CASEROS

con la pluma, con la ESPADA, y la palabra

Nuevamente tenemos el gusto de compartir una interesantísima, y muy bien escrita, nota hasta hoy inédita del Dr. Alejandro Gonzalo García Garro, sobre aquella magna gesta del 3 de febrero de 1852.
Si bien, como en todos estos temas de revisionismo histórico, el titular del blog no coincide con el criterio de AGGG, es siempre un gusto leerlo.
Porque yo, como hombre del interior y admirador del Brigadier López, soy profundamente antirrosista. Súmese a ello mi devoción por mi tocayo Sarmiento, y estaremos lejos de AGGG como Rosas de Urquiza…
Por eso, ilustramos con el sanjuanino, pero leemos con gusto al entrerriano García Garro.

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La Batalla de Caseros: Rosas y el combate por la Historia
Deseo antes de entrar en el análisis de la
Batalla de Caseros, hacer unas aclaraciones que considero imprescindibles antes
de referirme o polemizar sobre Rosas, que son de igual o mayor importancia que
el análisis de la efeméride en si misma. Son unas premisas, que considero esenciales,
a la hora de abordar el tema Rosas.
En función de este objetivo dividiré la nota
en dos partes. En la primera me referiré a Rosas y la historia, la historia
oficial y el revisionismo y la forma en que creo que debemos discutir a Rosas
hoy, partiendo desde unas premisas que considero como irrefutables. En la
segunda parte, sí, me referiré a la Batalla de Caseros, analizando las causas y
consecuencias, políticas, económicas y sociales.
1. Juan
Manuel de Rosas: Combates por la Historia
“¡OH
Rosas te maldigo! Ni el polvo de tus huesos la América tendrá”.
José Mármol.
Se impone en primer lugar afirmar, en mi caso otra
vez más, que el propósito
de los emigrados unitarios que regresaron a Buenos Aires después de Caseros y se apoderaron del gobierno era clarísimo:
destruir todo vestigio del régimen rosista. Mintieron, fabularon, denigraron, vilipendiaron a Rosas, a su
obra, a sus seguidores, y aun más, buscaron directamente borrarlo de la historia.
Esta maquinación
la podemos verificar desde mucho antes de que Rosas fuese vencido en Caseros
(1852), en el deseo y la predicción no cumplida de José Mármol, cuando en su
poema “A Rosas” de 1843, maldice al “salvaje de las pampas que vomitó
el infierno”
y repite en dos estrofas distintas que “ni el polvo de tus
huesos la América
tendrá
”. Este texto “poético” contiene una verdadera sentencia política que
fue ejecutada prolijamente  por el
aparato cultural del sistema durante de 120 años. Los restos mortales de Don
Juan  Manuel  tuvieron que aguardar hasta 1989 para
que pudieran descansar en la tierra que lo vio nacer, cumpliéndose así su
última voluntad.
Rosas ocuparía
durante muchos años el lugar del malvado en la historia oficial. Se enumeraban
los crímenes perpetrados por la
Mazorca, su negativa a organizar institucionalmente el país,
la tiranía, las formas reaccionarias de ejercer el poder con facultades
extraordinarias, la mirada estrecha para entender los cambios en el mundo exterior.
Acusado de los más horrendos abusos fue durante años un innombrable que se lo
mencionaba elípticamente como “el dictador” o “el tirano”.
Ese lugar de
“maldito” sobrevive sin embargo en los últimos bolsones culturales de la
oligarquía liberal y se derrama todavía a importantes sectores de la sociedad,
incluida buena parte de la academia y las universidades. Es natural encontrar
aún, de vez en cuando, alguna nota periodística de un indignado Sebrelli o de
una aterrada María Sáenz Quesada por la “incomprensible vigencia” de la imagen
del Restaurador.
