Más de Cela para los perdedores y sobre la justicia

-La ópera tiene escasa relación con la música -decía el monje-, el cine no es más que una pequeña técnica habilidosa, la publicidad es la institucionalización de la falacia, el juego no llega a anestesia y se queda en analgésico, la política no está al servicio ni del país ni del Estado sino del gobierno y el dinero, la poesía se ahogó en las aguas residuales y panfletarias de lo aparentemente social y la novela, por negarse a sí misma el rigor preciso, se confunde con el culebrón. El panorama no es halagüeño y la gente, claro es, sigue drogándose, divagando, opinando y matándose.

(…)
Usted juegue con las palabras, siga jugando con las palabras, y ya verá cuando le castigue Dios, entonces habrá sonado la hora de las lamentaciones pero a lo mejor nadie le presta oídos. A usted le va a servir de poco la elocuencia, usted es muy elocuente pero le va a servir de poco porque la discreción de lo que se calla pesa más que la elocuencia de lo que se dice. A lo mejor, cualquier día se promulga una ley mandando capar a los oradores. La facilidad de palabra puede obnubilar el pensamiento e incluso despeñar la razón, ¿usted cree que hablando son más brillantes los hombres y más persuasivas las mujeres, más rigurosos y precisos los hombres y más confusas y eficaces las mujeres? Es más entretenida la idea de la muerte, la trampa que nos tiende la sociedad.
(…)
Los jueces dictan las sentencias cuando quieren, la verdad es que no son demasiado trabajadores, se toman las cosas con calma, no van a la oficina por las tardes, tienen unas vacaciones muy largas, el de juez es buen oficio, cómodo, considerado, respetado, incluso temido, no ganan mucho pero se conforman con lo que reciben a cambio de holgar y se cobran en especie sus tribulaciones y miserias disponiendo de la libertad de los demás, seguramente aciertan.
(…)
El vino y el tabaco cuestan dinero, la salud y el vestido cuestan dinero, el vicio y la virtud cuestan dinero, la vida y el odio cuestan dinero, pero el amor y la muerte se reparten de balde.
Camilo José Cela
“El asesinato del perdedor”