Romance al martirio de Dorrego

Manuel Dorrego, mártir

Compartimos una interesante nota histórica del amigo García Garro sobre Dorrego, de quien siempre hemos dicho que fue el único prócer argentino que tuvo en claro el federalismo al que quería ir esa generación. Tan distinto al centralismo punzó que practicaba Rosas (perdón García Garro).
Ello, pese a que como hemos dicho en otras notas (aquí, aquí y aquí), nosotros estamos ya por la demolición de la estructura federal.
Disfrutemos de la prosa histórica de García Garro, a quien le corresponde la última palabra.

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EL 13 DE DICIEMBRE DE 1828, POR ORDEN
DE JUAN LAVALLE, ES FUSILADO MANUEL DORREGO
“Romance”
al martirio de Dorrego
Introducción
El fusilamiento del Manuel Dorrego ,
ordenado por Juan Lavalle el 13 diciembre de 1828, fue tal vez el
hecho sangriento que más secuelas trajo para la vida política
argentina. El asesinato de Dorrego desató una guerra civil que
durará hasta 1852 y que seguirá luego hasta provocar el
aniquilamiento de los caudillos del interior por la “civilizada”
Buenos Aires.
Desde Esteban Echeverria, hasta Ernesto
Sábato, los intelectuales de las clases dominantes han querido
tergiversar este hecho, negando la dimensión política de Dorrego y
ocultando la criminalidad de Lavalle.
Desde el lejano asesinato hasta el
presente se advierte un intento, una política, de diluir y
colectivizar las culpas históricas. El culpable de cada crimen no es
quién lo comete y quienes fueron sus cómplices directos, hay que
negar la culpa, licuarla. O convertir en víctimas a los victimarios.
El relato que pretende exculpar a
Lavalle construye una explicación de las luchas civiles desde una
historia “sin buenos ni malos”, donde se degollaron unos a
otros, donde tanto unos como otros concurrieron como iguales a la
construcción del la Argentina actual.
Esto es una trampa del sistema, que
impide visualizar y diferenciar los verdaderos proyectos políticos
subyacentes, tanto los que promovieron nuestro progreso como los que
fueron responsable de nuestro atraso y estancamiento como Nación.
El propio Lavalle apelaba al juicio
histórico de su acto. Pues bien, éste señala que, tras el
asesinato de Dorrego, crimen que el pueblo ni justificó ni
justificará jamás, se impuso la primera tiranía en tierras
argentinas e instaló el golpismo militar como método político para
consumar la entrega y la enajenación de las riquezas patrimoniales
de la Nación. Y esto fue así, aunque muchos hoy lo ignoren, y a
pesar de que las clases dominantes hayan negado, mentido y ocultado
desde hace más de 180 años.
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Nota completa
“Este crimen horrendo es el más
atroz e injusto que se haya cometido en toda la historia de la
Patria. No tiene justificación alguna, fusilar al gobernador legal
de un Estado que ha sido libremente elegido por sus conciudadanos. Y
si ese hombre es nada menos que un soldado de la Independencia,
oficial de San Martín y de Belgrano, héroe en el campo de batalla,
no solamente es un crimen atroz contra un hombre, lo es contra todo
un país y contra toda la civilización”.
Juan Domingo
Perón. “Breve historia de la problemática argentina.”
Golpe de Estado
No haré un recorrido histórico de los
hechos que desencadenaron el fusilamiento de Manuel Dorrego ni del
contexto político en el que se desarrollaron, en esta ocasión voy a
detenerme en la interpretación y la lectura histórica-política que
el aparato cultural del sistema ha realizado de este magnicidio.
Presionado por Inglaterra, sin los
factores de poder que lo apoyen, Dorrego tuvo que firmar la paz con
el Brasil (luego de ganar la batalla de Ituzaingo) aceptando la
mediación inglesa que impuso la independencia de la Banda Oriental.
Así nacía la República Oriental del Uruguay en agosto de 1828.
Dorrego había sido políticamente derrotado y el estado oriental,
ahora “independiente” se convertía en un instrumento
geopolítico estratégico en manos de la política británica en el
Río de la Plata. Llegaba la hora del contragolpe oligárquico.