En la actualidad,
Juan Manuel de Rosas ocupa un lugar en la historia, no es más un maldito
marginal como otrora. En su dimensión popular, está considerablemente vaciado
políticamente, como San Martín, como Moreno, pero tiene su territorio en la
historia y el aparato cultural del sistema le ha otorgado un discreto lugar. Sus
restos fueron repatriados después de una larga lucha y descansan en el panteón
familiar del cementerio de la Recoleta. Desde 1999 tiene ya su monumento: una
estatua ecuestre hecha en bronce del Restaurador se yergue en la ciudad de
Buenos Aires en la esquina de Sarmiento y Libertador. Su rostro está impreso en
los billetes de 20 pesos y en casi todas las ciudades de la Argentina una avenida,
una calle o un barrio lleva su nombre. Y, por fin, de un tiempo a esta parte
los manuales de historia lo mencionan no como un tirano oscuro y sangriento
sino como un gobernador de la provincia de Buenos Aires que gobernó con “mano
dura” un largo y difícil período. Ha sido este gobierno nacional, el de
Cristina Fernández de Kirchner, quien ha recuperado al mejor Rosas, el
antiimperialista y lo ha puesto en el panteón histórico con el feriado nacional
del 20 de noviembre, en homenaje  la
Batalla de la Vuelta de Obligado.
Pero esta
institucionalización de Rosas, este reconocimiento, no fue otorgada por un
gracioso favor del aparato cultural sino que fue el resultado de una lucha
política que duró años y que señala entre otras cosas un triunfo del revisionismo
histórico sobre la historiografía liberal.
Don Arturo
Jaureteche escribió que: “Para comodidad en la exposición y simplificándola
de una manera didáctica pudimos considerar la historia oficial como la tesis y
el revisionismo como la antítesis”.
El revisionismo tuvo la tarea de
demoler en una vasta tarea la historia falsificada, oponerse como antitesis a
ella. Creo que, faltaría -y es lo que se está gestando hoy-, un tercer
movimiento historiográfico, la síntesis superadora, que colocase a Juan Manuel
de Rosas en su verdadero lugar en la historia de la Patria. Despejado
el terreno, desechada la mentira de la historia falsificada (tesis), surge el
revisionismo histórico (antitesis) que rescata y valoriza la figura de Rosas.
La dinámica de la dialéctica exige la síntesis. La historia oficial ya fue
destronada, es preciso ahora objetivarse para una nueva polémica, una nueva
interpretación que coloque a Rosas en un lugar ecuánime y objetivo en la
historia argentina. Esta nueva etapa se debe nutrir de la dialéctica histórica
tal cual la imaginaba Walter Benjamin, que recupera el relato de los vencidos,
porque “encender en el pasado la chispa
de la esperanza es un don que sólo se encuentra en aquel historiador que está
compenetrado con esto: tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo, si éste
vence. Y este enemigo no ha cesado de vencer
” (Walter Benjamin, Tesis VI en
“Sobre el concepto de historia”). Eso le paso a Rosas, sin dudas. Y en la
derrota de los proyectos populares, que hay mucho de esto en nuestra historia,
está lo que ha sido y puede ser nuestra Nación. Y una nueva mirada a nuestro
pasado debe tener eso, recuperar la tradición de los oprimidos, los derrotados,
los humillados, los exiliados, se debe nutrir de los malditos, es “cepillar la historia a contrapelo” como
dice Benjamin en la Tesis VII. Es una historia con perspectiva de futuro y
funcional al presente. “Necesitamos de la
historia, pero de otra manera de como la necesita el ocioso exquisito en los
jardines del saber
”, dice el Nietzsche que cita Benjamin, porque “el sujeto el sujeto del conocimiento
histórico es la clase oprimida misma
”, el pueblo me permito decir, pero “cuando combate”, tal reza la Tesis XII. Para
eso debe servir la historia. Este debe ser el compromiso de los historiadores y
en especial los historiadores y divulgadores históricos del campo nacional que
entienden que “La historia es la política del pasado y la política la
historia del presente.”
