Borges en Santa Fe

Jorge Luissssss

Compartimos uno de esos textos extraordinarios que están flotando casi perdidos en la web.
Una entrevista bellísima y jugosa a nuestro admirado Jorge Luis Borges, en su paso por Santa Fe para conversar con los estudiantes de mi querido Colegio Nacional Simón de Iriondo.

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Reportaje a Jorge Luis Borges
Publicado el 18 de Febrero de 2009 por Mora Torres
El título de esta entrada parece remitir a algo fantasmal, o
quizá parezca un cuento fantástico, como a él le gustaban, con idas y venidas
del tiempo y ecuaciones y cálculos matemáticos (9 Microrrelatos).
Pero no, es simplemente que sigo revisando mis papeles
antiguos (Arqueología bíblica).
En 1982 se fundó en mi ciudad, Santa Fe, Argentina, un
diario llamado El Federal, cuyo director era una especie de caudillo político
entrerriano –Entre Ríos es una de las provincias más verdes y bonitas del
país-, el querido César “Chacho” Jaroslavsky, y yo entré a trabajar allí (El
caudillismo argentino del siglo XIX).
Un día el Chacho me llamó a su búnquer y me contó que Borges
estaría en Santa Fe, y que me elegía a mí para hacerle notas y reportajes (El
rating, factor que altera el producto).
Eso era como el príncipe más azul ofreciéndome casamiento,
yo brillaba (Kemet. El país de la tierra negra).
Casi me vestí de novia, con orquídeas y gasas, para recibir
a Borges (Conservación de orquídeas cubanas).
Tengo una foto que lo irradia, a él y a mí, y a mi antiguo
grabador (Inmigración: fotografías).
La puerta es la que elige
La puerta es la que elige, no el hombre
Jorge Luis Borges
Un grupo de estudiantes y dos o tres periodistas nos
encaminamos hacia el salón del hotel, adonde Borges va a hablar con nosotros.
Encabeza la marcha él mismo, acompañado por el escritor Roberto Arifano, de
Buenos Aires, con quien Borges suele mantener diálogos en sus presentaciones en
público –Arifano es una especie de secretario del Maestro. Pienso en Ezra
Pound, cumpliendo el mismo oficio para Yeats, en esa conmovedora combinación de
protección cariñosa, percepción y sutil inteligencia que exige el nada común
oficio de “secretario” de un anciano genial.
De pronto alguien elogia su bastón. Borges explica que es
holandés, fabricado con una especie determinada de madera, algo así como madera
de limonero. El bastón es parecido al que usan los pastores.
Borges dice sonriente: tóquelo, mire, tiene espinas…
Nos sentamos alrededor de una gran mesa. Los jóvenes
–alumnos de quinto año del Colegio Nacional- comienzan la entrevista.
De Borges a los jóvenes
*¿La misión de ustedes? Bueno, es simplemente la de salvar
al mundo… Yo les aconsejaría el ejercicio de la ética y el hábito de la
lectura. Les aconsejaría que leyeran mucho pero, como dijo mi padre, que lean
sólo lo que realmente les interese. Porque lo que se lee por ejemplo sólo para
dar un examen, se olvida. Yo he estudiado muchas materias de las que puedo
confesar ahora una ignorancia perfecta. En cambio, recuerdo todo lo que he
leído con agrado.
*Creo que la definición de la palabra ética es innecesaria,
ya que uno, por un instinto misterioso, sabe a cada momento si está obrando
bien o mal. Creo que ese instinto es esencial y más importante que las definiciones
o que los adjetivos.
*Yo de mi obra sé muy poco. Si ustedes mencionan alguno de
mis cuentos, es posible que yo no lo recuerde. Yo he escrito ese cuento una
sola vez, ustedes lo han leído varias veces. Eso quiere decir que lo conocen
mejor que yo.
*Sí, recuerdo “El encuentro”. Ese cuento se me ocurrió a mí
en Cambridge, Massachussets. Estaba sentado a orillas del río Charles, en un
banco, y recordé que unos treinta o cuarenta años antes había estado sentado en
un banco en Ginebra, a orillas del Ródano. Pensé: Si yo me encontrara con ese
otro que soy yo, ¿qué nos diríamos? De allí salió todo el cuento, de esa
identidad de estar sentado, solo…
*Yo creo que el libre albedrío es una ilusión necesaria. Por
ejemplo yo me siento libre en este momento. Voy a repetir un ejemplo que he
usado muchas veces: Aquí están mis dos manos. Yo puedo poner sobre la mesa la
mano izquierda o la derecha. En este momento siento que puedo elegir. Verdad,
he puesto la derecha. Una vez que he puesto la derecha debo pensar que era
fatal que yo pusiera la derecha y no la izquierda. Es decir, quizá toda mi vida
esté condicionada, pero es necesario que en cada momento yo crea que soy libre.
Si no, hasta no podría obrar. Así que yo descreo del libre albedrío; creo en la
fatalidad, pero no en una fatalidad que haya sido dirigida por alguien, sino
una fatalidad que ha sido preparada por toda la historia universal por lo que
podría llamarse con alguna pedantería “el proceso cósmico”; en fin, toda esa
cadena ramificada de efectos y de causas.
*Pero sé que si se trata del presente uno necesita la
ilusión del libre albedrío. Uno tiene que creer que puede decidir sus actos.
