TODAS TUS MUERTES

muchas muertes

Nuestra amiga Lucía Brown Berlin nos habla acerca de muertes buenas y malas, pero también de cómo las hacemos tales los que seguimos vivos…

 

Mientras que el personal piensa en términos de códigos bien o mal ejecutados —en qué medida cada uno cumplió con su cometido, tanto si el paciente reaccionó como si no—, yo pienso en términos de muertes buenas o malas.

Las muertes malas son esas en que el allegado más próximo es un director de hotel, o en que la mujer de la limpieza encontró a la víctima de un derrame cerebral al cabo de dos semanas muriendo de deshidratación.

Las muertes malas de verdad son cuando llegan hijos y parientes después de viajar desde lugares inaccesibles y ni siquiera parece que se conozcan o que sientan el menor aprecio por el difunto. No hay nada que decir. Se ponen a hablar de los preparativos, de que habrá que hacer los preparativos, de quién hará los preparativos.

Las de los gitanos son muertes buenas. O a mí me lo parecen, aunque las enfermeras no opinen lo mismo, ni tampoco los celadores. Siempre llegan en manada, y exigen estar con la persona moribunda, besarla y abrazarla, desenchufan y estropean los televisores y los monitores y los demás aparatos. Lo mejor de las muertes de los gitanos es que nunca hacen callar a sus niños. Los adultos aúllan y lloran y gimen, pero los niños siguen correteando por ahí, juegan y ríen sin que nadie les diga que deben estar tristes o ser respetuosos.

Las muertes buenas casualmente parecen coincidir con los Códigos Azules que salen bien: el paciente responde a todos esos tratamientos para devolverle la vida, y luego se muere sin que nadie se dé cuenta.

El señor Gionotti tuvo una muerte buena… La familia respetó la petición del personal y se quedaron fuera, pero iban entrando uno por uno para que el señor Gionotti supiera que estaban allí, y al salir tranquilizaban a los demás y garantizaban que los médicos hacían todo lo posible. Eran muchos, sentados, de pie; se acariciaban, fumaban, a veces se reían. Me dio la impresión de asistir a una celebración, a una reunión familiar.

Una cosa sé de la muerte. Cuanto «mejor» es la persona, cuanto más cariñosa, feliz y comprensiva, menor es el vacío que deja su muerte.

Cuando el señor Gionotti murió, evidentemente estaba muerto, claro, y la señora Gionotti lloró, igual que el resto de la familia, pero se fueron todos llorando juntos, y con él de verdad.”

(Lucía Berlin, ‘Apuntes de la sala de urgencias’)