La derrota diplomática de la guerra
con el Brasil y el descontento de las tropas que regresaban
desmoralizadas, fueron utilizados como excusa por los unitarios para
conspirar contra el gobernador. Ese era el plan, como lo anticipaba
el acérrimo enemigo de Dorrego Julián Segundo de Agüero en su
carta a Vicente López: “el ejército volverá al país y
entonces veremos si hemos sido vencidos”.
Mediante una sucesión de maniobras
supervisadas por el Imperio Británico, con el agudo ojo de Lord
Ponsomby, la oligarquía porteña desplegó un plan destituyente. El
gobernador federal es derrocado, y Lavalle, al frente del ejército,
se lanza a la captura del “coronel del pueblo”. Fue en la
noche del 10 de diciembre cuando Dorrego cae prisionero de las armas
unitarias. Lo llevan al campamento central de Lavalle en la localidad
de Navarro, allí se desencadenará la última escena de esta
tragedia.
Captura y magnicidio
Ahora debemos desentrañar, recurriendo
a reconstrucción histórica y a los documentos, si Lavalle fue
plenamente conciente del crimen que cometió, y si el mismo fue una
decisión política deliberada o no.
Reconstruyendo los hechos
desencadenantes, recapitulamos que el 11 de diciembre de 1828 llega
la noticia de la captura de Dorrego a Buenos Aires. El 12 tiene lugar
el conclave masónico secreto en el cual se ratifica la decisión de
fusilar a Dorrego. Los confabulados se movilizan; quieren evitar que
Lavalle vacile ante su antiguo camarada de armas. Los “doctores”
de Buenos Aires deciden robustecer la decisión del militar amotinado
de fusilar al jefe del Partido Federal. Le acosan, le hostigan
epistolarmente. Con misivas intrigantes, los hombres salientes de la
política porteña gravitan en la decisión del futuro magnicida:
“Después de la sangre que se ha
derramado en Navarro, el proceso del que la ha hecho correr, está
formado: ésta es la opinión de todos sus amigos de usted; esto será
lo que decida de la revolución; sobre todo, si andamos a medias…
En fin, usted piense que 200 o más muertos y 500 heridos deben hacer
entender a usted cuál es su deber… “Cartas como éstas se
rompen, y en circunstancias como las presentes, se dispensan estas
confianzas a los que usted sabe que no lo engañan, como su atento
amigo y servidor Juan C. Varela. (Carta de Juan Cruz Varela dirigida
a Lavalle del 12 de diciembre de 1828.
Salvador María del Carril también le
insinúa la necesidad de tomar medidas contundentes contra Dorrego,
en carta del 12-12-1828 le expresa: “(…) Ahora bien, general,
prescindamos del corazón en este caso (…) Así, considere usted la
suerte de Dorrego. Mire usted que este país se fatiga 18 años hace,
en revoluciones, sin que una sola haya producido un escarmiento (…)
En tal caso, la ley es que una revolución es un juego de azar en el
que gana hasta la vida de los vencidos cuando se cree necesario
disponer de ella. Haciendo la aplicación de este principio de una
evidencia práctica, la cuestión me parece de fácil resolución. Si
usted, general, la aborda así, a sangre fría, la decide; si no, yo
habré importunado a usted; habré escrito inútilmente, y lo que es
más sensible, habrá usted perdido la ocasión de cortar la primera
cabeza a la hidra, y no cortará usted las restantes; ¿ entonces,
qué gloria puede recogerse en este campo desolado por estas fieras?.
Nada queda en la República para un hombre de corazón”.
Juan Lavalle se niega a recibir a
Dorrego. No hay clemencia, la suerte del gobernador está echada.
Dorrego escribe sus últimas cartas… Eran las 2 y media de la tarde
en Navarro. Dorrego está preparado para recibir a la muerte, el
Padre Castañer, su primo, le dio auxilio religioso. Después, suena
la descarga. Dorrego ha sido asesinado.
Parto de la violencia criminal de la
oligarquía
El fusilamiento de este mártir
nacional será el primer ejemplo cruel de la violencia que el régimen
desencadenará permanente y sistemáticamente contra los hombres que
intentaron resistir la entrega. Vendrán más: Facundo Quiroga,
Martiniano Chilavert, el Chacho Peñaloza, y una incontable lista de
perseguidos y asesinados por la oligarquía en nombre de una
“revolución libertadora” que como la de Lavalle tenía un
solo objetivo: la entrega de la Patria al vasallaje imperialista.