Hecha las aclaraciones, en función de esa imprescindible síntesis considero
que cualquier mirada del hoy sobre Rosas tiene que partir de la aceptación de
estas tres premisas históricas:
A) Rosas
Estadista
. La
Revolución de Mayo no había dado ningún ESTADISTA, ningún
político de envergadura, salvo Moreno que fue una estrella fugaz que logró
señalar un rumbo. Alvear, tal vez… había mostrado ciertos dotes, pero su
juventud y las circunstancias internacionales lo hicieron fracasar. Dorrego se
desmoronó en parte por su falta de ductilidad para adaptarse a las
circunstancias y su obra encontró fin en el aberrante crimen del unitario
Lavalle. Rivadavia, es justamente todo lo contrario a un político, es más bien
la caricatura de un tipo de político, fue un autista alejado de la realidad.
Belgrano, enorme en su voluntad, infalible en su desacierto. San Martín, se
niega a participar en las luchas internas y parte al destierro. Ramírez,
Quiroga y López, no pudieron pasar las fronteras del caudillismo local. Artigas,
enorme en su integridad, coherente en su lucha y meridiano en claridad
ideológica nunca pudo ser el poder real ni imponer la dirección política al
conjunto. Ninguno había logrado hasta entonces generar un orden nacional,
dominar la anarquía, poner un dique a la balcanización. Esta fue la obra de don
Juan Manuel de Rosas, quien es a mi juicio el primer estadista de visión
nacional que forjó la Revolución de Mayo.
B) Rosas
Nacional
En el área de las relaciones internacionales Rosas
supo hacer respetar celosamente la independencia nacional. Fue el estadista
custodio de nuestra soberanía en el Siglo XIX. Representa el honor, la unidad y
la independencia de la Patria
recién nacida.
La historia
argentina reconoce un periodo crucial: la resistencia nacional de Rosas y su
gobierno a un proyecto colonizador, a una tentativa imperial europea altamente
peligrosa. Los episodios diplomáticos y militares de la intervención anglo
francesa constituyen por la reacción de Rosas y su pueblo una de las paginas
más memorables de nuestra historia. En esa obcecada resistencia y apasionada
intransigencia se definió nuestro destino como nación independiente. En el
dilema de ser una factoría extranjera o una nación soberana Rosas optó por lo
segundo, que era el camino del sacrificio y de la lucha pero también el del
honor.
Desde la historia
oficial durante años se intentó tergiversar el verdadero cariz de la
intervención imperialista, pero el revisionismo desenmascaró esta operación
señalando con claridad que se trataba de una verdadera operación colonial con
intereses económicos  concretos. Los
cañones de las más grandes potencias europeas apuntaron la Confederación y a
pesar de la superioridad militar al final de la guerra la causa nacional
terminó invicta y reconocida en todos los países del mundo incluso los
enemigos.
C)
Rosas Popular.
El pueblo de Buenos Aires, el pueblo auténtico, la gente, no había figurado aún
en nuestra historia. Vimos que la gente que se congregó frente al Cabildo el 25
de mayo constituía un pequeño grupo. Las diferentes puebladas y golpes
militares consistían en rebeliones o alzamientos minoritarios y sectarios. Artigas
fue el primero en incorporar el pueblo a la revolución. Pero es Dorrego el que
prepara el terreno para la aparición de lo popular en la escena política. Rosas
lo continúa y lo profundiza. El nuevo escenario presenta una novedad: Las
masas. La plebe de las orillas, los negros, los mulatos, los compadritos, la
gente de la campaña, e incluso los indios, todos antes escondidos ahora se
exhiben y participan. Esta fuerza política despreciada por los unitarios será
la base social que Rosas, caudillo del campo popular, pone en acción en defensa
de la Soberanía Nacional.
Ningún personaje
hispanoamericano, salvo quizás, Bolívar, ha apasionado tanto como Rosas a los
pueblos que descendemos de España. Entre nosotros, Rosas es un tema de actualidad
desde hace más de 160 años. Se podría afirmar que es el único tema histórico de
actualidad permanente. Cientos de libros, miles de ensayos se han escritos
sobre Rosas. Algunos trabajos son simplemente apologéticos otros directamente
denigratorios. Los menos intentan cierta objetividad. Tantas publicaciones y
opiniones manifiestan ciertamente que existe un ansia por conocer la verdad y
que la polémica no está concluida.
