Y creo que no nos equivocamos. Duhalde no servía (aunque está soñando con el 2003). Pero eso no quiere decir que De la Rúa sea buen presidente.
Y ahora en octubre de 2001 vamos a cambiar la mitad de la Cámara de Diputados y todo el Senado. Y es previsible que se iniciará el camino de caída de este gobierno. Creo que está cantado que elegiremos al menos peor. Pero eso no es esperanza. Ni mucho menos.

Las ideas no se matan
(Sarmiento)

Porque realmente queríamos terminar con la fiesta de pocos (y esto terminó en la fiesta de Antonito y algún otro), queríamos trabajo (y tuvimos ajuste), queríamos previsibilidad (y tuvimos 8 cambios de planes en un año y medio), queríamos gobierno (y encontramos la muerte de la política).
Como decía un amigo, este gobierno es especialista en dos cosas:
1- en dilapidar crédito político: a los radicales sólo hay que dejarlos gobernar, y, gracias a Chacho descubrimos que a los frepasistas sólo hay que dejarlos ganar.
2- en resucitar cadáveres: lo saben Cafiero, Duhalde, Alfonsín, Terragno, el episcopado, Alicia Castro, Daer, Barrionuevo, Bravo, etc.
No pudieron destituir (o por lo menos licenciar) a un solo senador, ni siquiera a los confesos, ni a Cantarero ni a Massat. No pudieron encontrar un solo economista que no sea el monstruo al que responsabilizáramos de todos los males. No pudieron darnos honestidad. No pudieron darnos gobierno. No pudieron o no quisieron.
Tenemos que sufrir payasos, oligarcas, inútiles, malditos: Bullrich, Colombo, Pertiné, De Santibañes, Gallo, Baylac, Antonito y Aito, Aiello, y mil más.
Y hoy, en esta orfandad dirigencial que estamos sufriendo, no vemos quién se puede hacer cargo del país si nos decidimos a echar a patadas a estos tipos. Estamos bailando con la más fea pero no podemos dejarla porque no encontraríamos otra, quizás porque nosotros somos los más feos de la milonga.
Pero lo peor de todo es que tenemos que terminar admirando a imbéciles, descubrimos que los peores son mejores que los que están. Que es preferible la delirante mística de la Carrió, aunque esté des-carriada. O el elitista Terragno. O el polifracasado De La Sota. A este paso el mejor candidato va a terminar siendo Bilardo.

Poca res y mucha verba

Y entre los miles de discursos que compramos ya sabemos que las teorías conspirativas son las favoritas, las preferimos siempre porque explican que Argentina es pobre por algún culpable que no somos nosotros. Se llame FMI, lavadores de dinero, oro ruso, soplones de la iglesia, banqueros, bolitas, financistas, europeos, Brasil fuerte, Chile autoritario, López Rega, el entorno, los brujos, la maldición bonaerense, Racing, los del Norte, el destino, Rosas, Lavalle, Sarmiento, el presidente de turno, los políticos o cualquiera que no seamos nosotros.
Y todo, como decía Jauretche, es discurso para el zonzaje.
Nunca nadie nos ha dicho que somos malos, haraganes, cagones, fascistas, ladrones. Nadie nos dijo que mientras el presidente se roba los impuestos nosotros nos robamos las lapiceras de la oficina. Que mientras otros países están trabajando todos nosotros nos rascamos el higo y queremos que nos paguen fortunas por ello. Que nos encantan los discursos de derecha pero queremos que nos digan progresistas. Nos barnizamos de izquierda, como hace Clarín, Hadad, Mauro Viale, Crónica. Eso es lo que favorece al patacónico Ruckauf, lo que nos hizo ver 20 años a Neustadt y a Mirta Legrand.
Nunca nadie nos dijo que no servimos para revolucionarios, que somos el único país que demoró 6 años entre la revolución y la independencia, que los pocos revolucionarios que engendramos en los 70 o los matamos, o los olvidamos, o los despreciamos, o los dejamos solos. Somos, hay que decirlo, el mismo país que fusiló a Liniers y a French, que arrojó por la borda a Moreno, que deslenguó a Castelli, que olvidó al Brigadier López y a Domingo Cullen, que se burla de Evita…

Esta noche no me pidas nada, sólo endúlzame los oídos…
(Patricia Sosa)

¿Qué nos pasa a los argentinos?? ¿Estamos locos?? Yo creo que no. Creo que somos unos pobres tipos que nos enamoramos. Que somos seducidos y abandonados. Siempre serviles y siempre maltratados. Somos una chica de barrio a la que embaraza cada uno que le dice algo lindo. Es que estamos tan necesitados de afecto, necesitamos creer que alguien nos quiere bien, que alguien quiere para nosotros un buen futuro.
Pero parece que no tenemos suerte.
Y nos vamos poniendo viejos, cada vez habrá menos candidatos y un día estaremos desahuciados. Quizás ese día sabremos que hubo un tiempo, un inicio de milenio, un año en que todavía éramos jóvenes y fuertes, en que debimos ponernos de pie y hacer tronar el escarmiento.

Si a la historia la escriben los que ganan
eso quiere decir que hay otra historia…

Tenemos que saber, de una vez para siempre, que si a la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia. Pero tampoco es la verdadera, apenas es otra historia. Quizás no haya historia verdadera. Quizás tengamos que aprender a vivir con nuestra media historia y media ficción. Quizás debamos aprender a convivir con la falta, con nuestras limitaciones, con nuestras verbas moderadas.
Aunque todo esto no haya sido más que palabras.