La historia argentina es violenta.
Desde el desembarco de los españoles a sangre y fuego hasta los
30.000 desaparecidos; pasando por los genocidios de las últimas
montoneras del siglo XIX, los fusilamientos de la Patagonia, la
represión de la Semana Trágica, los bombardeos de Plaza de Mayo en
1955, los asesinatos de los basurales de José León Suárez, el
fusilamiento del General Valle, la lista es casi interminable…
nuestra historia está formada por bloques de terror que han
construido un muralla que todavía hoy nos circunda.
Particularmente, el fusilamiento
cometido en diciembre de 1828 en la figura del Coronel Manuel
Dorrego, a la sazón Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, fue
tal vez el hecho sangriento que más consecuencias trajo para la vida
política argentina. Desde el primer momento, este asesinato desata
una guerra civil que durará hasta 1852 y que seguirá luego, aunque
por otros motivos, hasta provocar el aniquilamiento de los caudillos
del interior por la “civilizada” Buenos Aires. Una profunda
ruptura política fue engendrada por los cuatro disparos que se
clavan en el cuerpo de Dorrego.
Lavalle y la comprensión histórica
de sus actos
“Incrédulo como soy de la
imparcialidad que se atribuye a la posteridad… fragüe el acta de
un consejo de guerra para disimular el fusilamiento de Dorrego porque
si es necesario envolver la impostura con los pasaportes de la
verdad, se embrolla; y si es necesario mentir a la posteridad, se
miente y se engaña a los vivos y a los muertos”, le aconsejaba
Salvador María del Carril a Lavalle en una carta después del
fusilamiento de Dorrego.
Haciendo caso omiso de los consejos,
luego de la ejecución, Lavalle envía a Buenos Aires el siguiente
parte: “Participo al gobierno delegado, que el coronel Don
Manuel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los
regimientos que componen esta división.”
“La historia, el Señor
Ministro, juzgará imparcialmente, el coronel Dorrego ha debido o no
morir; si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por
él, puedo haber estar poseído de otro sentimiento que el del bien
público.”
“Quisiera persuadirse el pueblo
de Buenos Aires, que la muerte del Coronel Dorrego, es el sacrificio
mayor que puedo hacer en su obsequio”.
“Saludo al Señor ministro, con
toda atención”. “Juan Lavalle”
Como leemos en la misiva, Lavalle tenía
plena conciencia de su conducta, del magnicidio cometido y del dolor
causado.
La política de la historia
“…Lo que se nos ha presentado
como historia es una política de la historia, en que ésta es sólo
un instrumento de planes más vastos, destinados precisamente a
impedir que la historia, la historia verdadera, contribuya a la
formación de una conciencia histórica nacional…”, nos
enseñaba Arturo Jauretche. A más de 180 años y siguiendo a Don
Arturo, es procedente indagar como el aparato cultural del sistema y
la historia oficial falsificó, negó, ocultó y mintió los hechos
que tratamos en esta nota.
Lavalle, como lo dice en el parte del
fusilamiento, ingenuamente expresa que confía en el juicio de la
historia. Como vimos, del Carril, luego vicepresidente de Urquiza,
propone mentir y engañar a los vivos y a los muertos. Y así fue. Se
mintió u ocultó a través de la consiguiente operación histórica
ideológica que ejecutó el aparato cultural del sistema. Hoy,
muchos, directamente ignoran lo que pasó y las nefastas
consecuencias.
¿Dónde colocar a Dorrego?
La historia liberal no puede colocar en
el panteón oficial a Dorrego. Primero porque el propio Mitre lo
considerada como “el único prócer federal”. Segundo,
porque no pueden reivindicar un hombre al que mandaron asesinar
impunemente. ¿Dónde colocarlo entonces a Dorrego, dónde encaja?