La polémica no
está concluida, es más, es preciso profundizarla y afinarla. Es puntual
estudiar, investigar y discutir muchas instituciones, hechos y conceptos
políticos de la época de Rosas: la naturaleza del federalismo planteado por
Rosas, el sistema político de la Confederación, la relación con las provincias,
los alcances de la Ley
de Aduanas, los intereses ganaderos de la provincia de Buenos Aires, el
carácter autocrático de la conducción de Rosas y mucho más. La investigación y
las cuestiones polémicas están abiertas, pero a mi juicio, desde el previo
reconocimiento, de que estamos frente al
primer estadista que tuvo la Revolución de Mayo, que le dio a la política de
su tiempo, un contenido definitivamente nacional y auténticamente popular.
2.
La Batalla de Caseros: La Confederación en guerra con el Brasil.
 “En eso
estaban las cosas al comienzo del año 1851, cuando se produce el hecho más
increíble de la historia argentina y uno de los acontecimientos más vergonzoso
de la historia universal. El general en Jefe del Ejército de Operaciones
argentino para la guerra contra el Brasil; Don Justo José de Urquiza, entra en
tratativas con el enemigo para pasarse a él y arrastrar a las tropas que el
país ha puesto bajo su mando y responsabilidad. Así también todos los
pertrechos y armamentos a su disposición.”
Juan Domingo
Perón. “Breve historia de la problemática argentina”.
Es difícil
sintetizar que fue Caseros, cómo se llegó al enfrentamiento, el desenlace, etc.
Trataré de ser breve… Este hecho que se conmemora cada 3 de febrero se dio
mucho tiempo después del ascenso al poder de Rosas y cuando el Restaurador y la
Confederación habían logrado su consolidación política, afianzado el poder y
alcanzado el respeto y reconocimiento de las naciones de América y Europa
después de los triunfos contra las agresiones extranjeras y sus aliados. Allí,
en ese momento, empezó a organizarse la coalición que habría de derribarlo.
La historia
mitrista al referirse a la caída de Rosas relata una vez más otra adulteración
histórica, otra leyenda. En la misma el protagonista principal de la coalición
es el entonces gobernador de mi provincia, Entre Ríos, y Jefe del Ejército, el General
Justo José de Urquiza. Según la conocida alteración de los hechos, Urquiza
emprende una cruzada libertadora contra el tirano para rescatar a la República
de las garras del déspota (afirman esto omitiendo que el por entonces Imperio
esclavócrata del Brasil fue el principal socio y soporte económico y militar de
Urquiza). Como adelanté, la historia oficial ni menciona la participación del
Brasil, y si se refiere, lo hace de tal manera de no empañar la gloria del
libertador ya que Caseros se constituye para la historia oficial como un
episodio fundacional de nuestra propia nacionalidad porque además de derrotar
al tirano nos dió la Constitución.
Para los
historiadores revisionistas, en cambio, Caseros fue “la mayor calamidad de
nuestra historia” (citando a uno de los primeros revisionistas peronistas, Ernesto
Palacio), una verdadera derrota nacional donde se perdió no sólo una batalla
sino la hegemonía continental abriendo las puertas a la penetración europea y
dando comienzo a una largo periodo de dependencia económica en el Río de la
Plata.