*¿Pero ustedes entienden el tiempo presente? Yo no, yo no
acabo de entenderlo. Me siento perplejo. Me siento triste también. Tengo la
sensación de haber tenido una pesadilla de la que no me he despertado del todo.
(Esta última frase fue repetida unas horas más tarde en el Teatro Municipal, al
preguntársele a Borges una cuestión referente a las Malvinas. La pesadilla se
refiere a la Guerra
de Malvinas, ocurrida en 1982 en Argentina: La Guerra de Malvinas).
Una vez que los jóvenes se retiraron y luego de una
entrevista televisiva, Borges dijo: “Creo que se apagó la luz…”, cuando las
cámaras dejaron de filmar, y como nadie dio muestra de asombro agregó: “Bueno,
lo mío fue una jactancia de ciego, que un ciego sepa que se apagó la luz, ¿no
es notable?”.
Parece que para toda la gente que estaba allí reunida lo
menos notable era eso, querido Borges.
Borges con nosotros
Estaba algo cansado por el viaje, la entrevista, que fue muy
larga, con los jóvenes estudiantes y con Canal 13, pero su lucidez seguía
mostrándose increíble, “su fresca ancianidad”, diríamos con sus propias
palabras, con aquéllas que él usa para referirse a su madre.
Nos contestó con su “amabilidad borgeana”, como bautizó un
colega nuestro a esa manera casi mágica de contestar a tantas preguntas, de
recibirnos, de escucharnos, todo mezclado con un muy fino humor a veces.
Yo: ¿A qué atribuye, Borges, esa especie de pasión que los
argentinos sentimos por usted?
JLB: Puede ser una prueba de la generosidad de los
argentinos… Estaría mal que yo dijera: Es una prueba de… No, no, yo no voy a
decirlo.
Yo: Comprendo, pero de cualquier manera le confirmo el
afecto, por el asombro que usted sintió hoy, ante un grupo de adolescentes.
JLB: Sí, yo lo siento realmente. Me siento muy querido. No
admirado, sino querido. Debe ser muy desagradable sentir que nos admiran pero
que no nos quieren. Algo de eso influyó en la muerte de Lugones. Yo siento
reiteradamente el asombro por el afecto que me tienen.
Yo: ¿A quién le gustaría que su obra le gustara?
JLB: Me gustaría que a Silvina Ocampo le gustara lo que yo
escribo, pero no siempre le gusta, con toda razón, sin duda. Me gustaría que a
Bioy Casares le gustara lo que yo escribo, y algunas cosas le gustan y otras
no.
Yo: ¿Su poesía no, por ejemplo?
JLB: No. Piensa que la poesía mía es una forma de
haraganear, de no dedicarme a mi verdadera tarea que sería escribir cuentos
fantásticos.
Yo: Pero usted afirma que cuento o poesía es sólo la forma
de expresar una idea, que la idea sigue siendo la misma.
JLB: Sí, pero una vez escrito siento que el cuento me queda
un poco lejos y la poesía un poco más cerca. Pero éste es sólo un pensamiento
personal… habrá otros escritores que no piensen lo mismo.
Yo: ¿Usted estaba escribiendo una novela que se llamaba El
Congreso, Borges?
JLB: No, no, ése es un cuento mío que figura no sé si en el
Informe de Brodie o en el Libro de Arena. Yo pensé que eso podría ahondarse
fácilmente en una novela que mostrara a los personajes obrando, no, simplemente
describiéndolos… Podría ser una buena novela.
Es el borrador, el bosquejo, el plano de una novela. En todo
caso es un relato.
(Un poco más tarde diría: “No soy capaz de inventar un
personaje como lo fueron Dickens o Balzac. Yo siempre soy mi personaje, más o
menos disfrazado. De cualquier modo, siempre me reconocen.)
Yo: ¿En qué quedó su proyecto de escribir un poema similar
al “Poema de los dones”, pero enumerando males?
JLB: De lo que se trataba era de que los que creemos males
pueden servir. Yo hubiera debido alargar el “Poema de los dones” poniendo lo
que en apariencia son males, agradeciendo el dolor físico, por ejemplo, o los
fracasos. Un poema denunciando males me parece inútil. Pero comprendiendo los
males no. Creo que ese poema tendría que hacerse de modo que no pareciera
mecánico. Que el lector no pensara que nos hemos propuesto agradecer males, más
bien que los mezcláramos a los bienes. Al final del “Poema de los dones” yo
digo que ese catálogo debería ser infinito, tendría que abarcar minuciosamente
el universo entero, aunque no lo hace, ¿no?
Yo: No, termina con la música, que quizá tiene algo de
infinito.
JLB: Sí, la música… no sé qué del tiempo…
Yo: “Misteriosa forma del tiempo”, Borges.
Envío
Como verán, los quiero tanto que desempolvé un reportaje al
que ustedes con toda seguridad van a darle una buena lectura.
Era un momento de nervios, la gente estaba inquieta por
quedar bien con el gran escritor que llegaba, yo era muy joven y, sobre todo,
inexperta. Y no me dieron mucho tiempo aunque el que tuve lo usé con alegría
–también hubo risas en Borges, hay en el diario amarillo una foto en la que se
ríe a carcajadas.
Me resultaría útil –y fascinante, tipo “taller literario” de
improviso- que ustedes me contaran las preguntas que le hubieran querido hacer
a Borges.
 

 

Mora Torres
 
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