Es preciso olvidar el asesinato,
achicar su figura, negar su trascendencia. Así, ha tenido mayor
difusión la banal anécdota de su burla a la voz aflautada de
Belgrano que sus denuncias contra el ominoso empréstito Baring que
comprometía no sólo a Rivadavia, sino también a miembros de la
elite porteña. Se lo tacha con el calificativo de “loco”,
“insubordinado” “conspirador” y se opta por
recordarlo como un héroe de las guerras de la independencia más que
como el brillante tribuno que criticó audazmente la “aristocracia
del dinero”.
La “espada sin cabeza”
Ya en el siglo XIX, las plumas de
oligarquía eran conscientes de que Lavalle era indefendible.
Acusarlo de impulsivo, hombre sin razón, fue la forma de ocultar la
criminalidad de sus actos y la matriz antidemocrática de su
política. El joven “romántico” Esteban Echevarria, el
mismo que antes lo elogiaba, le escribía un poema donde se pretendía
dibujar la silueta histórica de Lavalle. Echeverria, disfrazado de
Lord Byron local, le coloca el mote de espada sin cabeza en estos
versos:
“Todo estaba en su mano y lo ha
perdido.
Lavalle es una espada sin cabeza.
Sobre nosotros entre tanto pesa
su prestigio fatal, y obrando inerte
Nos lleva a la derrota y a la
muerte”
Lavalle, el precursor de las
derrotas.
OH, Lavalle! Lavalle, muy chico era
para echar sobre sí cosas tan
grandes”.
Para los jóvenes de la “ciudad de
las luces”, Lavalle no era un asesino, ni un golpista. Era sólo
un hombre “sin luces”, cuyo principal error no eran sus
atroces crímenes, sino haber sido derrotado. Y con su derrota haber
posibilitado el ascenso de Juan Manuel de Rosas.
Negar y olvidar
En su derrotero auto justificatorio,
las clases dominantes recurren a cualquier artilugio discursivo. Y,
si es posible negar, olvidar que Dorrego fue asesinado por la
oligarquía, mejor. En este sentido es revelador leer al historiador
neomitrista Félix Luna (recientemente fallecido) que en su libro:
“Breve historia de los Argentinos” escribe al respecto:
“Lamentablemente (sic) el gobernador de Buenos Aires, Manuel
Dorrego, un federal que gozaba de la confianza de los caudillos del
interior, fue derrocado por un cuerpo de los antiguos combatientes de
la guerra con Brasil, encabezado por Juan Lavalle. Este hecho abrió
nuevamente un período de guerra civil, que se dio en dos escenarios:
Buenos Aires y el interior.” ¿Tan “breve” es esa
historia de los argentinos que no hay una línea para referirse al
fusilamiento de un gobernador electo por el pueblo? ¿Tan breve es,
que no hay espacio para comentar tamaño magnicidio en el que todos
reconocen comienzan las desventuras del pueblo argentino?
Es preciso negar y olvidar o sino…
¿Dice algo el Manual del Alumno X sobre la matanza que vino después
del fusilamiento de Dorrego? ¿Por qué no? ¿Será que no es
“académico” decirlo? ¿Se menciona en los manuales de
historia oficial a Juan Cruz Varela que desde “El Pampero”
exige que “se deben degollar cuatro mil para mantener quieta esa
gaucha canalla”? No, no se lo menciona. La política de la
historia oficial es falsificar y negar, total…. En una población
que en la campaña de Buenos Aires, escenario de esas atrocidades, no
pudo haber superado las 150 mil almas ¿Qué proporción son 4 mil?
Hoy, con una población 40 veces superior, hablaríamos de 160 mil
desaparecidos, y en solo un año. Pero, claro, no eran más que gente
pobre, gauchos, gente sin abogados que los defiendan, condenados a
dejar sus osamentas en la pampa, la “canalla” que no se
merecía ni ser cristianamente sepultada. Todos los genocidios
cometidos por la oligarquía a lo largo de la historia, fueron
sistemáticamente negados por la historia oficial. Esa es la verdad,
la amarga verdad.
¿Fue un error, un exceso?
¿Pero, cómo explica, cuando no la
niega, la historia oficial el fusilamiento de Dorrego? A muchos les
han enseñado que el fusilamiento en los campos de Navarro fue un
“error” de Lavalle.
Un “lamentable” error. Ese es
la infantil razón que esgrime: un error. La historia oficial está
repleta de errores de ese tipo…. Un “exceso” dirían 150
años después, para justificar la última dictadura militar.