A la caída de
Rosas confluyeron varios poderosos factores (que, como era de esperarse, se
enfrentaron inmediatamente después de Caseros):
a) La burguesía comercial porteña que exigía una
política económica más abierta con el imperio británico.
b) Algunas provincias mediterráneas que buscaban la
organización nacional bajo una constitución.
c) Las provincias del litoral ahogadas por el puerto
único.
d) Los propios ganaderos bonaerenses originalmente
aliados a Rosas ávidos de librarse de la pesada mano del Restaurador y lograr
un trato más libre con los compradores europeos.
e) Y finalmente Brasil que aliado incondicional de
Inglaterra –una vez más aquí ejecutando la geopolítica inglesa- que deseaba la
libre navegación de los ríos para su comercio y se presentaba como el enemigo
histórico de la Confederación en la disputa por la hegemonía de América del
Sur. A este respecto manifestaría el diputado Pereyra da Silva en la Cámara de
diputados brasileña en junio de 1850: “Los designios del General Rosas no son
ocultos. Pretende reconstruir el Virreinato de Buenos Aires (léase del Río de
la Plata), acabando con todos los pequeños estados que de él se habían hecho
independientes. Estos designios son fatalísimos, perjudiciales al Imperio del
Brasil”.
Estos factores
pactaron y se aliaron contra la Confederación porque aisladamente no hubiesen
podido derrotar a Rosas. Urquiza fue un instrumento, sólo una herramienta
utilizada por la diplomacia brasileña que fue la verdadera autora de la
coalición. La situación de Brasil no era auspiciosa en 1850, la clase dirigente
brasilera estaba preocupada por los movimientos separatistas riograndenses que
despertaban temor por un posible acrecentamiento territorial argentino. Es
preciso entonces comprender la caída de Rosas en Caseros no como lo pretende la
historia mitrista producto de la gesta libertadora de Urquiza, sino como una
crisis geopolítica en la región donde hasta Paraguay participó atraído por el
reconocimiento de su independencia en caso de que se ganara la guerra.
Caseros fue la
hora del Brasil. A Caseros hay que considerarla como una batalla, la final de
“la segunda guerra argentina brasileña” como titula José María Rosa al capítulo
concerniente a la derrota de la Confederación. Este capítulo de la “Historia
Argentina” será la base de uno de los mejores libros de Rosa y de la
historiografía argentina: “La caída de Rosas”, trabajado entre los años 1953 y 1958
en los archivos de Buenos Aires, Montevideo y Río de Janeiro en donde
desentraña todos los hechos deliberadamente trastocados por la historiografía
liberal.
Fue la hora del
Brasil porque, cuando Francia y Gran Bretaña se retiran militarmente del Plata,
vislumbró la llegada de su oportunidad histórica. El Imperio de Brasil no había
perdido su viejo sueño de anexar la “Cisplatina”, frustrado en Ituzaingó y
obtener territorios en la cuenca del Plata. La diplomacia del Imperio sabia que
podía contar con importante aliados para enfrentar a la Confederación:
Paraguay, cuya independencia Rosas desconocía porque seguía considerando que
era territorio nacional. Los sectores políticos uruguayos enfrentados con
Oribe. Los exiliados argentinos contrarios al régimen del Restaurador. Y un
general en Entre Ríos, que ya había dado señales de querer traicionarlo,
manifestando que sus intereses no coincidían con los de los estancieros
bonaerenses.
En noviembre de
1849, las fuerzas brasileñas ingresan a territorio uruguayo en busca de las
tropas de Oribe. El conflicto que plantea el Imperio con su incursión fue
doble: contra Oribe y contra Rosas. El Jefe de la Confederación presentó un
reclamo ante el gobierno de Río de Janeiro y Brasil sin volver atrás comenzó a
negociar un convenio con los sitiados en Montevideo. Enseguida concreta la
diplomacia brasilera una alianza con el Paraguay y quedan rotas las relaciones
de la Confederación con el Brasil.
Agentes brasileños
bien provistos de dinero, trabajan eficazmente en Montevideo, Asunción,
Corrientes y Entre Ríos sobornando a quien sea necesario, preparan alianzas con
los jefes de gobierno y corrompen la oficialidad. En el mes de abril de 1851,
el General Urquiza dirige una circular a las provincias argentinas que habían
reelegido a Rosas como encargado de relaciones exteriores para incitarlas a que
quitasen su voto y su respaldo al Restaurador. El 1 de Mayo se pronuncia
públicamente contra el jefe de la Confederación y sus representantes firman en
Montevideo un tratado de alianza con los brasileños y con los uruguayos
sitiados por Oribe. El Imperio había encontrado la alianza que necesitaba.