¿Y con Lavalle qué hacer?
Juan Lavalle creía en el juicio de la
historia, y lo invocaba para su criminal proceder. La historiografía
oficial, la de la oligarquía y el aparato cultural, absolverá
totalmente al ejecutor de Dorrego que se alió a los franceses para
invadir su propia patria años más tarde de aquel criminal
asesinato.
Los restos de Lavalle, representante de
la oligarquía porteña, fueron repatriados en 1861, después de
Pavón, en la época que el Estado de Buenos Aires se encontraba
escindido de la Confederación… No es de extrañar que tal
repatriación, en ese contexto histórico, fuera simbólicamente una
ratificación de poder de la oligarquía portuaria.
Y tampoco es de extrañar que el
monumento a Lavalle, que se alzó en la plaza que lleva su nombre en
1887 durante la presidencia de Juárez Celman, se haya levantado en
el terreno de lo que era el antiguo solar que pertenecía a la
familia Dorrego.
Convertir al victimario en víctima
Y el aparto cultural decide no
solamente justificar el magnicidio de Lavalle calificándolo de
error, sino que va por más: convierte al victimario en víctima.
La construcción de “Lavalle-Víctima”
es una operación cultural que José Pablo Feinman desenmascara en su
libro “La sangre derramada”: “En el fusilamiento de
Dorrego se ha insistido, a lo largo de toda nuestra historia, en ver
a dos víctimas: al fusilado y al fusilador. Dorrego muere y es la
gran víctima del federalismo. Lavalle no muere pero permanece
hundido en una desdicha que, con frecuencia, pareciera ser mayor que
la de Dorrego: es la desdicha que genera la culpa. Lavalle ha sido la
principal victima de su temperamento, de su pasión descontrolada, de
los malos consejos de sus consejeros. Esta imagen -victima, del
Lavalle-tragedia ha sido desarrollada por el referente masculino de
la nación, Ernesto Sábato, en una trama lateral de su novela “Sobre
héroes y tumbas”. Convocó, con su infalible efectividad, la
adhesión, la emoción y el deslumbramiento de los sectores
culturales medios argentinos. En verdad, la vigencia de ese Lavalle
se debe en gran medida a las paginas que Sábato le dedicara en esa
novela fetiche, deudora kitsch de las filosofías de la tragedia,
publicada a comienzos de la década del sesenta”.
Cuando se publicó la novela, se
produjo además una exitosa obra musical inspirada en el texto y así,
la muerte oprobiosa de Manuel Dorrego, gran patriota, tiene hoy menos
popularidad que la de su verdugo, Juan Lavalle, cantada épicamente
por Ernesto Sábato, a pesar de haber combatido contra su patria como
jefe de las fuerzas terrestres del bloqueo francés y haber muerto en
un incidente policial oscuro.
El general Lavalle, en la mencionada
novela, viene a ser la figura emblemática del héroe romántico.
“Una espada sin cabeza”, como lo llamó Echeverría: pura
pasión, poca razón, mucha contradicción. En la novela, Lavalle
simboliza el ser puro manipulado, inimputable y tirado luego a la
basura por la minoría ilustrada.
Sábato y la justificación de la
oligarquía
No es extraño tampoco que un
intelectual como Sábato haya escrito esta historia y de esa manera.
Dirigente comunista en su juventud, eterno detractor del peronismo,
Sábato fue premiado por la “Libertadora” con la
intervención del diario “El mundo” en 1955. Fue uno de los
primeros en aportar una interpretación nefasta y gorila del
peronismo tras el derrocamiento de su segundo gobierno, la cual
apareció publicada bajo el título de “El otro rostro del
peronismo” en el año 1956. En este ensayo, Sábato critica
ásperamente al peronismo sosteniendo que “el motor de la
historia es el resentimiento que, en el caso argentino, se acumula
desde el indio, el gaucho, el gringo, el inmigrante y el trabajador
moderno, hasta conformar el germen del peronista, el principal
resentido y olvidado”. Así es el nivel de análisis científico
de un ex marxista: el motor de la historia no es la lucha de clases
ni las fuerzas de producción sino el resentimiento. En ese libelo,
tampoco se priva Sábato de calificar a Perón como nazi, tirano,
corrupto y cuanto calificativo infame se le pueda ocurrir al lector.
Su ambigua trayectoria continúa cuando
el 19 de mayo de 1976, Jorge Rafael Videla lo invitó, a un almuerzo
en la casa rosada al que asistió con un grupo de escritores
argentinos, entre los que se encontraban Jorge Luis Borges, Horacio
Esteban Ratti y el cura Castellani. Luego del encuentro Sábato
declaró a la prensa: “El general Videla me dio una excelente
impresión. Se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me
impresionó la amplitud de criterio y la cultura del presidente”.
Esas elogiosas palabras resuenan en los laberintos de la historia
argentina, todavía…
El mismo Sábato, ya mutado en mariposa
democrática, sería nuevamente funcional: vendría el juicio a la
Junta, los aplausos, el papel de sabio que está más allá del bien
y del mal, la Conadep, el “Nunca Más” y su personal
contribución: el adefesio ideológico-moral llamado “teoría de
los dos Demonios”. Ambos contendientes tienen la culpa,
guerrilleros y militares, peronista y antiperonistas, unitarios y
federales, Lavalle y Dorrego. Es preciso colectivizar la culpa. Las
ideologías han muerto. Ni víctimas ni verdugos.
“Sin buenos ni malos”
El relato de la oligarquía que
pretende exculpar a Lavalle construye una explicación de las duras y
trágicas luchas civiles desde una historia “sin buenos ni
malos”, donde se degollaron unos a otros, donde tanto unos como
otros concurrieron como iguales a la construcción del la Argentina
actual. Eso es una trampa del sistema, que nos impide visualizar y
diferenciar los verdaderos proyectos políticos subyacentes, tanto
los que promovieron nuestro progreso como los que fueron responsable
de nuestro atraso y estancamiento como Nación.
Este argumento quiere exculpar a los
responsable principales. Es absurdo por donde se lo mire. No tienen
la misma responsabilidad un militante de una organización armada de
los 70 que la cúpula golpista que cometió un genocidio y entregó
la económica nacional. El genocidio del Gaucho o del Indio no se
podrá justificar jamás por la supuesta “barbarie” de sus
actos aislados. No fueron, ni son, ni somos, todos iguales, ni
tenemos las mismas responsabilidades. Lavalle y Dorrego no son las
dos caras de una misma moneda; son dos visiones totalmente distintas
de país, dos formas antagónicas de concebir la política, la
economía, la democracia y el rol del pueblo.
Colectivizar la culpa
Desde el lejano asesinato de Dorrego
hasta el presente se advierte un intento, una política, de diluir y
colectivizar las culpas históricas. El culpable de cada crimen no es
quién lo comete y quienes fueron sus cómplices directos, hay que
negar la culpa, licuarla. Esos son los disvalores que rigen en una
sociedad ahistórica, sin memoria y moralmente debilitada. El pueblo
argentino lleva esta carga amoral en sus espaldas que es preciso
removerla, sacudirla definitivamente.
Lavalle, el General Juan Galo de
Lavalle, el valeroso héroe de nuestra independencia cometió un
crimen, él y sus cómplices deben ser juzgados por la verdad
histórica, sin prejuicios y sin leyendas románticas que suavicen el
personaje o distorsionen los hechos. El propio Lavalle apelaba al
juicio histórico, pues bien, éste señala que, tras el asesinato de
Dorrego, crimen que el pueblo ni justificó ni justificará jamás,
impuso la primera tiranía en tierras argentinas e instaló el
golpismo militar como método político para consumar la entrega y la
enajenación de las riquezas patrimoniales de la Nación.
Él no es merecedor ni de la
justificación de su crimen ni de la compasión que puede despertar
su supuesto arrepentimiento posterior. Pero su proceder me permite
establecer un denominador común en todos los golpes de estado: lo
llevan adelante soldados, algunos nacionalistas y disfrutan de sus
beneficios los liberales, los hombres de negocios que consideran
deben de detentar el poder político que han perdido en manos de los
sectores populares que tanto desprecian. Esa es la matriz innegable
de todos los quiebres institucionales en la historia argentina.

 

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Dr. Alejandro Gonzalo García Garro.