Comienza la
campaña de los aliados, el primer enemigo a derrotar es Oribe. Urquiza cruza el
Rió Uruguay e inicia la marcha contra las tropas de Oribe que asistía a la
traición o defección de sus principales jefes. Una poderosa fuerza brasileña
entra en el Estado Oriental al mando del duque de Caxias mientras la escuadra
lusitana ocupa Colonia. Oribe atenazado por los dos ejércitos firma la capitulación
ante Urquiza. Los aliados van ahora por más… por Rosas y la Confederación,
pero antes es preciso que se firmen los tratados entre los aliados.
Pocos días después
de la redición de Oribe, firma Urquiza un tratado con los brasileños que será
una verdadera lápida histórica para el gobernador de Entre Ríos. El Imperio le
otorgaba un préstamo mensual  de 100.000
patacones a las provincias de Corrientes y Entre Ríos y obligaba a Urquiza a
obtener el reconocimiento de esa deuda y otra más a la Confederación cuando se
obtuviera la victoria. Las provincias mesopotámicas hipotecaban sus rentas y
tierras públicas como garantía del acuerdo y se comprometía a utilizar todas
las influencias posibles para conseguir la libre navegación de los ríos una vez
que Rosas fuera depuesto. Textualmente: “Su Excelencia el señor Gobernador de
Entre Ríos se obliga a obtener del gobierno que suceda inmediatamente al del
general Rosas, el reconocimiento de aquel empréstito como deuda de la
Confederación Argentina y que efectúe su pronto pago con el interés del seis
por ciento al año. En el caso, no probable, de que esto no pueda obtenerse, la
deuda quedará a cargo de los Estados de Entre Ríos y Corrientes y para garantía
de su pago, con los intereses estipulados, sus Excelencias los señores
Gobernadores de Entre Ríos y Corrientes, hipotecan desde ya las rentas y los
terrenos de propiedad pública de los referidos estados”.
Hay un dicho que
dice que la ruta del dinero nos lleva siempre al origen de los cosas… Aquí
también. En Caseros hay un actor central que es muy poco conocido y no aparece
en ningún manual escolar. Irineo Evangelista de Sousa, quien sería a la postre
el Barón y Vizconde de Mauá es el alma de la intervención contra Rosas. Es
quien ofrece y facilita la financiación de la guerra contra la Confederación. Ya
antes de Caseros el Barón de Mauá se reunió con Mitre y Sarmiento y fue luego la
clave financiera de la conspiración.  Es
a la vez el quien encubre la financiación real que hace el Imperio del Brasil e
Inglaterra. Urquiza concertó dos grandes deudas para esta empresa, la contraída
con Mauá y el “empréstito Buschental”. Pero lo real es que Buschental y Mauá
eran socios y ambos eran mandatarios de la banca inglesa Rothschild, que
geopolíticamente servía a los intereses del Imperio Británico y se propusieron,
con éxito como se verá, afirmarse en el Brasil, penetrar en la Banda Oriental y
dominar el litoral argentino con la creación de Banco Mauá. Así fue como el
“filántropo” amigo de Urquiza era un financista ligado al imperio, que surgió y
ascendió financieramente cuando fue promovido al rango de socio menor y
testaferro de los Rothschild en Brasil (para saber más de esto les recomiendo
leer: “Baring Brothers y la Historia
Política Argentina
”, de Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde).
Volviendo al
contexto nacional y al desenlace. No obstante que la mayoría de las provincias
de la Confederación se pronunciaron abiertamente en contra de Urquiza y sus
alianzas con el extranjero, Rosas se muestra indeciso y comete errores en
momentos decisivos. Tal vez ya acosado por el cansancio y una permanente
desconfianza hacia sus subordinados pierde algo de reflejos políticos y
militares retardando una acción ofensiva que hubiese cambiado el curso de la
historia.
El “Ejercito Grande”,
así lo había denominado Urquiza, comienza el avance hacia Buenos Aires. Contaba
con un total de 28.149 plazas formadas por correntinos, entrerrianos,
uruguayos, exiliados unitarios y brasileños pertenecientes al ejército
imperial. Los brasileños habían apostado, además, 12.000 hombres en Colonia -el
“ejército chico”- como refuerzo. Tenía 45 cañones modernos y una
batería de cohetes. Entre los exiliados enganchados en el Ejercito Libertador
se encontraban dos personajes que serían en el futuro presidentes de la
Argentina: Sarmiento, vestido con un exótico (ridículo, por así decirlo) uniforme
de oficial francés oficiaba de “boletinero” del Ejército y Bartolomé Mitre,
capitán del arma de artillería y poeta.
La Confederación
por su parte contaba con 22.000 hombres -12.000 de caballería y el resto de
infantería- pero muchos eran bisoños, sin ninguna experiencia de guerra. Sus 60
cañones viejos casi no tenían munición. La batalla presentada fue ante todo una
cuestión de honra; no en vano en la parte final, cuando era evidente la
derrota, Rosas centró la lucha contra las tropas imperiales (también la inició
contra ellas) marcando así el concepto que le merecía su enemigo, que se había
aliado con el imperio de Brasil para derrotar a la Confederación.
Después de dos
horas de lucha, las fuerzas de Rosas cedieron terreno y Urquiza quedó como
dueño de la victoria. Una victoria que desprovista de brillo porque la
presencia de 4.000 brasileños la empañaba hasta convertirla en el desquite
histórico de Ituzaingó. Tan de Brasil fue la victoria que el desfile de la
victoria y la entrada de las tropas brasileras en Buenos Aires se realizó el
día 20 de febrero, aniversario de la batalla de Ituzaingó (1827), pero, como
todos sabemos, la batalla de Caseros se había librado el 3 de febrero.
Rosas, herido en
una mano de un balazo, se alejó acompañado de un auxiliar. Bajo un ombú situado
en Hueco de los Sauces (actual Plaza Garay) redactó su renuncia que encomendó a
su ayudante, quien inmediatamente la hizo llegar a la Junta de Representantes.
Luego, cubierto por un poncho, durmió -llevaba tres noches en vela- una hora. A
las cuatro de la tarde llega a la embajada inglesa. Esa misma noche, con el
auxilio de su hija de Manuelita el embajador inglés Gore lo convence de la
necesidad de refugiarse en el buque de guerra “Centaur”, anclado en la rada.
Rosas lo hace finalmente y junto con algunos miembros de su gobierno navega,
días después, hacia el exilio en la Nación que él mismo, años atrás obligara a
agachar su altivez imperial ante la denodada defensa de la soberanía argentina.
¿Quiénes fueron
los ganadores reales de esta coalición?: Los comerciantes y los ganaderos de
Buenos Aires. La Argentina fue incorporada urgentemente al sistema de
complementación económica británica. Sobre las ruinas de las industrias
provincianas se introdujo una economía de mercancías importadas. Al decir de
Abelardo Ramos; “Bajo el manto purpúreo del Imperio comenzó a organizarse el
granero de la era victoriana.”
Para Inglaterra y
Francia la caída de Rosas ofrecía la tantas veces frustrada oportunidad de
negociar la libre navegación de los ríos interiores. En abril de 1852 ambos
países europeos mandaron con este objeto a sus enviados especiales, como
también lo hizo el gobierno norteamericano. Finalmente, el 10 de julio de 1852
Urquiza firmó, cumpliendo convenios y compromisos adquiridos, tratados con
Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, que establecían el libre tránsito de
los ríos Paraná y Uruguay.
Dr. Alejandro
Gonzalo García Garro

 

garciagonzalo@hotmail.com